El sujeto que hablaba con los turistas pronto reparó en ellos.—Pero, ¡mira qué sorpresa! —exclamó el hombre trigueño al notar la presencia de David. Enseguida se acercó—. ¡Sabías que vendrías a verme! —le dijo y lo recibió con un abrazo— ¡Deborah! —gritó con energía, haciendo sobresaltar a Jimena.Una mujer de piel negra y con el cabello poblado de delgadas trenzas atadas en las puntas con elásticos de colores, salió del interior del local mientras tomaba el contenido de una taza humeante que tenía entre las manos.La dama sonrió complacida al ver a David y le lanzó un beso desde la distancia.—Bienvenido a Venezuela —lo saludó. Él le agradeció el gesto lanzándole otro beso.—Por favor, explícale a los turistas en inglés el tour hacia Puerto Maya —pidió el sujeto trigueño a la mujer—, creo que no comprenden mi español.Deborah, con simpatía, comenzó a conversar con los británicos. Pronunciaba cada palabra como si fuera una azafata que daba instrucciones dentro de un avión comercial.
En silencio salieron del negocio y volvieron al auto para reiniciar el viaje. El pueblo era pequeño, aunque sus calles algo inclinadas, ya que el poblado había sido edificado sobre una escarpada montaña.David manejaba sin apuro para permitirle a la chica disfrutar de los alrededores, de los pintorescos locales, de la gente cordial que no dejaba de sonreír y del fresco clima.No obstante, lo que deleitaba más a Jimena era la grata compañía de David, quien le narraba con entusiasmo la historia de la región, demostrando lo mucho que conocía la zona.En ocasiones se mostraba tan sorprendido como ella, como si redescubriera en aquel paseo las bellezas de las que hablaba.Minutos después llegaron al hotel, una construcción amplia cercada por jardines poblados de pinos y arbustos, con balcones de madera y terrazas con vistas a las montañas.El interior era cálido y acogedor, cada rincón estaba adornado con ramos de flores o macetas de helechos.El área del restaurante era espaciosa, con sue
David tuvo que intervenir para evitar que Dayana lanzara a Jimena en el interior del auto de Gonzalo y así la joven modelo se fuera sola con él.Se consideraba un experto en mujeres de ese tipo: capaces de urdir cualquier tipo de hazañas para hacer cumplir sus caprichos.En el pasado se había mezclado con muchas como ella, las detestaba, aunque en ocasiones les permitía que hicieran de las suyas solo por diversión, y al cansarse, las alejaba.Pero en esa oportunidad no pensaba darle alas, no tenía ganas de jugar ningún juego. La curiosidad que sentía por Jimena era más fuerte que cualquier otra cosa.Desde el momento en que la vio en la casa de ladrillos rojos, no solo le pareció que la conocía, sino que había algo que los unía. Como si estuviera destinado a darle un mensaje, pero no recordaba cuál era la misión encomendada.O tal vez, no era exactamente a ella, la mirada melancólica e insatisfecha de la chica le recordaba a alguien, pero no podía descubrir a quién. Esas incógnitas lo
—Rodrigo se encuentra en el salón —respondió Tamara con incomodidad—, pero no lo molestes, está reunido con los alemanes —advirtió.—Pero necesito hablar con él sobre… —expresó Jimena con ansiedad.No obstante, la mirada amenazante que le dirigió Tamara la silenció.—Vamos —la aupó David, quien estaba a punto de estallar por la ira.Odiaba que la trataran de aquella manera.La tomó por la cintura y la empujó hacia el interior del hogar. Si no hacía algo, terminaría entablando una absurda discusión con aquella gente.Salieron de la terraza y atravesaron una puerta francesa construida en madera y vidrio labrado, para entrar en una sala amueblada con sofás de tapicería marrón apostados sobre una alfombra de pelo corto.Adentro la calidez era tan reconfortante que el nerviosismo de ambos pudo ser aplacado como por arte de magia.En un costado de la habitación, frente a la chimenea de ladrillos, se hallaba el sujeto que Jimena había estado buscado con tanto ahínco.El hombre les daba la es
