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Simón miró a Natalia mientras ella seguía inmóvil, procesando sus palabras. La incredulidad en su rostro era tan evidente que dolía.

—¿Eso fue lo que hiciste? —susurró Natalia, con una mezcla de incredulidad y desprecio.

—Natalia, por favor, escúchame —pidió Simón, dando un paso hacia ella con las manos levantadas—. Llamé al médico, y él me dijo que... era la única forma.

Natalia retrocedió instintivamente, abrazándose a sí misma como si buscara protegerse de algo invisible.

—¿Y creíste que esa era la mejor solución? —Su voz subió de tono, los ojos llenándose de lágrimas de pura rabia—. ¡Hubieras llamado a una ambulancia, Simón! ¡O me hubieras llevado al hospital!

Simón apretó los labios, sintiendo cómo cada palabra lo atravesaba como un cuchillo.

—No había tiempo —replicó, manteniendo su voz calmada—. Estabas mal, muy mal. Si te llevaba al hospital, tal vez... —Hizo una pausa, tragando saliva—. Tal vez no hubieras sobrevivido.

Natalia lo miró como si lo desconociera por
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