El Padre de mi Esposo, un deseo prohibido
El Padre de mi Esposo, un deseo prohibido
Por: Lunita Karo
Prólogo

Siento el aire en la catedral denso, casi sofocante, mientras observo a mi alrededor sintiendo que este corse está impidiéndome respirar con normalidad.

Mis dedos tiemblan alrededor del ramo de lirios blancos, pero aprieto con fuerza, intentando que nadie lo note. Las flores son perfectas, igual que todo lo demás. Porque, por supuesto, un evento como este no se lleva a cabo todos los días y todo debe ser perfecto.

«Mi padre se ha asegurado de eso»

Me digo a mí misma que esta boda es lo mejor para todos. Para la empresa, para mi futuro, para asegurar mi lugar en un mundo que no perdona la debilidad. Y Daniel Harrington es el esposo perfecto en ese plan cuidadosamente diseñado.

Miro de reojo al hombre que está a mi lado, esperando con su porte pulcro y mirada en alto. Es atractivo, lo admito. Serio, educado, con una elegancia natural que encajaría en cualquier portada de negocios. Pero su mirada… su mirada siempre es distante, reflejando que este compromiso le importa tan poco como a mí.

Vuelvo mi mirada al frente porque en realidad no sé qué esperaba sentir aquí, en el altar, a minutos de unir mi vida a la de un hombre que apenas conozco. Tal vez alivio. Tal vez resignación. Pero lo único que siento es una presión fría en el estómago. Una certeza inquietante de que estoy a punto de cruzar una línea de la que no podré regresar.

Entonces un murmullo suave recorre la catedral, sacándome de mis pensamientos.

Levanto la vista, siguiendo las miradas curiosas de los invitados hacia la entrada. Alguien acaba de llegar.

Mi respiración se detiene, cuando lo veo.

Alto, de hombros anchos y porte imponente, como si el simple hecho de caminar por el pasillo fuera suficiente para reclamar el espacio como suyo. Tiene ese tipo de presencia que no necesita anunciarse para que todos giren a mirarlo. Su traje oscuro es impecable, pero no es su ropa lo que me deja helada. Es su rostro.

Porque lo reconozco.

«Es él»

El hombre con el que pasé la noche antes de este compromiso.

La sangre me martillea en los oídos mientras el recuerdo me golpea con una claridad brutal. Las luces tenues de aquel bar privado. El aroma a whisky en su aliento. La forma en que sus manos recorrieron mi piel, firmes, decididas, como si me perteneciera desde el primer momento en que nuestras miradas se cruzaron.

Solo fue una noche. Una noche en la que me permití olvidar quién era.

Una noche con un desconocido que nunca debería haber vuelto a ver.

Pero ahí está.

Avanza con calma, su mirada oscura recorriendo la catedral, hasta que me encuentra. Y se detiene.

Siento el calor subir a mis mejillas, una mezcla de vergüenza, miedo y algo más peligroso que no quiero nombrar. No debería estar aquí.

«¿Cómo es posible? ¿Cómo… por qué ha venido a mi boda?»

Mis manos tiemblan más fuerte.

Él no aparta los ojos de mí. No hay confusión en su mirada. Me reconoce. Lo sé porque siento el mismo temblor recorrer mi columna, el mismo vacío en el estómago que sentí cuando su cuerpo se enredó con el mío esa noche.

La tensión me oprime el pecho, y el aire ya no parece suficiente.

«¿Qué está haciendo aquí? ¿Quién carajos es?»

Su expresión es indescifrable, pero hay algo en la forma en que me mira que me eriza la piel. Una intensidad que me envuelve y me arrastra de vuelta a esa habitación, a las sábanas desordenadas y el calor intenso de su cuerpo sobre el mío.

No entiendo qué demonios está pasando.

Y entonces, la voz de Daniel rompe el silencio con una frialdad contenida.

—Al fin llegaste, padre.

Mi corazón se detiene.

«Padre… le dijo “padre”»

Las piezas caen de golpe, como cristales rotos perforándome el pecho.

«Él… él es Cassian Harrington»

El hombre con el que estoy a punto de casarme es hijo del desconocido con el que pasé la noche antes de este compromiso.

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