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Capítulo 40. Salvadores repentinos.

Cuando el atacante regresó su atención hacia David, se topó con un rostro golpeado, pero endurecido por la cólera.

Los ojos cafés del joven estaban encendidos por la ira y desprendían tantas amenazas que por un instante el sujeto se mostró contrariado.

—Atrévete a tocarle un solo cabello y te juro que te arrancaré la piel —masculló David con esfuerzo, aunque aplicando una dosis perfecta de intimidación que obligó al hombre a retroceder un paso.

—Mira cómo se pone con esta yegua en particular —se mofó, lo que arrancó risas despreciables en sus compañeros. Volvió a dirigir su atención hacia Jimena, esta vez con más interés y mientras asentía con la cabeza—. Creo que hoy nos ganaremos una buena comisión —expresó y regresó su mirada burlona hacia David, que no dejaba de observarlo con claras advertencias.

—¿Buscan dinero? Puedo conseguirles todo el que quieran.

—Sí, eso supongo —se burló el hombre—. Aunque eso hará menos emocionante este encuentro, ¿no lo crees, Pocaterra?

El cincuentón s
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