Arielle encantada de quedar como Bambi pero aquí el que lleva los cuernos de venado es otro. Dejenme comentarios
Amanece y siento que me pasó un m*ldito tren por encima. Cada parte de mi cuerpo duele, palpita, arde… especialmente entre las piernas. La espalda me punza, mis caderas están adoloridas y ni hablar de mi cuello. Me muevo con lentitud, gimiendo en silencio como una anciana de ochenta años tras correr una maratón, —no sé si una anciana pueda correr una maratón— pero así me siento y aún con los ojos entrecerrados, sé exactamente por qué me siento así. Es por Cassian. La noche anterior fue un torbellino. De jadeos, de gemidos contenidos, de su cuerpo dominando el mío una y otra vez. Fue rudo, sin frenos, tuvimos una especie de m*ldita guerra de piel y deseo. Me regaló placer… y ahora me deja un cuerpo que no reconozco. A duras penas logro ponerme de pie. Entro al baño arrastrando los pies, me sostengo del lavamanos y me miro en el espejo. La marca en mi cuello es amoratada, redonda… y claramente de su boca. Me inclino un poco y… ahí están sus dedos impresos en mi piel, como si me hubie
El trayecto desde que subo al auto es silencioso. Cierro los ojos y trato de no pensar en nada mientras me alejo de la mansión Harrington y respiro hondo cuando el vehículo se detiene frente a la casa de mi padre. Esa mansión de líneas limpias, frías, perfectas. Como él. Sólida, silenciosa, intocable.Al entrar, los recuerdos me golpean con fuerza. Mientras miro cada rincón, cada mueble. Porque aunque es lógico que todo esté en el mismo lugar puesto que me mudé apenas hace un par de semanas. Yo siento como si ya hubiera pasado mucho tiempo alejada de casa.—Papá —murmuro al entrar en su despacho.Mi padre está junto al ventanal, viste ropa casual pero su porte es altivo igual que siempre. Su cabello negro apenas tiene unas hebras grises que lo hacen ver más distinguido que mayor. Algo que me hace apretar los labios al recordar que solo es un par de años mayor que Cassian.Niego para mis adentros sacando esos pensamientos de mi mente y me acerco y beso su mejilla. Él apenas ladea el ros
Tres golpes suaves en la puerta me sacan de mis pensamientos. Me abrocho la camisa con lentitud mientras la voz de una empleada se filtra desde el otro lado.—Señor Harrington, su hijo lo espera en el despacho —avisa la mujer.Hago una pausa. Claro. Daniel.—Gracias —respondo sin mirar la puerta.Me acomodo el cuello de la camisa, ocultando el rastro que Arielle dejó en mi piel y de inmediato salgo de la habitación. Camino por el pasillo con paso firme, pero mi mente… mi mente sigue clavada en la noche anterior. En su cuerpo bajo el mío. En sus uñas arañándome como una felina salvaje. Como si el deseo no hubiera sido suficiente, como si necesitáramos algo más permanente. Y estos rasguñas son la prueba viviente de lo que hicimos.Cuando entro al despacho, Daniel ya está sentado frente al ventanal, con una carpeta en mano y el ceño fruncido. Se gira al oírme, y hay un brillo frío en su mirada que reconozco demasiado bien. Y es esa que muestra cuando cree que no estoy siendo honesto.—¿Qu
Siento el aire en la catedral denso, casi sofocante, mientras observo a mi alrededor sintiendo que este corse está impidiéndome respirar con normalidad.Mis dedos tiemblan alrededor del ramo de lirios blancos, pero aprieto con fuerza, intentando que nadie lo note. Las flores son perfectas, igual que todo lo demás. Porque, por supuesto, un evento como este no se lleva a cabo todos los días y todo debe ser perfecto.«Mi padre se ha asegurado de eso»Me digo a mí misma que esta boda es lo mejor para todos. Para la empresa, para mi futuro, para asegurar mi lugar en un mundo que no perdona la debilidad. Y Daniel Harrington es el esposo perfecto en ese plan cuidadosamente diseñado.Miro de reojo al hombre que está a mi lado, esperando con su porte pulcro y mirada en alto. Es atractivo, lo admito. Serio, educado, con una elegancia natural que encajaría en cualquier portada de negocios. Pero su mirada… su mirada siempre es distante, reflejando que este compromiso le importa tan poco como a mí
