La mansión está en silencio, ese tipo de silencio espeso que se clava entre los huesos y parece amplificar cada paso, cada respiración, cada latido en el pasillo oscuro, mientras estoy girando el pomo de la puerta. No debería. ¡Dios, no debería!Pero mi cuerpo se mueve antes que mi conciencia pueda detenerlo. Mis dedos tiemblan un poco cuando empujo la madera y me pregunto: ¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué estoy aquí? ¿No debería estar en mi habitación? ¿No acaba de prometerme Daniel que respetará el espacio, que me dará tiempo, que quiere conocerme de verdad?Y sin embargo… estoy aquí. Entrando a la habitación de su padre.Elevó mi vista sintiendo como el aroma de su comuna invade todo el espacio, oscuro varonil y tan cautivador como el hombre que lo habita. Cassian está en la cama, tiene el torso desnudo apoyado contra el cabecero de madera tallada. La luz que entra desde la ventana baña su piel en sombras y matices dorados, mostrándome una vez más la figura del pecado, ese hombre ex
Me pongo de pie, con las rodillas todavía algo débiles por lo que acabo de hacer. Mis manos tiemblan ligeramente por la adrenalina de estar en su habitación, de haberle dado sexo oral sabiendo que Daniel está en la misma casa.«Eres una maldita Arielle»Tiemblo porque sé que esto… esto… es como abrir la puerta a un infierno del que no voy a poder salir ilesa. Un infierno de un hombre para el que quizá no significó nada. Porque no quiero cegarme. No deseo pensar que hay algo más que deseo en su forma de mirarme.Por su parte Cassian no dice nada. Solo me mira. Esos ojos oscuros, depredadores, no me conceden tregua. Me recorren de arriba abajo con esa mezcla brutal de deseo y poder. Está ardiendo. Lo veo en la forma en que su pecho sube y baja, en el modo en que aprieta la mandíbula como si estuviera conteniéndose.Entonces se incorpora y sin pronunciar palabra, se deshace del pantalón de pijama. Mi garganta se cierra al verlo desnudo por completo, tan masculino, tan despiadadamente per
Cassian se mueve dentro de mí con una fuerza que me rompe en dos. Cada embestida es firme, profunda, dominante. Sus caderas chocan contra las mías como si el acto en sí pudiera borrar todo lo demás. Como si, al tomarme de esta manera, pudiera reclamar algo que siempre le ha pertenecido. Mis uñas se clavan en su espalda. No me controlo. No quiero hacerlo. Lo araño con desesperación mientras su dureza entra y sale de mí, como un castigo… o una súplica. No sé cuál de los dos es más culpable. Pero en este momento, en esta habitación, no me importa. Cassian baja la cabeza y su boca busca la mía. Me besa con la misma urgencia con la que me toma, su lengua se hunde en mi boca al mismo ritmo que su erección golpea mi centro. Me domina por completo. Me consume. Y yo me dejo llevar. Porque aquí, en esta cama, él no es mi suegro. Es solo un hombre devorándome. Un hombre que me desea con una m*ldita lujuria que no se puede fingir. Y yo… soy una mujer perdida en el fuego que él enciende. N
Siento el aire en la catedral denso, casi sofocante, mientras observo a mi alrededor sintiendo que este corse está impidiéndome respirar con normalidad.Mis dedos tiemblan alrededor del ramo de lirios blancos, pero aprieto con fuerza, intentando que nadie lo note. Las flores son perfectas, igual que todo lo demás. Porque, por supuesto, un evento como este no se lleva a cabo todos los días y todo debe ser perfecto.«Mi padre se ha asegurado de eso»Me digo a mí misma que esta boda es lo mejor para todos. Para la empresa, para mi futuro, para asegurar mi lugar en un mundo que no perdona la debilidad. Y Daniel Harrington es el esposo perfecto en ese plan cuidadosamente diseñado.Miro de reojo al hombre que está a mi lado, esperando con su porte pulcro y mirada en alto. Es atractivo, lo admito. Serio, educado, con una elegancia natural que encajaría en cualquier portada de negocios. Pero su mirada… su mirada siempre es distante, reflejando que este compromiso le importa tan poco como a mí
