La tensión en el restaurante era tan palpable que se podía cortar con un cuchillo. Las luces tenues del local iluminaban las mesas vacías, haciendo que el ambiente pareciera aún más sombrío.Los murmullos de los comensales se apagaron al instante cuando Simón habló, con su rostro serio y decidido y Natalia lo observó, completamente asombrada. No esperaba su llegada, pero en ese momento todo le pareció una oportunidad perfecta. Sabía que la máscara de Isabella caería esa noche, y nada la haría más feliz que ver cómo todo se desmoronaba frente a los ojos de todos.Simón caminó directo hacia Isabella, su mirada estaba fija en ella con una intensidad que congeló el aire. Isabella ahora parecía completamente desconcertada. Su rostro se tornó pálido al notar la presencia de su prometido, y su boca se abrió, pero las palabras no salían. Era como si el shock la hubiera dejado muda.—¿Qué… qué significa esto, Isabella? —demandó Simón, su voz cargada de furia contenida—. Cómo pudiste mentirno
Isabella salió de su letargo de manera desesperada, colgándose del brazo de Simón con una fuerza que casi lo hizo tambalearse. Las lágrimas corrían por su rostro mientras su voz se quebraba en súplicas.—Simón, por favor... no me dejes. Te lo ruego... Yo te amo —sollozó de manera desesperada—. Todo lo que hice fue por ti, para no perderte...Graciela, visiblemente avergonzada, dio un paso al frente y la reprendió con firmeza.—¡Isabella, levántate de una vez! Estás haciendo el ridículo —dijo, con su voz cargada de frustración.Pero Isabella no le prestó atención. Sus ojos seguían fijos en Simón, que la miraba con una mezcla de desprecio y lástima. La frialdad en su expresión era un reflejo de las paredes que había levantado entre ambos.—Te amo, Simón. Por favor, no me dejes así. Todo lo que hice fue porque te necesito. No puedo estar sin ti… —sollozó, aferrándose a él como si su vida dependiera de ello.Simón soltó un bufido y apretó los dientes. Sus palabras fueron cortantes, llena
Natalia salió del restaurante con paso firme, sujetando la pequeña mano de Nathan, quien parecía algo desconcertado por el alboroto reciente. La frescura del aire exterior le ayudó a calmarse, pero no borró el desagrado que le había causado el encuentro con Simón. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que él la alcanzara. —Natalia, por favor… necesitamos hablar —pidió Simón con voz ahogada, deteniéndose frente a ella. Natalia lo miró de arriba abajo, con una expresión tan gélida que podría haber congelado el tiempo. —Mi hijo tiene hambre, Simón. No tengo tiempo para charlas inútiles —respondió con un suspiro exasperado, tomando a Nathan con más firmeza como si temiera que él pudiera absorber esa tensión. Simón tragó saliva, desesperado por no dejarla ir. —Solo… dame unos minutos. Por favor —la miró suplicante—. Necesito hablar contigo sobre… sobre lo que pasó. Natalia soltó un suspiro cansado y cruzó los brazos. —¿Qué es lo que quieres, exactamente? —inquirió
El restaurante quedó atrás, y con él, el amargo episodio que Natalia deseaba olvidar. Keiden conducía con destreza, mientras Nathan iba en el asiento trasero, hablando emocionado sobre lo que quería comer y los juegos que esperaba usar. Natalia, desde el asiento del copiloto, lo observaba con una sonrisa relajada. Keiden parecía tener el don de devolverle algo de calma tras el caos. El almuerzo transcurrió en un ambiente distendido. Keiden hizo reír a Nathan con historias ingeniosas, y Natalia no pudo evitar sonreír ante su encanto natural. —Mamá, ¿podemos ir al parque de juegos? —pidió Nathan con los ojos brillando de emoción—. ¡Quiero subirme a todo! Natalia rió, relajándose por primera vez en lo que parecía una eternidad. —Está bien, pero tienes que prometer que no te irás muy lejos —besó su frente con ternura—. Te quiero a la vista en todo momento. Nathan asintió rápidamente, y los tres caminaron hacia un sitio cercano lleno de coloridas atracciones infantiles. El bullic