—No es una petición, Arielle. Es una decisión. La voz de mi padre retumba en el despacho con una calma que resulta más amenazante que cualquier grito. Está sentado detrás de su escritorio de madera oscura, con la espalda recta y las manos cruzadas sobre un expediente que lleva mi nombre. Lo observo en silencio, intentando ignorar la opresión en el pecho mientras él me sostiene la mirada con esa frialdad que tan bien domina. Imponente. Intocable. Siempre ha sido así. Un hombre que no acepta un no por respuesta. Un hombre que construyó un imperio tecnológico desde cero y que espera que su única hija esté a la altura de ese legado. —¿Por qué él? —pregunto, rompiendo el maldito silencio que flota en la habitación. Mi voz no tiembla. Nunca lo hace delante de él. —Porque no hay nadie más que pueda salvarnos —responde. Directo, sin rodeos. Mi padre nunca adorna la verdad. Afuera de este despacho, el mundo cree que seguimos siendo intocables, pero aquí dentro no hay espacio para ilusion
Me inclino contra la barra antes de responder a su pregunta, sosteniendo mi copa de whisky con la delicadeza que, si mi madre viviera, consideraría "impropia de una dama". Pero esta noche no soy una dama. Esta noche no soy la hija obediente ni la prometida perfecta que mi padre quiere que sea.—Algo así —respondo al fin, sosteniéndole la mirada.—¿Y qué se celebra? —pregunta con su voz grave. Con un tono seductor que le sale natural.—Mi última noche de libertad —suelto, elevando la copa hasta mis labios.No sé por qué lo digo. Quizá porque su presencia me hace olvidar de momento lo que había estado sintiendo.Él apoya un codo en la barra, inclinándose apenas hacia mí. Su proximidad es abrumadora.—Eso suena a un desafío —dictamina con la voz más rasposa.Me observa con esos ojos oscuros, cargados de una intensidad que no debería revolverme el estómago de esta manera. Me gusta. Más de lo que debería.—Entonces, ¿por qué sigues aquí? —pregunta, con su voz es tan baja que apenas se escu
El silencio del amanecer me envuelve cuando deslizo las sábanas con cuidado y bajo los pies al suelo alfombrado.El aire de la habitación es cálido, pero mi piel desnuda se eriza al contacto. No por frío. No realmente. Es la sensación residual de lo que pasó aquí. De lo que hice.Busco mis tacones junto a la cama, con movimientos lentos, evitando cualquier ruido innecesario. No porque me arrepienta. Tampoco es que quiera huir. Simplemente… porque ya no hay nada más que hacer aquí.Ajusto el tirante de mi vestido mientras me levanto. El satén negro está arrugado y sube demasiado en mis muslos, recordándome cómo me lo arrancó anoche con una mezcla perfecta de desesperación y control.Doy un paso hacia la puerta cuando escucho su voz.—¿Ya te vas? —pregunta con la voz ronca.Me congelo. Y no es la idea de que me haya descubierto, es ese tono tan tranquilo, como si hubiera estado esperando que lo hiciera.Me giro lentamente, encontrándome con su mirada. Está recostado contra el cabecero,
—Hemos llegado señorita —avisa el chofer sacándome de mis pensamientos. Me tomo unos minutos mirando aún por la ventanilla antes de agradecer con amabilidad y bajar del vehículo.Siento la brisa nocturna recorrer mi cuerpo. Sin pensarlo mucho camino hasta la entrada del salón. Que sin duda es elegante.Me muevo con ese aire de mujer empoderada, fingiendo que estoy segura de lo que estoy a punto de hacer, aunque por dentro, todo en mi se deshace.Acomodo un poco la tela de mi vestido y me observo en pequeño espejo que llevo en mi bolso. Rogando que el bendito maquillaje cubra mi cuerpo durante toda la noche.Escucho el sonido de mi móvil al tiempo que lo siento vibrar en mi mano, justo antes de cruzar la puerta del salón con una notificación de Rossy, mi mejor amiga.Una rápida sonrisa se dibuja en mis labios antes de leer su mensaje."Sé que este no es el compromiso que soñaste, pero saldrás de esto como siempre, con la cabeza en ato. Siento mucho no haber conseguido un vuelo, pero vo