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La sala del tribunal estaba cargada de tensión cuando el juez pidió que las nuevas evidencias fueran entregadas por uno de los guardias. Julián Moretti, con una sonrisa confiada y un maletín en mano, se acercó al estrado, mientras Simón permanecía a su lado con un semblante severo.

Pero antes de que el guardia pudiera entregar los documentos al juez, Isabella se levantó abruptamente de su asiento con una expresión de angustia exagerada.

—Me siento mal… creo que… —balbuceó, tambaleándose ligeramente como si fuera a desmayarse.

El juez, un hombre de mirada penetrante y voz severa, alzó una ceja con evidente incredulidad, visiblemente irritado.

—Señorita Benavides, no toleraré más teatros en esta sala —espetó con tono severo—. Si vuelve a fingir una descompensación, me veré obligado a mandarla directamente a prisión por obstrucción de la justicia.

Isabella se enderezó de inmediato, el rojo de la vergüenza tiñendo sus mejillas. Se dejó caer en su asiento con la espalda rígida, clavand
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