La habitación del hospital estaba en calma, con solo el suave pitido del monitor cardíaco rompiendo el silencio. Simón estaba sentado en la cama, todavía procesando la visita de su hijo, cuando Natalia entró de nuevo. Su expresión era seria, pero había una determinación en sus ojos que no pasaba desapercibida.—Isabella fue aprehendida esta tarde —anunció sin rodeos, cerrando la puerta detrás de ella—. La acusaron de robar un auto.Simón la miró incrédulo. —¿Qué? —soltó, aunque su tono no era tanto de sorpresa como de resignación—. No debería sorprenderme, pero... ¿robar un auto? ¿De verdad?Natalia esbozó una sonrisa tensa, cruzándose de brazos mientras se apoyaba en el borde de la ventana. —Todavía no has visto nada —respondió, sus palabras cargadas de un sarcasmo que no pasó desapercibido.Simón sintió una inquietud creciendo en su pecho. Sabía que las cosas con Isabella siempre habían sido complicadas, pero últimamente parecía que cada nuevo capítulo traía una revelación aún pe
El juzgado tenía un aire pesado, como si las paredes mismas pudieran sentir el peso de los años de mentiras, traiciones y verdades que finalmente saldrían a la luz. Natalia respiró profundamente mientras entraba del brazo de Keiden. Su vestido azul oscuro era sobrio y elegante, reflejando la seriedad de la ocasión, pero no pudo evitar mirar a su alrededor en busca de una cara familiar. Simón no estaba por ningún lado.Frunció el ceño, pero no dijo nada. Fue Keiden quien rompió el silencio con un comentario casual. —Parece que este juicio será más tranquilo sin Simón rondando por aquí —dijo, con una sonrisa sardónica. Natalia lo miró de reojo, con un leve reproche en su voz. —Tal vez no se haya recuperado del todo —respondió, intentando sonar indiferente. Keiden alzó una ceja, claramente divertido por su tono. —¿Estás preocupada por él? —Claro que no —respondió Natalia de inmediato, cruzando los brazos. Keiden asintió, pero la miró con una expresión que indicaba que no
La sala del tribunal estaba cargada de tensión cuando el juez pidió que las nuevas evidencias fueran entregadas por uno de los guardias. Julián Moretti, con una sonrisa confiada y un maletín en mano, se acercó al estrado, mientras Simón permanecía a su lado con un semblante severo. Pero antes de que el guardia pudiera entregar los documentos al juez, Isabella se levantó abruptamente de su asiento con una expresión de angustia exagerada. —Me siento mal… creo que… —balbuceó, tambaleándose ligeramente como si fuera a desmayarse. El juez, un hombre de mirada penetrante y voz severa, alzó una ceja con evidente incredulidad, visiblemente irritado. —Señorita Benavides, no toleraré más teatros en esta sala —espetó con tono severo—. Si vuelve a fingir una descompensación, me veré obligado a mandarla directamente a prisión por obstrucción de la justicia. Isabella se enderezó de inmediato, con el rojo de la vergüenza tiñendo sus mejillas. Se dejó caer en su asiento con la espalda rígida, c
La sala del tribunal parecía un hervidero, pero el ambiente en el pasillo contiguo era aún más tenso. Natalia permanecía de pie, con los brazos cruzados y una mezcla de incredulidad y rabia recorriéndole el cuerpo. Había sido testigo de demasiadas cosas en los últimos minutos, pero lo que más la inquietaba era la actitud distante de Simón. Él estaba apoyado contra una pared, miraba el suelo como si allí pudiera encontrar alguna respuesta. Su rostro, habitualmente sereno, ahora estaba endurecido, como si estuviera cargando un peso imposible de llevar. —¿No vas a responder mi pregunta, Simón? —exigió Natalia, dando un paso hacia él. Él levantó la mirada lentamente, y aunque había algo de culpa en sus ojos, su voz fue fría y evasiva. —No puedo decirte nada hasta después del juicio. Natalia frunció el ceño, su desconfianza creciendo con cada palabra. —¿En serio? —su tono era cortante, casi mordaz—. No puedo creer que te estés aliando con ese hombre. ¿Acaso confías en él? ¡Es
