—No tienes buena cara —se burló Elías Hamed al entrar en la cervecería donde se había citado con David al final de la tarde. Lo encontró sentado en la barra—. ¿No es un poco temprano para beber? Ni siquiera has cenado —indicó con una sonrisa y señaló la botella de cerveza que acompañaba a su amigo.—¿No es un poco temprano para los regaños, mamí? —rebatió el aludido mientras Elías ocupaba la banqueta ubicada a su lado y pedía al encargado una cerveza.—Tienes un lindo color en las mejillas, hijito mío —lo fastidió y rió por lo bajo.David negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír también. En su cara tenía un par de marcas de los golpes recibidos esa mañana. La mayoría de los impactos le habían sido propinados en las costillas y en el estómago, produciéndole algo de dolor cuando se erguía.—Hoy estás muy gracioso.—Práctico todas las noches antes de acostarme. Perfecciono mi talento.Ambos estallaron en risas, lo que aplacó el ambiente hostil en el que David estaba sumergido desd
Jimena salió de su habitación en dirección a la cocina. La cabeza le dolía de tanto que había puesto en funcionamiento el cerebro. Buscaba una solución factible para su situación.Después de la discusión con Tomás, este se marchó de casa sin haber regresado aún. Conversó por teléfono con David, pero prefirió mantener en secreto lo hablado con el hombre para no empeorar las cosas.Él quería enfrentarlo, aunque ella había notado que Tomás no estaba bien. Esa actitud siempre tosca, nerviosa y solitaria, así como su empeño en conservar cada cosa de su madre en el lugar donde se hallaba antes de su muerte y de pensar en ella con la misma intensidad de hacía seis años, no era sano.O estaba en medio de una depresión colosal o de algún otro problema mental más serio. No podía acrecentar su furia, sino hallar una forma de ayudarlo a salir de allí y encontrar paz.Por otro lado, necesitaba que las cosas se calmasen en el pueblo. Aún era desconocido el paradero de los atacantes que esa mañana l
—¿Dónde se trataba? —quiso saber Jimena con preocupación.La condición de Tomás no debía tomarse a la ligera.—En una clínica especializada en la capital, con una doctora muy dulce que en varias oportunidades vino a la Colonia Tovar para hablar con él y persuadirlo de que siguiera el tratamiento. —Goyo se levantó del sillón, con el rostro serio—. Don Tomás es muy terco, hace siempre lo que quiere sin pensar en quienes lo rodean. —Miró a Jimena con determinación, sentía vergüenza por su traición, pero no estaba arrepentido de sus actos—. Lamento mucho su situación, señorita, y espero me entienda. Si a Don Tomás lo llega a afectar una crisis realmente grave, dudo que pueda asumir el trabajo en la propiedad. Todo esto se perderá y Malena y yo terminaremos en la calle. ¿Qué oportunidades hay para nosotros allá afuera?Jimena no pudo aportar soluciones a esa duda. Encontrar trabajo en ese país resultaba una osadía para jóvenes con preparación como ella.Para personas como Malena y Goyo, ma
Para David, los días comenzaban a representar una cadena de eslabones unidos entre sí sin un fin específico, que lo llevaban a ningún lado y parecían no tener fin.Todo se había congelado a su alrededor: el conflicto en una de las parcelas que trabajaba, su relación con Jimena y su propia existencia.Ya no encontraba ninguna novedad en esa región. Las calles eran siempre las mismas, los rostros y las costumbres se repetían a diario.Cada día entraba a comer en lugares diferentes, pero la comida le sabía igual, el sol brillaba con la misma intensidad y en las noches, la neblina le impedía que disfrutara de la vista nocturna de las montañas.Estaba agotado, frustrado e inquieto, pero por más que se esforzaba por hacer cambiar las cosas, lo único que hallaba eran obstáculos que le impedían el paso.En un descanso del trabajo se alejó de los empleados y sacó del bolsillo de su pantalón su teléfono móvil para llamar a Jimena.No obtenía respuestas. La chica llevaba días sin contestar sus l
