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Simón no lo pensó dos veces. Su instinto de padre lo dominaba por completo.

Agarró la mano de Natalia con firmeza y la guió hacia su auto mientras Keiden protestaba detrás de ellos, lanzando argumentos inútiles que caían en oídos sordos.

Natalia apenas podía procesar lo que ocurría. El miedo y la desesperación habían anulado su capacidad de pensar con claridad, y sus piernas apenas la sostenían.

—¡Esto es una locura, Simón! —gritó Keiden mientras los seguía unos pasos—. ¡Deja que los bomberos hagan su trabajo!

—Tus hombres deberían haber evitado que esto sucediera —respondió Simón, girando sobre sus talones para enfrentarlo con una mirada dura y llena de ira—. Si no vas a ayudar, al menos no estorbes.

Keiden se quedó paralizado por un segundo, sorprendido por el tono implacable de Simón. Finalmente, apretó los labios y se dio la vuelta, entrando al tribunal para avisar a sus abogados y coordinar desde allí.

Dentro del auto, Natalia temblaba incontrolablemente. Las lágrimas c
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