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XXXVI La venganza nunca es buena

Unos dedos dotados de talento natural y con el entrenamiento adecuado podían hacer brotar las más bellas formas de la tosca roca o de la informe arcilla. Los dedos de Bea se habían perfeccionado a punta de estudio y experimentación. Y no eran los únicos. Desde hacía unos minutos se había despertado con los dedos de Magnus tanteándole la espalda mientras ella dormía boca abajo.

Ya no estaba despierta, pero se quedó quieta, disfrutando de la exploración con tintes de masaje. Su cuerpo era algo nuevo y Magnus lo estaba conociendo.

Deslizó él furtivamente la mano bajo la camiseta del pijama y Bea se estremeció en un escalofrío. La enorme mano de Magnus reptaba como una serpiente aterciopelada sobre su columna y le hacía temblar hasta los huesos sólo con su presencia y ligero toque.

Bea sonrió, todavía adormilada. Qué gran manera de despertarse era esa. Tenía hambre y no de desayuno.

—Buenos días —le dijo Magnus.

Él la miraba como si ella fuera el desayuno.

—Presiento que hoy será un día g
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