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El centro del conflicto era el brillo helado en los ojos de Keiden y la sonrisa cínica que jugaba en los labios de Simón.

—¿Qué, vas a golpearme? Adelante, Keiden, demuéstrame que no eres tan correcto como aparentas —provocó Simón, cruzando los brazos mientras daba un paso hacia él.

Keiden apretó los dientes. Su mandíbula marcada temblaba con el esfuerzo de contener la rabia, acercándolo lo suficiente para que Simón pudiera sentir el calor de su respiración.

—No me provoques, Simón —siseó, con una voz baja pero cargada de furia contenida—. No estás en posición de jugar conmigo.

Simón no apartó la mirada. En cambio, sus ojos buscaron el desafío en los de Keiden, como si el peligro lo animara más. Pero antes de que cualquiera de los dos pudiera dar el siguiente paso, una voz femenina los interrumpió.

—¡Basta los dos!

Natalia no se había ido todavía, y al ver la confrontación, no dudó en olvidarse de su vergüenza para ir a separarlos antes de que se comportaran como simios salv
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