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Simón salió del juzgado con pasos firmes, pero su mente era un caos. Necesitaba hablar con Isabella de inmediato, exigirle explicaciones, enfrentarse a su interminable lista de mentiras, pero al mirar alrededor se dio cuenta de que ya no estaba.

Esa mujer tenía una habilidad casi sobrenatural para desaparecer cuando las cosas se complicaban.

Un gruñido frustrado escapó de sus labios. Por un segundo quiso golpear algo, descargar toda esa furia contenida, pero respiró hondo y se obligó a mantener la calma.

“M*****a sea, debí ser más rápido", pensó mientras su mirada barría el entorno.

Fue entonces cuando vio a Roberto y Graciela, los padres de Natalia e Isabella, de pie cerca de los escalones del juzgado.

Ambos lucían descompuestos, especialmente Graciela, que parecía haber estado llorando. Al notar la presencia de Simón, se acercaron con pasos rápidos.

—Simón, ¿qué está pasando? —preguntó Graciela con un tono entre suplicante y desesperado—. ¿Cómo hemos llegado a esto? ¡S
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