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Isabella salió de su letargo de manera desesperada, colgándose del brazo de Simón con una fuerza que casi lo hizo tambalearse. Las lágrimas corrían por su rostro mientras su voz se quebraba en súplicas.

—Simón, por favor... no me dejes. Te lo ruego... Yo te amo —sollozó de manera desesperada—. Todo lo que hice fue por ti, para no perderte...

Graciela, visiblemente avergonzada, dio un paso al frente y la reprendió con firmeza.

—¡Isabella, levántate de una vez! Estás haciendo el ridículo —dijo, con su voz cargada de frustración.

Pero Isabella no le prestó atención. Sus ojos seguían fijos en Simón, que la miraba con una mezcla de desprecio y lástima.

La frialdad en su expresión era un reflejo de las paredes que había levantado entre ambos.

—Te amo, Simón. Por favor, no me dejes así. Todo lo que hice fue porque te necesito. No puedo estar sin ti… —sollozó, aferrándose a él como si su vida dependiera de ello.

Simón soltó un bufido y apretó los dientes. Sus palabras fueron cortantes, llena
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