Siento el aire en la catedral denso, casi sofocante, mientras observo a mi alrededor sintiendo que este corse está impidiéndome respirar con normalidad.
Mis dedos tiemblan alrededor del ramo de lirios blancos, pero aprieto con fuerza, intentando que nadie lo note. Las flores son perfectas, igual que todo lo demás. Porque, por supuesto, un evento como este no se lleva a cabo todos los días y todo debe ser perfecto. «Mi padre se ha asegurado de eso» Me digo a mí misma que esta boda es lo mejor para todos. Para la empresa, para mi futuro, para asegurar mi lugar en un mundo que no perdona la debilidad. Y Daniel Harrington es el esposo perfecto en ese plan cuidadosamente diseñado. Miro de reojo al hombre que está a mi lado, esperando con su porte pulcro y mirada en alto. Es atractivo, lo admito. Serio, educado, con una elegancia natural que encajaría en cualquier portada de negocios. Pero su mirada… su mirada siempre es distante, reflejando que este compromiso le importa tan poco como a mí. Vuelvo mi mirada al frente porque en realidad no sé qué esperaba sentir aquí, en el altar, a minutos de unir mi vida a la de un hombre que apenas conozco. Tal vez alivio. Tal vez resignación. Pero lo único que siento es una presión fría en el estómago. Una certeza inquietante de que estoy a punto de cruzar una línea de la que no podré regresar. Entonces un murmullo suave recorre la catedral, sacándome de mis pensamientos. Levanto la vista, siguiendo las miradas curiosas de los invitados hacia la entrada. Alguien acaba de llegar. Mi respiración se detiene, cuando lo veo. Alto, de hombros anchos y porte imponente, como si el simple hecho de caminar por el pasillo fuera suficiente para reclamar el espacio como suyo. Tiene ese tipo de presencia que no necesita anunciarse para que todos giren a mirarlo. Su traje oscuro es impecable, pero no es su ropa lo que me deja helada. Es su rostro. Porque lo reconozco. «Es él» El hombre con el que pasé la noche antes de este compromiso. La sangre me martillea en los oídos mientras el recuerdo me golpea con una claridad brutal. Las luces tenues de aquel bar privado. El aroma a whisky en su aliento. La forma en que sus manos recorrieron mi piel, firmes, decididas, como si me perteneciera desde el primer momento en que nuestras miradas se cruzaron. Solo fue una noche. Una noche en la que me permití olvidar quién era. Una noche con un desconocido que nunca debería haber vuelto a ver. Pero ahí está. Avanza con calma, su mirada oscura recorriendo la catedral, hasta que me encuentra. Y se detiene. Siento el calor subir a mis mejillas, una mezcla de vergüenza, miedo y algo más peligroso que no quiero nombrar. No debería estar aquí. «¿Cómo es posible? ¿Cómo… por qué ha venido a mi boda?» Mis manos tiemblan más fuerte. Él no aparta los ojos de mí. No hay confusión en su mirada. Me reconoce. Lo sé porque siento el mismo temblor recorrer mi columna, el mismo vacío en el estómago que sentí cuando su cuerpo se enredó con el mío esa noche. La tensión me oprime el pecho, y el aire ya no parece suficiente. «¿Qué está haciendo aquí? ¿Quién carajos es?» Su expresión es indescifrable, pero hay algo en la forma en que me mira que me eriza la piel. Una intensidad que me envuelve y me arrastra de vuelta a esa habitación, a las sábanas desordenadas y el calor intenso de su cuerpo sobre el mío. No entiendo qué demonios está pasando. Y entonces, la voz de Daniel rompe el silencio con una frialdad contenida. —Al fin llegaste, padre. Mi corazón se detiene. «Padre… le dijo “padre”» Las piezas caen de golpe, como cristales rotos perforándome el pecho. «Él… él es Cassian Harrington» El hombre con el que estoy a punto de casarme es hijo del desconocido con el que pasé la noche antes de este compromiso.