El aire en la sala se sentía pesado, saturado de emociones contenidas. Natalia observaba a Simón desde su lugar, cada detalle de su expresión le traía recuerdos que preferiría olvidar. Era inevitable no pensar en aquella noche, seis años atrás, cuando se había armado de valor para pedirle que la escuchara. —Por favor, Simón, solo dame cinco minutos para explicarte —le había suplicado con lágrimas en los ojos. —No hay nada que puedas decirme para justificar lo que hiciste —respondió él con la mandíbula tensa y la mirada llena de desprecio—. Eres vil y malvada, Natalia. Mataste a mi hijo. ¿Cómo pudiste? La crueldad de sus palabras le había atravesado el alma como un cuchillo. Cansada de los constantes rechazos, Natalia sintió que algo se había roto dentro de ella, así que alzó la barbilla, mirándolo con desafío.—Si algún día te das cuenta de que te equivocaste, no me busques, Simón —le había dicho con la voz quebrada—. Estoy harta de que nunca me escuches ni creas en mí. El eco d
Al fondo del pasillo, los pasos se escuchaban cada vez más cerca. Simón, recostado contra la pared, limpió apresuradamente sus mejillas con el dorso de la mano. Su respiración estaba agitada, pero trató de calmarse, enderezando los hombros. No quería que nadie lo viera así, pero la batalla interna que libraba era más feroz de lo que podía manejar. Cuando levantó la vista, vio a Natalia caminando hacia él junto a Keiden. El rostro de Natalia estaba serio, aunque sus ojos destellaban con algo que Simón no pudo descifrar. Keiden iba a decir algo, pero Natalia alzó una mano para detenerlo. —Espera aquí —le indicó con un tono firme. Keiden frunció el ceño, claramente incómodo, pero obedeció, quedándose a una distancia prudente mientras ella avanzaba hacia Simón. El ambiente del pasillo parecía cargado de electricidad. La luz fría de los fluorescentes iluminaba las paredes de un blanco opresivo, mientras los ecos de los pasos y murmullos de otras personas en la corte resonaban a l
Cuando Simón abrió los ojos de nuevo, lo primero que notó fue la mirada de Natalia, fría como el hielo, mientras sus movimientos eran calculados y evasivos. Ella no se detuvo a mirarlo directamente, pero su postura, con los brazos cruzados y el mentón ligeramente elevado, dejaba claro que no estaba de humor para conversaciones amables. Simón se pasó una mano por el cabello, despeinándolo más de lo que ya estaba, y decidió romper el incómodo silencio.—¿Sigues molesta conmigo... por lo de Julián? —preguntó en un tono casi suplicante.Natalia soltó un suspiro largo, cerrando los ojos un momento como si necesitara reunir paciencia antes de responderle.—Simón, esto no se trata sólo de Julián. —Su voz era baja, pero cargada de firmeza—. La verdad salió a la luz gracias a su testimonio, eso es cierto, pero no olvidemos que él también fue cómplice de Isabella.Simón intentó intervenir, dando un paso hacia ella.—Natalia, yo...Ella levantó una mano, interrumpiéndolo de inmediato.—Déjame
Simón soltó el aire de golpe, como si la noticia lo hubiera golpeado físicamente. Su mirada, ardiente de incredulidad y enojo, se clavó en Natalia, quien permanecía firme y tranquila frente a él. —¿Qué estás diciendo? —espetó, su voz alzándose sin control—. ¿Que te vas del país? ¿Con él? ¡Es una locura! Natalia mantuvo su postura, aunque su rostro se endureció al instante. —No tienes derecho a opinar sobre lo que hago con mi vida —replicó con frialdad—. Mucho menos a cuestionarlo. Simón avanzó un par de pasos hacia ella, como si con la cercanía pudiera convencerla. Su tono se volvió más desesperado, aunque seguía cargado de rabia. —¿Y Nathan? —inquirió, alzando las manos en un gesto exasperado—. ¿Vas a llevarte a mi hijo con un hombre con el que ni siquiera tienes una relación formal? Natalia arqueó una ceja, dejando que un leve aire de sarcasmo cruzara por su rostro. —Nathan es mi hijo, Simón —espetó cortante—. No tienes derecho a hablar como si tu opinión importara en