David no pudo escapar. Fue embestido por detrás por el gorila, que lo lanzó al suelo y lo apresó en segundos.Al ponerlo de pie con brusquedad, le permitió que percibiera al cincuentón que le gritaba a dos de sus compañeros para que atraparan al sujeto que había huido. Al parecer, no aceptaba desertores.Se quedó con otro además del gorila y se acercó a David con el rostro transformado por la furia. Mecía en su mano el palo que había llevado como arma.—¡Maldita sea, siempre hay un imbécil que no acata órdenes! —gritó, antes de propinarle a David un fuerte golpe en las costillas.Este cayó arrodillado al suelo. Boqueaba con esfuerzo para recuperar el aire perdido. El cincuentón se acuclilló frente a él, lo tomó por los cabellos y le alzó la cabeza con violencia.—¿Trabajas para Leonel Acosta? —preguntó, procuraba controlar su irritación—. Dicen que eres algo así como su protegido, ¿es cierto?—¿Qué quieren? ¿Dinero? Puedo darte tres veces más de lo que te ofrecieron.El hombre sonrió
Horas después, David aparcó el auto en el estacionamiento empedrado que precedía a la cabaña donde se residenciaba y apagó el motor en medio de un suspiro de cansancio.La mayor parte de ese tiempo lo había pasado en la comandancia de la policía. Rindió declaraciones y luego visitó cada uno de los terrenos asignados para supervisar la culminación de los trabajos.Incluso, tuvo que conversar con algunos periodistas, quienes lo seguían a sol y sombra, y calmar por teléfono los nervios de su madre, los reproches de su hermano y las cientos de advertencias de Leonel Acosta.Estaba ansioso por tumbarse en la cama y dormir hasta la mañana siguiente.Pero antes de salir del vehículo, su teléfono móvil sonó por veinteava vez. Pensó en ignorar la llamada y ocuparse de él por un par de horas, pero al ver el número que se reflejaba en la pantalla tomó con ansiedad el aparato para atender.—¿Dónde estás? —fue su saludo.El agotamiento físico y mental se le mezcló con la ira y el anhelo.—David, ¿
Al marcharse el sujeto, David suspiró hondo y fue a la cocina, preparó un té caliente para Leonel antes de sentarse en el sillón ubicado frente al hombre. Iba a atender su conversación mientras le lanzaba una dura mirada.—¿Qué pasa?Leonel dio primero un trago a su bebida sintiendo alivio por su calor. David aumentó la calefacción para intentar darle más alivio.—Gonzalo está de camino a Londres.Aquella noticia impactó a David. Se frotó los ojos con una mano demostrando cansancio. Debió suponer que Gonzalo haría eso.Cuando se levantó de la cama esa mañana y notó que su amigo no estaba, se preocupó.Lo llamó miles de veces al móvil sin recibir respuestas, finalmente tuvo que informar de la novedad a la policía de la zona, por miedo a que hubiera sido atrapado por los sujetos que lo perseguían, y llamó a Caracas para notificar el hecho a su familia, en caso de que en medio de una borrachera hubiera ido a dormir a su casa y no a la cabaña.—Armando, su padre, me llamó para darme la no
Pasado el mediodía, Jimena se comunicó con David por vía telefónica para informarle que había llegado a la Colonia Tovar.Acordaron encontrarse en la posada de un amigo de Elías, en las afueras del pueblo, con quien David ya había conversado para que le facilitara una habitación y así poder reunirse con la chica en privado.Los escoltas lo seguían sin descanso, casi tanto como los periodistas. Le sería imposible verse con ella en un lugar abierto.El dormitorio que le asignaron era un espacio pequeño, de paredes rústicas con zócalos altos y techo bajo machihembrado. La ventana con cierres de madera daba hacia un profundo valle en la montaña, cubierto por sembradíos de hortalizas.El mobiliario era escaso, pero se hallaba en muy buen estado, solo contaba con una amplia cama en el centro vestida con frazadas gruesas, custodiada por dos mesitas de noche y frente a un sillón orejero de amplio respaldo, tapizado en una imitación de piel. En un costado se hallaba la puerta del diminuto baño