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La tensión en el restaurante era tan palpable que se podía cortar con un cuchillo. Las luces tenues del local iluminaban las mesas vacías, haciendo que el ambiente pareciera aún más sombrío.

Los murmullos de los comensales se apagaron al instante cuando Simón habló, con su rostro serio y decidido y Natalia lo observó, completamente asombrada.

No esperaba su llegada, pero en ese momento todo le pareció una oportunidad perfecta. Sabía que la máscara de Isabella caería esa noche, y nada la haría más feliz que ver cómo todo se desmoronaba frente a los ojos de todos.

Simón caminó directo hacia Isabella, su mirada estaba fija en ella con una intensidad que congeló el aire. Isabella ahora parecía completamente desconcertada.

Su rostro se tornó pálido al notar la presencia de su prometido, y su boca se abrió, pero las palabras no salían. Era como si el shock la hubiera dejado muda.

—¿Qué… qué significa esto, Isabella? —demandó Simón, su voz cargada de furia contenida—. Cómo pudiste mentirno
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