La casa de Simón estaba en penumbra, con las cortinas cerradas y una botella de whisky sobre la mesa de cristal en el centro de la sala. Llevaba días con las palabras de Isabella taladrándole la cabeza, repitiéndose como un eco interminable. Lo que le había confesado durante su último encuentro le provocaba una mezcla de incertidumbre y rabia, pero lo que más lo atormentaba era que no podía confirmarlo. La única persona que tenía la respuesta, Natalia, le había dejado claro que no quería verlo más. Sin embargo, la frustración lo consumía. Paseaba de un lado a otro de la habitación, apretándose el puente de la nariz. Pensó en marcarle una vez más, pero recordó su último intercambio. Natalia había sido firme. —No vuelvas a buscarme, Simón. Es lo mejor para los dos. Pero, ¿cómo podía ignorar lo que Isabella había insinuado? Estaba a punto de ceder a la tentación de tomar su auto e ir directamente a casa de Natalia cuando su teléfono sonó, interrumpiendo sus pensamientos.
El señor Parker permaneció unos segundos en silencio, observando cómo la criada luchaba por mantener la compostura. La sala estaba en completo silencio, salvo por el tenue susurro del aire acondicionado y los murmullos nerviosos del público. Luego, el abogado se acercó un poco más al estrado, su expresión calmada pero inquisitiva. —Señora Beltrán, ¿puede detallar qué ocurrió exactamente la noche en que la señorita Isabella perdió a su bebé? —La firmeza en su voz dejaba claro que no aceptaría respuestas vagas. Ana Beltrán, una mujer de mediana edad con el rostro marcado por los años de trabajo duro, tragó saliva. Su mirada se dirigió instintivamente hacia Isabella, cuya expresión de advertencia era casi tangible. Ana desvió la vista rápidamente, como si el contacto visual con Isabella pudiera quemarla. Simón no apartaba la mirada de ella, tenía una expresión de frialdad implacable que le hacía sentir que la sangre se le helaba. —Yo... estaba en la cocina cuando escuché los gr
Simón salió del juzgado con pasos firmes, pero su mente era un caos. Necesitaba hablar con Isabella de inmediato, exigirle explicaciones, enfrentarse a su interminable lista de mentiras, pero al mirar alrededor se dio cuenta de que ya no estaba. Esa mujer tenía una habilidad casi sobrenatural para desaparecer cuando las cosas se complicaban. Un gruñido frustrado escapó de sus labios. Por un segundo quiso golpear algo, descargar toda esa furia contenida, pero respiró hondo y se obligó a mantener la calma. “M*****a sea, debí ser más rápido", pensó mientras su mirada barría el entorno. Fue entonces cuando vio a Roberto y Graciela, los padres de Natalia e Isabella, de pie cerca de los escalones del juzgado. Ambos lucían descompuestos, especialmente Graciela, que parecía haber estado llorando. Al notar la presencia de Simón, se acercaron con pasos rápidos. —Simón, ¿qué está pasando? —preguntó Graciela con un tono entre suplicante y desesperado—. ¿Cómo hemos llegado a esto? ¡S
Ana bajó la mirada, el temblor en sus manos era evidente mientras Simón la observaba con una mezcla de dureza y esperanza. Había sido paciente, pero ya no podía soportar más mentiras. —Señora Ana, necesito que confiese todo frente al juzgado —le pidió con voz tensa—. Las amenazas, las mentiras, todo lo que Isabella la obligó a hacer. Ana levantó lentamente la vista, sus ojos llenos de remordimiento. —Eso haré —respondió con un hilo de voz, asintiendo con rapidez—. Lo lamento tanto, señor Cáceres. Nunca debí mentir, nunca debí ceder… pero no voy a volver a hacerlo, lo prometo. Él no respondió de inmediato. Solo la observó alejarse, sus pasos resonando como un eco en su mente mientras una sensación de vacío se apoderaba de él. Apoyó las manos en sus costados y apretó los puños con fuerza. Un sudor frío bajaba por su nuca, pero no era capaz de moverse. Se quedó inmóvil por unos segundos eternos, preguntándose qué debía hacer ahora.La soledad parecía devorar su cordura, y la únic