Natalia se apoyó contra una pared cercana, tratando de procesar todo lo que acababa de escuchar. Su corazón latía con fuerza, pero intentó mostrarse calmada, aunque por dentro la incertidumbre la carcomía.Keiden se acercó a ella con una expresión protectora, colocándose entre ella y la distancia que separaba a Simón y Julián. Su mirada era firme, casi desafiante. —¿Quieres tomar algo? —preguntó con un tono suave pero decidido, estudiándola con atención—. Un café, un té... lo que sea que te ayude a mantenerte firme. Natalia suspiró, agradeciendo el gesto. —Sí, por favor. Algo caliente. Keiden asintió, como si esa respuesta confirmara algo que ya sabía. —Espera aquí, sentada. —Hizo un ademán hacia un banco vacío cercano—. Hablaré con un oficial para que te vigile. Natalia rodó los ojos con una pequeña sonrisa en los labios. —Keiden, estaré bien —dijo con tono suave y con un toque de reproche—. No tienes que exagerar. —No estoy exagerando. —Su tono era firme—. Isabella es
El silencio en la sala era tan denso que resultaba difícil respirar. Julián mantenía una postura relajada, aunque sus ojos se fijaron en Isabella con algo parecido a la compasión. Finalmente, habló con calma, dejando caer la bomba que haría estallar los cimientos de aquella audiencia. —Sí, tuve una aventura con Isabella cuando estábamos en el extranjero. Fue breve, pero suficiente para que quedara embarazada —dijo, como si estuviera confesando algo trivial.Simón sintió que el aire le faltaba. Las palabras de Julián resonaron como un eco interminable en su mente, transportándolo al instante en que Isabella, con lágrimas en los ojos y un tono de voz convincente, le había dicho que esperaba un hijo suyo. Recordó su confusión, el desconcierto al no recordar bien aquella noche en la que habían estado juntos. La mezcla de alcohol y emociones lo había llevado a confiar ciegamente en Isabella. Había decidido darle la espalda a Natalia, acusándola de mentir y conspirar contra su hermana
El aire en la sala se sentía pesado, saturado de emociones contenidas. Natalia observaba a Simón desde su lugar, cada detalle de su expresión le traía recuerdos que preferiría olvidar. Era inevitable no pensar en aquella noche, seis años atrás, cuando se había armado de valor para pedirle que la escuchara. —Por favor, Simón, solo dame cinco minutos para explicarte —le había suplicado con lágrimas en los ojos. —No hay nada que puedas decirme para justificar lo que hiciste —respondió él con la mandíbula tensa y la mirada llena de desprecio—. Eres vil y malvada, Natalia. Mataste a mi hijo. ¿Cómo pudiste? La crueldad de sus palabras le había atravesado el alma como un cuchillo. Cansada de los constantes rechazos, Natalia sintió que algo se había roto dentro de ella, así que alzó la barbilla, mirándolo con desafío.—Si algún día te das cuenta de que te equivocaste, no me busques, Simón —le había dicho con la voz quebrada—. Estoy harta de que nunca me escuches ni creas en mí. El eco d
Al fondo del pasillo, los pasos se escuchaban cada vez más cerca. Simón, recostado contra la pared, limpió apresuradamente sus mejillas con el dorso de la mano. Su respiración estaba agitada, pero trató de calmarse, enderezando los hombros. No quería que nadie lo viera así, pero la batalla interna que libraba era más feroz de lo que podía manejar. Cuando levantó la vista, vio a Natalia caminando hacia él junto a Keiden. El rostro de Natalia estaba serio, aunque sus ojos destellaban con algo que Simón no pudo descifrar. Keiden iba a decir algo, pero Natalia alzó una mano para detenerlo. —Espera aquí —le indicó con un tono firme. Keiden frunció el ceño, claramente incómodo, pero obedeció, quedándose a una distancia prudente mientras ella avanzaba hacia Simón. El ambiente del pasillo parecía cargado de electricidad. La luz fría de los fluorescentes iluminaba las paredes de un blanco opresivo, mientras los ecos de los pasos y murmullos de otras personas en la corte resonaban a l