El desconocido frunció el ceño, pero antes de que pudiera responder, un grito femenino rompió el silencio de la noche. Simón no lo pensó dos veces y corrió hacia el lugar donde estaban Carmona y Cortés. Al llegar, vio cómo intentaban arrastrar a la joven, que ahora parecía completamente inconsciente.—¡Déjenla en paz! —gritó, avanzando hacia ellos con determinación.Carmona y Cortés se detuvieron, sorprendidos por la interrupción, pero rápidamente recuperaron la compostura. —¿Qué tenemos aquí? ¿Un héroe? —se burló Cortés, dando un paso hacia Simón.—Sé lo que hacen, y lo van a pagar —espetó Simón, con el teléfono en la mano para grabar.Los hombres se miraron y, sin previo aviso, se abalanzaron sobre él. Simón luchó con todas sus fuerzas, pero la desventaja numérica y la fuerza de los atacantes pronto lo dejaron en el suelo, recibiendo golpes brutales. El golpe en la mandíbula de Simón resonó en el callejón, con el sabor metálico de la sangre llenándole la boca. No podía ceder. A
De vuelta en su departamento, Natalia llamó a Delia mientras inspeccionaba su armario en busca de algo adecuado para la cena.—¿Cómo van las cosas? —preguntó Delia, con su tono ligero pero curioso.—Más o menos bien. Me sorprende que Keiden no me haya reclamado nada sobre Simón —dijo Natalia, con un dejo de alivio en su voz—. Fue... diferente, como si realmente confiara en mí.—Es un caballero, a diferencia del simio de Simón —respondió Delia con un bufido—. Te lo dije, Natalia, Keiden es otro nivel. Me alegra que todo esté yendo bien con él.Natalia rió suavemente y luego, con un toque de malicia, añadió:—¿Y qué hay de ti? ¿Cuándo hacemos una cita doble con el mejor amigo de Keiden?Delia soltó una risita nerviosa, y Natalia no pudo evitar imaginarla sonrojándose del otro lado del teléfono.—Bueno... no voy a negarlo. Es mi tipo de hombre, y no me molestaría que las cosas llegaran más lejos —admitió Delia, con una risa tímida que hizo sonreír a Natalia.—Entonces tenemos que planear
El rostro de Natalia palideció mientras sus dedos temblorosos deslizaban la pantalla de su teléfono. El aire se volvió denso en la sala, y un jadeo escapó de sus labios. —No puede ser —murmuró con la boca ligeramente abierta, su rostro estaba teñido de un profundo desconcierto. —¿Qué ocurre? —preguntó Keiden, preocupado al ver el cambio en su semblante. Natalia dejó el teléfono sobre la superficie de madera con un movimiento lento, casi como si temiera que el objeto la quemara. Empujó el dispositivo hacia Keiden con dedos temblorosos. —Simón… ¿entonces sí está involucrado en esto? —susurró, como si al hablar más alto las palabras se volvieran realidad. Keiden tomó el teléfono, frunciendo el ceño mientras leía rápidamente. Las mismas imágenes que habían desconcertado a Natalia también le provocaron una punzada de inquietud. —¿Crees que tiene algo que ver con ellos? ¿Que sea su cómplice? —preguntó con cautela, aunque la incredulidad en su tono era evidente. —No lo sé —respondió N
La tensión en el aire era palpable. Isabella, de pie frente a él, lo miraba con una mezcla de desesperación y sufrimiento. Su corazón latía con fuerza en su pecho, y sus palabras se ahogaban en su garganta.—Simón… —Isabella lo tomó del brazo con manos temblorosas, pero él soltó un resoplido y apartó su mirada de ella, negando con la cabeza.—No deberías estar aquí —dijo, su voz grave, tensa. El contacto de ella lo hizo sentirse aún más distante. La calidez de sus manos parecía contrastar con el hielo que se había apoderado de su interior. Tomó sus manos con firmeza y las alejó de él—. Isabella, esto no tiene nada que ver contigo.Isabella intentó mantenerse firme, pero la verdad le dolía demasiado. La angustia se reflejaba en sus ojos, y la voz le temblaba al hablar.—Claro que lo tiene —replicó, su tono quebrándose, pero con una determinación que le costaba mantener—. Me preocupo por ti porque te amo.Simón cerró los ojos, como si al hacerlo pudiera apartar las emociones que querían