Simón salió del juzgado con pasos rápidos, intentando dejar atrás la tensión que parecía seguirlo como una sombra. Su mente estaba en completo caos, dividida entre la furia y la impotencia. Apenas había cruzado el umbral cuando el sonido de su nombre lo detuvo. —Simón, espera. Su cuerpo se tensó. Sabía de quién era esa voz, pero no estaba preparado para enfrentarla. Tragó saliva, cerrando los ojos por un momento antes de girarse lentamente. Isabella estaba allí, a unos metros de distancia, con su rostro marcado por una mezcla de desesperación y súplica. Finalmente se volvió hacia ella, con una mirada endurecida. —¿Qué quieres ahora? —preguntó con una sonrisa irónica que no alcanzó a sus ojos—. ¿Qué versión de la historia vas a darme esta vez? Isabella se acercó con cautela, sus ojos rojos e hinchados por el llanto. —La verdad —respondió con voz entrecortada. Simón dejó escapar una risa amarga, moviendo la cabeza en negación. —Tus palabras saben a falso, Isabella —rep
Daniel permanecía de pie en el mismo lugar donde Natalia lo había dejado hacía apenas unos minutos. Su mirada seguía fija en el suelo pulido del juzgado, sintiendo el eco de sus propias palabras como una sentencia sobre su pecho. La decepción en los ojos de Natalia lo perseguía con una intensidad abrumadora. Ella había sido tan clara, tan firme: necesitaba tiempo. Y él no tenía más remedio que respetar eso.Respiró hondo, tratando de disipar el vacío que lo consumía, pero entonces, como una sombra inesperada, vio un rostro familiar entre la multitud. Frunció el ceño. Era ella, la chica del bar. La misma con la que había compartido una noche en su apartamento, una noche que, aunque fugaz, lo había marcado de una forma extraña. Daniel había vuelto muchas veces a ese bar, buscándola como un obsesionado, pero nunca había vuelto a verla. Y ahora ahí estaba, a pocos metros de distancia, en pleno juzgado.—No puede ser —murmuró para sí mismo.Sin pensarlo, como un imán que no puede resist
Cuando el hombre salió del baño, la atmósfera en el vestíbulo se tensó de inmediato. Graciela y Roberto, parados a unos metros, lo miraron con detenimiento, intercambiando miradas de incertidumbre. El sujeto, de aspecto casi desaliñado pero con un aire de confianza desafiante, notó la atención y respondió con una sonrisa ladeada que parecía más una mueca. —¿Nos conocemos? —preguntó Graciela, con voz cargada de desconfianza. —¿Acaso lo hemos visto antes? —añadió Roberto, con el ceño fruncido. El hombre alzó las manos en un gesto despreocupado, como si la situación le resultara graciosa. —No, no lo creo. Es la primera vez que estoy en la ciudad. Ni siquiera vivo por aquí —respondió con voz tranquila, pero había algo en sus ojos que no cuadraba, una chispa de nerviosismo que apenas supo ocultar. Graciela lo observó por unos segundos más, con una mirada escrutadora, pero al final asintió lentamente, sin apartar del todo la sospecha de su mente. Desde detrás de una pared cerca
El aire en el pasillo era denso, casi irrespirable. Natalia y Keiden se detuvieron frente a una de las amplias ventanas del juzgado, donde la luz del día apenas lograba atravesar las gruesas cortinas beige. Los murmullos de abogados y empleados se perdían entre el murmullo distante de la gente y el tic-tac de un reloj antiguo en la pared. Keiden, con su postura firme y sus ojos clavados en Natalia, la examinaba con una mezcla de preocupación y paciencia.—¿Estás bien? —preguntó suavemente, inclinándose ligeramente hacia ella.Natalia bajó la mirada por un momento, insegura de cómo responder. Sus dedos juguetearon con el dobladillo de su blusa, un gesto automático cuando intentaba mantener el control de sus emociones.—No estoy segura —respondió finalmente, con voz apenas audible.Keiden entrecerró los ojos con inquietud y preguntó con tono más firme:—Dime… ¿Es por Simón?Natalia negó rápidamente, su respuesta fue clara y cortante.—No, no es por él.Esa seguridad en sus palabras hiz