XXXVII Terapia alternativa

—No fue un infarto —confirmó el médico del pueblo, que había ido a la casona con premura tras la llamada de Bea.

—¡Pero me moría! —aseguró Magnus, convaleciente en la cama.

Seguía estando más allá que acá.

—Fue una crisis de pánico, nada más. Te recetaré algo que te ayudará de momento, pero sería bueno que visitaras a un especialista. —Le extendió la orden para una interconsulta psiquiátrica.

Magnus, con la mano nuevamente enguantada, recibió la orden. En cuanto el médico dejó la habitación, la arrugó y dejó en el velador.

—¿Qué pasó, Magnus? Estabas tan bien —dijo la tía Elena. Le acariciaba una mano enguantada.

Él miró a Bea, que estaba parada en un rincón.

—Debe ser el estrés —supuso Agustina—. Magnus se ha sobre exigido mucho últimamente. Deberías reconsiderar el volver a las empresas, lo primero es la salud, querido.

—El trabajo es mi vida, no puedo dejarlo —dijo Magnus, con sus últimas fuerzas.

Las tías lo dejaron para que descansara. Él volvió a mirar a Bea. Parecía que se echa
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