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Natalia salió del restaurante con paso firme, sujetando la pequeña mano de Nathan, quien parecía algo desconcertado por el alboroto reciente.

La frescura del aire exterior le ayudó a calmarse, pero no borró el desagrado que le había causado el encuentro con Simón. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que él la alcanzara.

—Natalia, por favor… necesitamos hablar —pidió Simón con voz ahogada, deteniéndose frente a ella.

Natalia lo miró de arriba abajo, con una expresión tan gélida que podría haber congelado el tiempo.

—Mi hijo tiene hambre, Simón. No tengo tiempo para charlas inútiles —respondió con un suspiro exasperado, tomando a Nathan con más firmeza como si temiera que él pudiera absorber esa tensión.

Simón tragó saliva, desesperado por no dejarla ir.

—Solo… dame unos minutos. Por favor —la miró suplicante—. Necesito hablar contigo sobre… sobre lo que pasó.

Natalia soltó un suspiro cansado y cruzó los brazos.

—¿Qué es lo que quieres, exactamente? —inquirió
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