—No es una petición, Arielle. Es una decisión. La voz de mi padre retumba en el despacho con una calma que resulta más amenazante que cualquier grito. Está sentado detrás de su escritorio de madera oscura, con la espalda recta y las manos cruzadas sobre un expediente que lleva mi nombre. Lo observo en silencio, intentando ignorar la opresión en el pecho mientras él me sostiene la mirada con esa frialdad que tan bien domina. Imponente. Intocable. Siempre ha sido así. Un hombre que no acepta un no por respuesta. Un hombre que construyó un imperio tecnológico desde cero y que espera que su única hija esté a la altura de ese legado. —¿Por qué él? —pregunto, rompiendo el maldito silencio que flota en la habitación. Mi voz no tiembla. Nunca lo hace delante de él. —Porque no hay nadie más que pueda salvarnos —responde. Directo, sin rodeos. Mi padre nunca adorna la verdad. Afuera de este despacho, el mundo cree que seguimos siendo intocables, pero aquí dentro no hay espacio para ilusion
Me inclino contra la barra antes de responder a su pregunta, sosteniendo mi copa de whisky con la delicadeza que, si mi madre viviera, consideraría "impropia de una dama". Pero esta noche no soy una dama. Esta noche no soy la hija obediente ni la prometida perfecta que mi padre quiere que sea.—Algo así —respondo al fin, sosteniéndole la mirada.—¿Y qué se celebra? —pregunta con su voz grave. Con un tono seductor que le sale natural.—Mi última noche de libertad —suelto, elevando la copa hasta mis labios.No sé por qué lo digo. Quizá porque su presencia me hace olvidar de momento lo que había estado sintiendo.Él apoya un codo en la barra, inclinándose apenas hacia mí. Su proximidad es abrumadora.—Eso suena a un desafío —dictamina con la voz más rasposa.Me observa con esos ojos oscuros, cargados de una intensidad que no debería revolverme el estómago de esta manera. Me gusta. Más de lo que debería.—Entonces, ¿por qué sigues aquí? —pregunta, con su voz es tan baja que apenas se escu
El silencio del amanecer me envuelve cuando deslizo las sábanas con cuidado y bajo los pies al suelo alfombrado.El aire de la habitación es cálido, pero mi piel desnuda se eriza al contacto. No por frío. No realmente. Es la sensación residual de lo que pasó aquí. De lo que hice.Busco mis tacones junto a la cama, con movimientos lentos, evitando cualquier ruido innecesario. No porque me arrepienta. Tampoco es que quiera huir. Simplemente… porque ya no hay nada más que hacer aquí.Ajusto el tirante de mi vestido mientras me levanto. El satén negro está arrugado y sube demasiado en mis muslos, recordándome cómo me lo arrancó anoche con una mezcla perfecta de desesperación y control.Doy un paso hacia la puerta cuando escucho su voz.—¿Ya te vas? —pregunta con la voz ronca.Me congelo. Y no es la idea de que me haya descubierto, es ese tono tan tranquilo, como si hubiera estado esperando que lo hiciera.Me giro lentamente, encontrándome con su mirada. Está recostado contra el cabecero,
—Hemos llegado señorita —avisa el chofer sacándome de mis pensamientos. Me tomo unos minutos mirando aún por la ventanilla antes de agradecer con amabilidad y bajar del vehículo.Siento la brisa nocturna recorrer mi cuerpo. Sin pensarlo mucho camino hasta la entrada del salón. Que sin duda es elegante.Me muevo con ese aire de mujer empoderada, fingiendo que estoy segura de lo que estoy a punto de hacer, aunque por dentro, todo en mi se deshace.Acomodo un poco la tela de mi vestido y me observo en pequeño espejo que llevo en mi bolso. Rogando que el bendito maquillaje cubra mi cuerpo durante toda la noche.Escucho el sonido de mi móvil al tiempo que lo siento vibrar en mi mano, justo antes de cruzar la puerta del salón con una notificación de Rossy, mi mejor amiga.Una rápida sonrisa se dibuja en mis labios antes de leer su mensaje."Sé que este no es el compromiso que soñaste, pero saldrás de esto como siempre, con la cabeza en ato. Siento mucho no haber conseguido un vuelo, pero vo
