Capítulo 34. Juego sucio.

Al llegar el mediodía, David y Jimena regresaron al pueblo. Se sentían tan livianos y felices que nada les importaba.

Él la llevó a comer al restaurante de un hotel de ambiente romántico, rodeado de pequeños campos poblados de bromelias, helechos arbóleos y grandes pinos, con hermosas vistas hacia los valles y las montañas.

Después de disfrutar de la comida, salieron a los jardines traseros para caminar un poco. Frente a las cabañas del hotel se hallaba un lago artificial, ataviado con un puente arqueado fabricado en madera y con soportes de hierro.

—Si tuviera el poder de detener el tiempo, este momento sería el ideal para mantenernos por siglos —confesó David, al tiempo que escuchaba los alegres trinos de la infinidad de aves que habitaban aquella región.

Los aromas de la madera y la tierra húmeda le inundaban los pulmones mientras los rayos del sol le calentaban la piel, suavizados por la frescura de la brisa de montaña.

Jimena sonrió con poco ánimo y se abrazó a su cuerpo antes de
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