El departamento de Simón estaba sumido en un silencio sepulcral. Desde que había descubierto las mentiras de Isabella, la culpa lo acompañaba como una sombra. Se levantó del sofá y se paseó de un lado a otro, su mente atormentada por recuerdos y reproches. Cada vez que cerraba los ojos, la voz de Natalia resonaba en su cabeza. *“Solo estoy interesada en saber lo del video del hotel. Lo demás no me interesa,”* le había dicho con una frialdad que le heló la sangre. “¿Acaso puedo culparla?” pensó, apoyándose en el borde de la mesa. El eco de esas palabras era como una cuchilla que se clavaba más profundo cada vez. Había perdido el amor y el respeto de Natalia por su ceguera, por su incapacidad de confiar en ella. Todo el interés y el amor que una vez Natalia le había tenido se habían desvanecido, y eso hacía la sensación aún peor. Simón cerró los ojos, recordando los momentos más oscuros de su matrimonio. Había sido cruel, permitiendo que las mentiras de Isabella sembraran la duda
El ambiente en el restaurante era elegante, pero la atmósfera para Simón se había vuelto densa y sofocante. Oculto tras una columna cercana al ventanal, notó al mesero acercarse a la mesa donde Natalia estaba sentada con los dos empresarios. Su atención se centró en cómo el mesero manipulaba la bebida de Natalia de forma sospechosa. Los dedos de Simón se cerraron en un puño cuando vio al hombre colocar algo en el vaso. —¿Qué demonios está haciendo? —murmuró con rabia contenida. Natalia, ajena al peligro, sonreía educadamente mientras hablaba con los hombres. El mesero volvió a la mesa con la bebida y Simón observó, impotente, cómo Natalia tomaba el vaso y le daba un sorbo con tranquilidad. El sudor comenzó a correr por su frente. —Esto no puede estar pasando… maldita sea —murmuró para sí mismo. Decidido a actuar, se apresuró hacia la entrada que conducía a la cocina, donde había visto desaparecer al mesero. Apenas llegó, un guardia lo detuvo. —Señor, esta área es restringi
Simón sentía cómo el deseo latente se acumulaba en su pecho mientras las manos de Natalia recorrían su cuerpo con una intensidad que lo dejaba sin aliento. A pesar de su resistencia inicial, sus labios no podían evitar corresponder a los besos apasionados que ella le brindaba, los gemidos que escapaban de los labios de la mujer lo enviaba a un estado de excitación incontrolable.—Natalia, esto no está bien… —gruñó Simón, intentando mantener la cordura.—Lo está… —murmuró ella—. Quédate conmigo.Un nudo se formó en la garganta de Simón. Sabía que debía resistirse, que estaba cruzando una línea peligrosa, pero la desesperación en los ojos de Natalia le impulsó a actuar.—Maldición, ya no puedo resistirme a ti —susurró, antes de atacar su cuello con pasión.Sus manos subieron por las piernas de Natalia, acariciando la suavidad de sus muslos, mientras sus oídos se llenaban con los gemidos y jadeos que ella emitía. Cada petición de ella resonaba en su mente, y cada gesto de desesperación
En la penumbra de la madrugada, Simón abrió los ojos lentamente, sintiendo el calor del cuerpo de Natalia junto al suyo. La luz tenue de la calle se filtraba por las cortinas mal cerradas, bañando su habitación con un resplandor dorado. Giró la cabeza hacia ella. Natalia dormía profundamente, con el cabello revuelto y la respiración acompasada. Una leve sonrisa curvó sus labios. Era hermosa, incluso en ese estado de fragilidad. Pero la sonrisa se desvaneció rápido, sustituida por una punzada de culpa que le retorció el estómago. Se levantó con cuidado, asegurándose de no hacer ruido. Sus pasos fueron silenciosos mientras se dirigía al salón, tomando su celular del bolsillo del pantalón que había dejado tirado en el sofá.Una vez allí, marcó el número de su médico de confianza con dedos temblorosos. La llamada fue respondida al segundo timbre. —¿Señor Cáceres? —preguntó la voz ronca del galeno al otro lado de la línea. —Doctor Harold, soy yo —dijo Simón en un murmullo, pasando