La voz de Daniel es intensa, varonil, aunque no tan grave, como aquella que me sedujo al instante en aquel club. —El placer es mío —respondo con amabilidad, mientras nuestras manos están estrechadas, hasta que la voz del hombre que viene a su lado se alza hacía a mí. —Para mi también es un placer conocer a la prometida de mi sobrino —menciona el hombre junto a él. Afirmando mi sospecha de que es familiar suyo. —Darius Harrington —se presenta, y una brisa helada recorre mi piel cuando estrecho su mano. Su mirada me recorre de una forma extraña. —Disculpa, por un momento creí que ya te había visto antes —espeta Darius, haciendo que Daniel dirija su mirada oscura a la suya. Frunzo el ceño porque es imposible haberlo visto y no acordarme de su cara. Los hombres de esta familia, estoy segura no son fáciles de olvidar. —No lo creo —contesto con calma, ocultando el leve temblor que amenaza con traicionarme—. Estoy segura de que no lo olvidaría. Darius deja escapar una risa suave, aun
El tintineo de las copas resuena en el aire cuando una voz firme se impone sobre el murmullo de los invitados.—Y ahora, como dicta la tradición, la pareja comprometida abrirá el primer baile de la noche —avisa el maestro de ceremonias y el reflector se gira en nuestra dirección. Siento cómo mi cuerpo se tensa de inmediato. Sé que este momento es inevitable, pero eso no lo hace menos incómodo. Daniel se acerca sin prisa, mostrando la misma calma que ha mantenido hasta ahora. Sus ojos oscuros se posan en los míos mientras extiende su mano. —¿Me concederás esta pieza? —pregunta, su tono es educado y caballeroso, mientras una sonrisa un tanto arrogante se forma en sus comisuras. No tengo opción. Nadie espera que lo rechace.—Por supuesto —respondo, colocando mi mano sobre la suya, devolviéndole la misma sonrisa que me está dedicando. Su toque no es el de un hombre desesperado por reclamarme, sino el de alguien que sabe que ya me tiene atrapada, se nota seguro y decidido.Nos dirigi
El evento finalmente llega a su fin. La despedida de los invitados transcurre con la misma elegancia con la que se llevó a cabo la velada. Mi sonrisa permanece intacta, mientras mi padre y yo estrechamos manos y agradecemos la presencia de cada persona importante que asistió.Daniel, a mi lado, desempeña su papel con impecable precisión. Cordial, atento, el prometido ideal. Su voz es amable, sus gestos lo de un hombre atento. No hay torpeza ni desinterés en él, se muestra como un hombre ejemplar, como si de verdad estuviera complacido con nuestra futura unión en matrimonio.—Fue un placer acompañarlos esta noche —dice un empresario a mi padre antes de marcharse.—El placer es nuestro —responde mi padre con esa voz firme que no deja espacio a dudas.Miro de reojo a Daniel, quien sigue despidiendo a los invitados con la misma serenidad, sin prisa, sin mostrar ningún signo de impaciencia. Finge tan bien que por momentos podría creer que realmente le importa. Que de verdad está feliz por
No sé en qué momento mi vida se redujo a esto. A deslizarme por las calles con una peluca rubia barata y gafas oscuras como si estuviera planeando un atraco en vez de comprar una simple prueba de embarazo.Pero cada paso que doy me llena de una inquietud absurda, como si en cualquier momento alguien pudiera gritar:“¡Miren todos, ahí va Arielle Valmont, la futura esposa de Daniel Harrington, comprando una prueba de embarazo!” Y encima, el hijo no sería suyo.Siento la presión de cada mirada en la farmacia, aunque en realidad nadie me está prestando atención. Aun así, me mantengo alerta, avanzando entre los pasillos con la cabeza baja, fingiendo que estoy aquí por algo completamente diferente. Champú, vitaminas… lo que sea, menos lo que realmente necesito.Pero el maldito estante con las pruebas está ahí, llamándome.Tomo una caja con movimientos rápidos y discretos, como si fuera un producto prohibido.—¿Es para usted? —pregunta una voz femenina detrás del mostrador.Levanto la vista