Simón trató de responder, pero la verdad le quemaba la lengua, y en lugar de palabras, un profundo silencio llenó el espacio entre ellos. —Simón… —¿Qué estás diciendo? —murmuró al fin, sintiendo cómo una chispa de rabia comenzaba a encenderse en su interior. Isabella, con lágrimas corriendo libremente por sus mejillas, dio un paso hacia él, pero no hubo ternura en su expresión, solo una mezcla calculada de vulnerabilidad y dramatismo. —Te estoy diciendo la verdad, Simón —suspiró, su voz temblando con una perfección ensayada—. Natalia no es la dulce mujer que conocimos de antes. Se ha endurecido, se ha vuelto fría, como si hubiera dejado de ser humana. Simón entrecerró los ojos, su mirada fija en la de Isabella como si quisiera leer más allá de sus palabras. —¿Y no se te ocurre pensar el por qué? —la interrumpió, su tono afilado como un cuchillo—. Eres la que menos debería hablar de cambios, Isabella. Ni siquiera sé si en verdad eras quien decías ser desde el principio. L
La casa de Simón estaba en penumbra, con las cortinas cerradas y una botella de whisky sobre la mesa de cristal en el centro de la sala. Llevaba días con las palabras de Isabella taladrándole la cabeza, repitiéndose como un eco interminable. Lo que le había confesado durante su último encuentro le provocaba una mezcla de incertidumbre y rabia, pero lo que más lo atormentaba era que no podía confirmarlo. La única persona que tenía la respuesta, Natalia, le había dejado claro que no quería verlo más. Sin embargo, la frustración lo consumía. Paseaba de un lado a otro de la habitación, apretándose el puente de la nariz. Pensó en marcarle una vez más, pero recordó su último intercambio. Natalia había sido firme. —No vuelvas a buscarme, Simón. Es lo mejor para los dos. Pero, ¿cómo podía ignorar lo que Isabella había insinuado? Estaba a punto de ceder a la tentación de tomar su auto e ir directamente a casa de Natalia cuando su teléfono sonó, interrumpiendo sus pensamientos.
El señor Parker permaneció unos segundos en silencio, observando cómo la criada luchaba por mantener la compostura. La sala estaba en completo silencio, salvo por el tenue susurro del aire acondicionado y los murmullos nerviosos del público. Luego, el abogado se acercó un poco más al estrado, su expresión calmada pero inquisitiva. —Señora Beltrán, ¿puede detallar qué ocurrió exactamente la noche en que la señorita Isabella perdió a su bebé? —La firmeza en su voz dejaba claro que no aceptaría respuestas vagas. Ana Beltrán, una mujer de mediana edad con el rostro marcado por los años de trabajo duro, tragó saliva. Su mirada se dirigió instintivamente hacia Isabella, cuya expresión de advertencia era casi tangible. Ana desvió la vista rápidamente, como si el contacto visual con Isabella pudiera quemarla. Simón no apartaba la mirada de ella, tenía una expresión de frialdad implacable que le hacía sentir que la sangre se le helaba. —Yo... estaba en la cocina cuando escuché los gr
Simón salió del juzgado con pasos firmes, pero su mente era un caos. Necesitaba hablar con Isabella de inmediato, exigirle explicaciones, enfrentarse a su interminable lista de mentiras, pero al mirar alrededor se dio cuenta de que ya no estaba. Esa mujer tenía una habilidad casi sobrenatural para desaparecer cuando las cosas se complicaban. Un gruñido frustrado escapó de sus labios. Por un segundo quiso golpear algo, descargar toda esa furia contenida, pero respiró hondo y se obligó a mantener la calma. “M*****a sea, debí ser más rápido", pensó mientras su mirada barría el entorno. Fue entonces cuando vio a Roberto y Graciela, los padres de Natalia e Isabella, de pie cerca de los escalones del juzgado. Ambos lucían descompuestos, especialmente Graciela, que parecía haber estado llorando. Al notar la presencia de Simón, se acercaron con pasos rápidos. —Simón, ¿qué está pasando? —preguntó Graciela con un tono entre suplicante y desesperado—. ¿Cómo hemos llegado a esto? ¡S