En el interior de la posada, Rodrigo Luna sentó en uno de los sofás de la sala a su hija, para luego ubicarse junto a ella. Con sus movimientos bruscos evidenciaba su enfado.—¿Dónde y cuándo conociste a ese sujeto? —preguntó con severidad y sin mirar a la cara a Jimena.Estaba ocupado sacando su teléfono móvil del bolsillo de su pantalón y activando la mensajería de texto.—Trabaja frente a la casa y fue esta mañana a hablar con Tomás sobre los terrenos. —La chica respiró hondo mientras un dolor lacerante le comprimía el pecho. Se sentía exhausta, confusa y enfurecida. Tanta mescolanza de sentimientos le impedían pensar con claridad—. Tuve una discusión con Tomás y al enterarme que él venía hacia el pueblo, le pedí que me trajera para buscarte —expresó y buscó la mirada escurridiza de su padre con la ansiedad represada en las pupilas en forma de lágrimas. A Rodrigo no parecía interesarle lo que le contaba, estaba atento a lo que escribía en su teléfono—. Dijiste que me llamarías anoc
Una hora después, Jimena entraba en su habitación con los hombros caídos. Le dolían los huesos, tenía frío, cansancio y miedo.Sin embargo, nada de eso resultaba suficiente para que decidiera lanzarse sobre el colchón a desahogar las penas con el llanto.Estaba tan agotada que no tenía ánimos ni para llorar.—Mamá, ¿qué abrías hecho tú en mi lugar? —preguntó al aire.Se sentó en el borde de la cama y miró los alrededores como si en ellos escondieran las respuestas. De esa forma detalló los adornos ubicados sobre las repisas, las fotografías (casi todas de ella) y las tablitas con imágenes de santos acompañadas de mensajes fortificantes colgadas de las paredes.Su inspección se detuvo en un gran rosario de madera atornillado a la pared, encima del cabecero de la cama. Era lo primero que se divisaba al abrir la puerta. Su madre en vida había sido una gran devota, rezaba a diario a la Virgen del Carmen, quien decían que amparaba las causas difíciles.El objeto estaba conformado por cuent
Sentado en la terraza de la cabaña donde se alojaba, David se esforzaba por concentrarse en el trabajo.Intentaba teclear un informe sobre la situación de las propiedades que ese día había visitado. El frío se intensificaba a medida que se extinguía la tarde.Aunque a él le gustaba pasar las horas en medio de la naturaleza y no encerrado en la casa. Esperaba que la calma y el suave ulular del viento le despejara la mente de amargos recuerdos.Pero lo cierto era que no podía dejar de pensar en Jimena y en su peculiar familia, sobre todo, en Mariano Lozada, quien una vez había sido su mejor amigo.—Cómo me gustaría estar allá arriba, en el cielo —rememoró una de las tantas conversaciones que había tenido con Mariano cuando ambos se hallaban recostados en el suelo de la azotea del edificio donde se residenciaban en la universidad.Bebían cerveza y miraban las estrellas mientras escuchaban a Pink Floyd.En ese momento sonaba la parte más enérgica del tema The great gig in the sky, que ase
Jimena entró en la cocina con intención de pasar un rato con Malena y sacarle algo de información, pero se cohibió al encontrar a un hombre robusto, de mediana edad y piel trigueña sentado a la mesa, comiendo con gusto de un plato de guiso ubicado frente a él.Después de saludar se percató que había un segundo hombre en la cocina. Se trataba de un joven de unos dieciocho años, delgado, blanco, de nariz recta y cabellos negros algo encrespados, quien engullía con afán una banana parado a un costado de la encimera cerca de la puerta que daba al patio trasero.—Caramba, tú debes la señorita Jimena —expresó el sujeto sentado en la mesa. Dejó la comida para levantarse y ofrecerle una mano a la chica. Ella la estrechó como saludo.—Sí, lo soy.—Yo soy Guillermo Aurelio Torrecillas —se presentó, al tiempo que sacudía con energía la mano de la joven—, pero puede llamarme Goyo, así me conocen en cada rincón de esta región.Jimena sonrió. Aquel era el esposo de Malena que aún no había conocido.