El silencio del amanecer me envuelve cuando deslizo las sábanas con cuidado y bajo los pies al suelo alfombrado.
El aire de la habitación es cálido, pero mi piel desnuda se eriza al contacto. No por frío. No realmente. Es la sensación residual de lo que pasó aquí. De lo que hice. Busco mis tacones junto a la cama, con movimientos lentos, evitando cualquier ruido innecesario. No porque me arrepienta. Tampoco es que quiera huir. Simplemente… porque ya no hay nada más que hacer aquí. Ajusto el tirante de mi vestido mientras me levanto. El satén negro está arrugado y sube demasiado en mis muslos, recordándome cómo me lo arrancó anoche con una mezcla perfecta de desesperación y control. Doy un paso hacia la puerta cuando escucho su voz. —¿Ya te vas? —pregunta con la voz ronca. Me congelo. Y no es la idea de que me haya descubierto, es ese tono tan tranquilo, como si hubiera estado esperando que lo hiciera. Me giro lentamente, encontrándome con su mirada. Está recostado contra el cabecero, con el torso desnudo y el cabello oscuro revuelto de una forma que no debería ser tan atractiva. Verlo a luz del día sin ese antifaz, me hace apreciar bien su rostro. No hay suavidad en sus facciones. Es un hombre hecho de ángulos duros. Debe rondar en los cuarenta. Y esa mirada, que me hace querer regresar a esa cama… —No hay razón para quedarme —respondo, manteniendo la voz firme. Sus labios se curvan apenas en algo que no llega a ser una sonrisa. Más bien, es un reconocimiento silencioso. Como si supiera que esto no significó nada más allá de la noche. Y, aun así, no aparta los ojos de mí. —Te llevaré —espeta comenzando a levantarse. —No es necesario —lo detengo. Me acerco a la puerta sin esperar respuesta. Porque si me quedo un segundo más, podría empezar a preguntarme qué pasaría si aceptara. Y no puedo permitírmelo. —Como quieras. Leoncita —suelta, llamándome de la misma forma que lo hizo en toda la noche. Su voz me alcanza justo cuando mi mano toca la manija. Un escalofrío me recorre la columna al escuchar aquel apodo en su boca. Entonces abandono la habitación con la espalda erguida y sin voltear a verlo. *** El agua caliente golpea mi piel con fuerza cuando me meto a la ducha en mi habitación. Debería relajarme. Debería borrar la tensión que me recorre el cuerpo desde que crucé esa puerta. Pero no lo hace. Cierro los ojos y todo vuelve en oleadas. Su boca en mi cuello. Sus manos firmes sosteniéndome como si no pensara dejarme escapar. El modo en que me deshizo, lenta y deliberadamente, como si cada toque estuviera calculado para romperme de una forma que de verdad disfruté como nunca. Y lo peor es que lo consiguió. Nunca me he considerado alguien fácil de doblegar. He crecido rodeada de hombres poderosos que creen tener el control de todo, pero anoche… anoche fue diferente. Él no pidió permiso. No dudó. Simplemente tomó lo que quiso. Y yo lo dejé. No. Yo también lo quise. El agua resbala por mi cuerpo, pero no borra las marcas que dejó en mi piel. Marcas que no debería desear conservar. Abro los ojos y me inclino hacia adelante para cerrar la llave. El vapor llena el baño, envolviéndome en una calidez sofocante. Me acerco al espejo empañado y deslizo la mano para limpiarlo. La imagen que me devuelve no es la de una heredera perfecta. Es la de una mujer que acaba de pasar la noche perdiendo el control de la única manera en que podía permitírselo. Me inclino un poco más, inspeccionando los moretones tenues que adornan mis clavículas, la curva de mis muslos, la línea de mi cintura. Cada uno es una prueba de cómo me tomó. De cómo lo dejé hacerlo. Agarro el estuche de maquillaje con manos firmes. No porque me avergüence, sino porque no puedo permitir que nadie lo vea. Tal como mi padre me avisó. Hoy se lleva a cabo mi compromiso. Y una de las empleadas se encargó de dejar en mi habitación la tarjeta con el lugar donde se llevará a cabo la celebración. Cada movimiento es calculado mientras cubro las marcas que son visibles en mi cuerpo. Base, corrector, polvo. Hasta que mi piel vuelve a lucir impecable. Hasta que todo lo que pasó anoche queda sepultado bajo una máscara perfecta. Cuando termino, tomo el vestido que elegí para hoy. Rojo. Ajustado. Impecable. Porque si voy a conocer al hombre con quien mi padre ha decidido que me case, no lo haré luciendo como una mujer quebrada. Me visto lentamente, asegurándome de que cada pliegue caiga en su lugar. Y cuando me miro por última vez