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El desconocido frunció el ceño, pero antes de que pudiera responder, un grito femenino rompió el silencio de la noche. Simón no lo pensó dos veces y corrió hacia el lugar donde estaban Carmona y Cortés.

Al llegar, vio cómo intentaban arrastrar a la joven, que ahora parecía completamente inconsciente.

—¡Déjenla en paz! —gritó, avanzando hacia ellos con determinación.

Carmona y Cortés se detuvieron, sorprendidos por la interrupción, pero rápidamente recuperaron la compostura.

—¿Qué tenemos aquí? ¿Un héroe? —se burló Cortés, dando un paso hacia Simón.

—Sé lo que hacen, y lo van a pagar —espetó Simón, con el teléfono en la mano para grabar.

Los hombres se miraron y, sin previo aviso, se abalanzaron sobre él. Simón luchó con todas sus fuerzas, pero la desventaja numérica y la fuerza de los atacantes pronto lo dejaron en el suelo, recibiendo golpes brutales.

El golpe en la mandíbula de Simón resonó en el callejón, con el sabor metálico de la sangre llenándole la boca.

No podía ceder. A
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