El ambiente en el restaurante era elegante, pero la atmósfera para Simón se había vuelto densa y sofocante. Oculto tras una columna cercana al ventanal, notó al mesero acercarse a la mesa donde Natalia estaba sentada con los dos empresarios. Su atención se centró en cómo el mesero manipulaba la bebida de Natalia de forma sospechosa. Los dedos de Simón se cerraron en un puño cuando vio al hombre colocar algo en el vaso. —¿Qué demonios está haciendo? —murmuró con rabia contenida. Natalia, ajena al peligro, sonreía educadamente mientras hablaba con los hombres. El mesero volvió a la mesa con la bebida y Simón observó, impotente, cómo Natalia tomaba el vaso y le daba un sorbo con tranquilidad. El sudor comenzó a correr por su frente. —Esto no puede estar pasando… maldita sea —murmuró para sí mismo. Decidido a actuar, se apresuró hacia la entrada que conducía a la cocina, donde había visto desaparecer al mesero. Apenas llegó, un guardia lo detuvo. —Señor, esta área es restringi
Simón sentía cómo el deseo latente se acumulaba en su pecho mientras las manos de Natalia recorrían su cuerpo con una intensidad que lo dejaba sin aliento. A pesar de su resistencia inicial, sus labios no podían evitar corresponder a los besos apasionados que ella le brindaba, los gemidos que escapaban de los labios de la mujer lo enviaba a un estado de excitación incontrolable.—Natalia, esto no está bien… —gruñó Simón, intentando mantener la cordura.—Lo está… —murmuró ella—. Quédate conmigo.Un nudo se formó en la garganta de Simón. Sabía que debía resistirse, que estaba cruzando una línea peligrosa, pero la desesperación en los ojos de Natalia le impulsó a actuar.—Maldición, ya no puedo resistirme a ti —susurró, antes de atacar su cuello con pasión.Sus manos subieron por las piernas de Natalia, acariciando la suavidad de sus muslos, mientras sus oídos se llenaban con los gemidos y jadeos que ella emitía. Cada petición de ella resonaba en su mente, y cada gesto de desesperación
En la penumbra de la madrugada, Simón abrió los ojos lentamente, sintiendo el calor del cuerpo de Natalia junto al suyo. La luz tenue de la calle se filtraba por las cortinas mal cerradas, bañando su habitación con un resplandor dorado. Giró la cabeza hacia ella. Natalia dormía profundamente, con el cabello revuelto y la respiración acompasada. Una leve sonrisa curvó sus labios. Era hermosa, incluso en ese estado de fragilidad. Pero la sonrisa se desvaneció rápido, sustituida por una punzada de culpa que le retorció el estómago. Se levantó con cuidado, asegurándose de no hacer ruido. Sus pasos fueron silenciosos mientras se dirigía al salón, tomando su celular del bolsillo del pantalón que había dejado tirado en el sofá.Una vez allí, marcó el número de su médico de confianza con dedos temblorosos. La llamada fue respondida al segundo timbre. —¿Señor Cáceres? —preguntó la voz ronca del galeno al otro lado de la línea. —Doctor Harold, soy yo —dijo Simón en un murmullo, pasando
Simón miró a Natalia mientras ella seguía inmóvil, procesando sus palabras. La incredulidad en su rostro era tan evidente que dolía. —¿Eso fue lo que hiciste? —susurró Natalia, con una mezcla de incredulidad y desprecio. —Natalia, por favor, escúchame —pidió Simón, dando un paso hacia ella con las manos levantadas—. Llamé al médico, y él me dijo que... era la única forma. Natalia retrocedió instintivamente, abrazándose a sí misma como si buscara protegerse de algo invisible. —¿Y creíste que esa era la mejor solución? —Su voz subió de tono, los ojos llenándose de lágrimas de pura rabia—. ¡Hubieras llamado a una ambulancia, Simón! ¡O me hubieras llevado al hospital! Simón apretó los labios, sintiendo cómo cada palabra lo atravesaba como un cuchillo. —No había tiempo —replicó, manteniendo su voz calmada—. Estabas mal, muy mal. Si te llevaba al hospital, tal vez... —Hizo una pausa, tragando saliva—. Tal vez no hubieras sobrevivido. Natalia lo miró como si lo desconociera por