En casa de los Benavides, Graciela se dejaba caer en el sofá, con las manos cubriendo su rostro mientras el llanto sacudía su cuerpo. Roberto, de pie junto a la ventana, observaba la calle con expresión sombría. —Esto no cambiará nada, Graciela —dijo con dureza—. Llorar no hará que Isabella reflexione ni pague por lo que ha hecho. Graciela levantó la mirada, con los ojos enrojecidos. —Es nuestra hija, Roberto —sollozó—. ¿Cómo llegamos a esto? La dejamos manipularnos… dejamos que dañara a Natalia. —Hemos fallado como padres… y estas son las desastrosas consecuencias —murmuró Roberto con amargura.Graciela suspiró profundamente y negó con la cabeza. —No podemos ser tan duros con nosotros mismos…—Es nuestra culpa, Graciela —se volvió a ella, enojado hasta el tuétano—. ¿Qué acaso no te das cuenta todavía? Isabella es una bala perdida, Natalia tuvo razón todo este tiempo y solo le dimos la espalda.—Lo… siento —sollozó más, sintiendo la cuchilla de la culpa atravesar su pecho.—
El salón principal de la casa de los Benavides estaba sumido en una calma tensa, rota solo por el tic-tac insistente del reloj de pared. Nelly y Emilio, sentados en el amplio sofá de cuero marrón, intercambiaban miradas incómodas. Frente a ellos, Graciela y Roberto mantenían una expresión fría y contenida, aunque las líneas de tensión en sus rostros eran inconfundibles. —¿Quieren algo de tomar? —preguntó Graciela, su tono amable apenas disimulando la incomodidad que le provocaba la visita inesperada. —No, gracias —dijo Nelly con tono cortante, negando con la cabeza—. No estamos aquí para socializar. Vinimos a aclarar unas cosas. El ambiente, ya tenso, se volvió casi insoportable. Emilio se removió en su asiento, mientras Roberto fruncía el ceño, mirando a Nelly con evidente molestia. —Entonces dilo de una vez —dijo Roberto, con su voz cargada de una paciencia al borde del agotamiento. Nelly entrelazó las manos sobre su regazo y soltó un suspiro antes de hablar. —Vi las no
Simón estacionó su auto frente a la casa de los Benavides y entró con pasos rápidos, buscando a Natalia. Al llegar a la sala, lo primero que notó fue a Roberto desplomado en el sofá, respirando con dificultad, mientras Nelly gritaba órdenes por teléfono. El ambiente era tenso, cargado de reproches, y la presencia de Graciela con el rostro desencajado no ayudaba.—¿Qué demonios está pasando aquí? —preguntó Simón, avanzando hacia el centro de la sala. —¡Tus padres! —exclamó Graciela, con los ojos encendidos de rabia, señalándole con un dedo acusador—. Llegaron aquí reclamando cosas sobre Natalia e Isabella. Vinieron a insultar, a humillar. ¡Mira lo que han logrado! Simón frunció el ceño y dirigió su mirada hacia sus padres, que estaban de pie junto a la puerta, con los rostros tensos. —¿Es cierto lo que dice Graciela? —preguntó con voz grave. Emilio bajó la cabeza, incapaz de sostenerle la mirada, mientras Nelly se cruzaba de brazos, intentando mantenerse firme. —¡Solo estáb
La sala de espera parecía más pequeña ahora, como si las paredes se acercaran con cada segundo de silencio. El aire estaba cargado de tensión, denso por las palabras no dichas y las miradas evitadas. Simón cruzó los brazos, su mirada fija en el suelo mientras su mente navegaba entre recuerdos, arrepentimientos y una punzada constante que no podía ignorar. Cada vez que veía a Natalia y a Keiden juntos, algo se agitaba en su interior. Era un torbellino de emociones: celos, dolor y una sensación de pérdida que no podía nombrar.¿Qué estaba haciendo allí? Seguía sintiendo esa punzada cada vez que veía a Natalia con Keiden. ¿Acaso era una especie de masoquista?—Simón, puedes irte a casa si quieres. No tienes que quedarte aquí —dijo Graciela, rompiendo el silencio con una voz suave pero firme.Simón levantó la cabeza y negó con un movimiento lento.—No. Me quedaré un rato más. Quiero saber cómo está Roberto —respondió, evitando la mirada inquisitiva de Natalia.Natalia lo observó por un