—No es una petición, Arielle. Es una decisión. La voz de mi padre retumba en el despacho con una calma que resulta más amenazante que cualquier grito. Está sentado detrás de su escritorio de madera oscura, con la espalda recta y las manos cruzadas sobre un expediente que lleva mi nombre. Lo observo en silencio, intentando ignorar la opresión en el pecho mientras él me sostiene la mirada con esa frialdad que tan bien domina. Imponente. Intocable. Siempre ha sido así. Un hombre que no acepta un no por respuesta. Un hombre que construyó un imperio tecnológico desde cero y que espera que su única hija esté a la altura de ese legado. —¿Por qué él? —pregunto, rompiendo el maldito silencio que flota en la habitación. Mi voz no tiembla. Nunca lo hace delante de él. —Porque no hay nadie más que pueda salvarnos —responde. Directo, sin rodeos. Mi padre nunca adorna la verdad. Afuera de este despacho, el mundo cree que seguimos siendo intocables, pero aquí dentro no hay espacio para ilusion
Me inclino contra la barra antes de responder a su pregunta, sosteniendo mi copa de whisky con la delicadeza que, si mi madre viviera, consideraría "impropia de una dama". Pero esta noche no soy una dama. Esta noche no soy la hija obediente ni la prometida perfecta que mi padre quiere que sea.—Algo así —respondo al fin, sosteniéndole la mirada.—¿Y qué se celebra? —pregunta con su voz grave. Con un tono seductor que le sale natural.—Mi última noche de libertad —suelto, elevando la copa hasta mis labios.No sé por qué lo digo. Quizá porque su presencia me hace olvidar de momento lo que había estado sintiendo.Él apoya un codo en la barra, inclinándose apenas hacia mí. Su proximidad es abrumadora.—Eso suena a un desafío —dictamina con la voz más rasposa.Me observa con esos ojos oscuros, cargados de una intensidad que no debería revolverme el estómago de esta manera. Me gusta. Más de lo que debería.—Entonces, ¿por qué sigues aquí? —pregunta, con su voz es tan baja que apenas se escu
El silencio del amanecer me envuelve cuando deslizo las sábanas con cuidado y bajo los pies al suelo alfombrado.El aire de la habitación es cálido, pero mi piel desnuda se eriza al contacto. No por frío. No realmente. Es la sensación residual de lo que pasó aquí. De lo que hice.Busco mis tacones junto a la cama, con movimientos lentos, evitando cualquier ruido innecesario. No porque me arrepienta. Tampoco es que quiera huir. Simplemente… porque ya no hay nada más que hacer aquí.Ajusto el tirante de mi vestido mientras me levanto. El satén negro está arrugado y sube demasiado en mis muslos, recordándome cómo me lo arrancó anoche con una mezcla perfecta de desesperación y control.Doy un paso hacia la puerta cuando escucho su voz.—¿Ya te vas? —pregunta con la voz ronca.Me congelo. Y no es la idea de que me haya descubierto, es ese tono tan tranquilo, como si hubiera estado esperando que lo hiciera.Me giro lentamente, encontrándome con su mirada. Está recostado contra el cabecero,
—Hemos llegado señorita —avisa el chofer sacándome de mis pensamientos. Me tomo unos minutos mirando aún por la ventanilla antes de agradecer con amabilidad y bajar del vehículo.Siento la brisa nocturna recorrer mi cuerpo. Sin pensarlo mucho camino hasta la entrada del salón. Que sin duda es elegante.Me muevo con ese aire de mujer empoderada, fingiendo que estoy segura de lo que estoy a punto de hacer, aunque por dentro, todo en mi se deshace.Acomodo un poco la tela de mi vestido y me observo en pequeño espejo que llevo en mi bolso. Rogando que el bendito maquillaje cubra mi cuerpo durante toda la noche.Escucho el sonido de mi móvil al tiempo que lo siento vibrar en mi mano, justo antes de cruzar la puerta del salón con una notificación de Rossy, mi mejor amiga.Una rápida sonrisa se dibuja en mis labios antes de leer su mensaje."Sé que este no es el compromiso que soñaste, pero saldrás de esto como siempre, con la cabeza en ato. Siento mucho no haber conseguido un vuelo, pero vo