—¡¿Qué Simón Cáceres hizo qué?! —La voz de Delia retumbó en el comedor, haciendo que Natalia diera un respingo y apretara la taza de té entre las manos. —Baja la voz, Delia —susurró Natalia, mirando nerviosa hacia la puerta de la cocina, como si temiera que alguien más pudiera escuchar. Pero Delia no estaba dispuesta a moderarse. Se levantó de golpe, con las mejillas encendidas por la furia y los puños apretados a sus costados. —¡Ese maldito pervertido! —gritó histérica, caminando de un lado a otro como león enjaulado—. ¡Voy a buscarlo ahora mismo para castrarlo! Natalia dejó la taza en la mesa con un tintineo y la agarró del brazo antes de que pudiera irse. —¡No hagas estupideces! —le rogó, suspirando largamente—. Créeme, yo también quería matarlo, pero hay dos cosas en esta historia que me inquietan. Algo no me cuadra, amiga.Delia se giró hacia ella con el ceño fruncido, claramente desconcertada. —¿Cómo que algo no te cuadra? —puso sus manos en sus caderas, mirándola in
Natalia contuvo la respiración cuando la enfermera insertó la aguja en su brazo. Aunque no era la primera vez que se hacía un análisis, la tensión del momento hacía que todo pareciera más doloroso de lo normal.Su mirada vagó hacia la ventana del pequeño laboratorio, donde los rayos del sol parecían intentar colarse entre las persianas. El lugar tenía un olor esterilizado, típico de los centros médicos, y el leve zumbido de las máquinas era lo único que rompía el silencio.—Tranquila, Natalia. Esto es rápido —le dijo la enfermera, con una sonrisa profesional.Natalia asintió débilmente, sintiendo cómo la sangre fluía hacia el pequeño tubo. “Todo esto es por Simón,” pensó con amargura, apretando ligeramente los labios. Cuando la aguja salió, dejó escapar un leve suspiro de alivio. Le colocaron una gasa en el brazo, y la enfermera le informó que los resultados estarían listos en pocas horas. Al salir del laboratorio, Delia la esperaba en la sala de espera. Su amiga se levantó al verl
Keiden dejó el teléfono sobre el escritorio con un suspiro pesado. La pantalla mostraba varias llamadas perdidas de Natalia, pero él no tenía intención de devolverlas, al menos no todavía. La excusa del trabajo era fácil, casi demasiado conveniente, pero en el fondo sabía que el verdadero motivo era más complicado. Las noticias recientes sobre ella y su ex habían sido como un balde de agua fría. —Quizás deba alejarme de ella entonces, si es que ha decidido volver con su ex... —murmuró, aunque las palabras le dejaron un sabor amargo en la boca.El zumbido del teléfono lo sacó de sus pensamientos. Era Mateo Beltrán, su mejor amigo, quien insistía en pasar por la oficina para tomar un café. Keiden aceptó a regañadientes, agradecido en parte por la distracción.Cuando Mateo llegó, llevaba una sonrisa desenfadada y un paquete de donas. —Hermano, tienes cara de que el mundo se te viene encima —comentó mientras dejaba el paquete sobre el escritorio de Keiden.Keiden negó con la cabeza, in
Natalia llegó a la puerta de Simón con pasos firmes y un semblante que parecía hecho de granito. Tocó con fuerza, su mano golpeando la madera como si quisiera derribarla con su determinación. Simón abrió al cabo de unos segundos, con el ceño fruncido y una ligera expresión de sorpresa al verla allí. —¿Natalia? —preguntó, su tono reflejaba una mezcla de confusión y nerviosismo—. ¿Qué haces aquí? Ella no respondió de inmediato. Su mirada afilada recorrió el rostro de Simón como si buscara algo escondido, algún rastro de culpa. Finalmente, cruzó los brazos y lanzó su primer ataque. —Quiero que me digas la verdad —exigió, su voz tan cortante como un cuchillo. Simón tragó saliva y trató de mantener la compostura. Sabía que aquella conversación sería difícil, pero no había anticipado la intensidad que Natalia traía consigo. —¿De qué estás hablando? —intentó, con tono cuidadosamente neutral. Natalia soltó una carcajada amarga. —No te hagas el tonto, Simón. Quiero saber por qué