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XXXV Sobre besos y parásitos

Jamás Bea se había lavado los dientes con tantas ganas. Tal vez de niña en nochebuena, para ir a esperar los regalos bien presentada, así le había enseñado su madre, sobre todo si en la cena se había comido pescado.

Las palabras de Magnus todavía le agitaban los dinosaurios. Ningún hombre le había pedido así un beso. Era todo un seductor pese a su inexperiencia.

Era sexy aunque él ni se lo imaginara. Y la tenía ardiendo de deseos sólo con la promesa de un beso.

Se lavó muy bien los dientes y la lengua. Hasta había conseguido un limpiador de lenguas.

—Respira profundo y cálmate, Bea. Es sólo un beso. Has dado montones de besos. Has besado incluso luego de comer cebolla, esto no es nada.

Se mojó las mejillas que estaban algo rojas, salió y cruzó el pasillo para llegar a la habitación que compartía con Magnus. Si a él le gustaba el beso, tal vez incluso la dejaría usar el mismo baño.

¿Y si no le gustaba?

Si así era podía irse despidiendo ya mismo de cualquier tipo de placer sexual. Un
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