en el espejo, lo único que queda es la imagen que todos esperan de mí. Arielle Valmont. Perfecta. Intocable. La limusina me espera en la entrada cuando salgo de la mansión Valmont. El cielo está claro, sin rastros de la noche anterior, como si el universo decidiera borrar la evidencia de mi pequeña rebelión. Cuando me siento en el asiento trasero, reviso mi teléfono. Un mensaje de mi padre me espera. "Llega puntual." —Por supuesto que lo haré. No me queda otra opción —murmuro para mí misma. Respiro hondo, permitiendo que la máscara se asiente completamente antes de que el auto arranque. Porque hoy, más que nunca, necesito que nadie vea las grietas. Y sobre todo… que nadie sepa que, por una noche, fui libre.—Hemos llegado señorita —avisa el chofer sacándome de mis pensamientos. Me tomo unos minutos mirando aún por la ventanilla antes de agradecer con amabilidad y bajar del vehículo.Siento la brisa nocturna recorrer mi cuerpo. Sin pensarlo mucho camino hasta la entrada del salón. Que sin duda es elegante.Me muevo con ese aire de mujer empoderada, fingiendo que estoy segura de lo que estoy a punto de hacer, aunque por dentro, todo en mi se deshace.Acomodo un poco la tela de mi vestido y me observo en pequeño espejo que llevo en mi bolso. Rogando que el bendito maquillaje cubra mi cuerpo durante toda la noche.Escucho el sonido de mi móvil al tiempo que lo siento vibrar en mi mano, justo antes de cruzar la puerta del salón con una notificación de Rossy, mi mejor amiga.Una rápida sonrisa se dibuja en mis labios antes de leer su mensaje."Sé que este no es el compromiso que soñaste, pero saldrás de esto como siempre, con la cabeza en ato. Siento mucho no haber conseguido un vuelo, pero vo
La voz de Daniel es intensa, varonil, aunque no tan grave, como aquella que me sedujo al instante en aquel club. —El placer es mío —respondo con amabilidad, mientras nuestras manos están estrechadas, hasta que la voz del hombre que viene a su lado se alza hacía a mí. —Para mi también es un placer conocer a la prometida de mi sobrino —menciona el hombre junto a él. Afirmando mi sospecha de que es familiar suyo. —Darius Harrington —se presenta, y una brisa helada recorre mi piel cuando estrecho su mano. Su mirada me recorre de una forma extraña. —Disculpa, por un momento creí que ya te había visto antes —espeta Darius, haciendo que Daniel dirija su mirada oscura a la suya. Frunzo el ceño porque es imposible haberlo visto y no acordarme de su cara. Los hombres de esta familia, estoy segura no son fáciles de olvidar. —No lo creo —contesto con calma, ocultando el leve temblor que amenaza con traicionarme—. Estoy segura de que no lo olvidaría. Darius deja escapar una risa suave, aun
El tintineo de las copas resuena en el aire cuando una voz firme se impone sobre el murmullo de los invitados.—Y ahora, como dicta la tradición, la pareja comprometida abrirá el primer baile de la noche —avisa el maestro de ceremonias y el reflector se gira en nuestra dirección. Siento cómo mi cuerpo se tensa de inmediato. Sé que este momento es inevitable, pero eso no lo hace menos incómodo. Daniel se acerca sin prisa, mostrando la misma calma que ha mantenido hasta ahora. Sus ojos oscuros se posan en los míos mientras extiende su mano. —¿Me concederás esta pieza? —pregunta, su tono es educado y caballeroso, mientras una sonrisa un tanto arrogante se forma en sus comisuras. No tengo opción. Nadie espera que lo rechace.—Por supuesto —respondo, colocando mi mano sobre la suya, devolviéndole la misma sonrisa que me está dedicando. Su toque no es el de un hombre desesperado por reclamarme, sino el de alguien que sabe que ya me tiene atrapada, se nota seguro y decidido.Nos dirigi
El evento finalmente llega a su fin. La despedida de los invitados transcurre con la misma elegancia con la que se llevó a cabo la velada. Mi sonrisa permanece intacta, mientras mi padre y yo estrechamos manos y agradecemos la presencia de cada persona importante que asistió.Daniel, a mi lado, desempeña su papel con impecable precisión. Cordial, atento, el prometido ideal. Su voz es amable, sus gestos lo de un hombre atento. No hay torpeza ni desinterés en él, se muestra como un hombre ejemplar, como si de verdad estuviera complacido con nuestra futura unión en matrimonio.—Fue un placer acompañarlos esta noche —dice un empresario a mi padre antes de marcharse.—El placer es nuestro —responde mi padre con esa voz firme que no deja espacio a dudas.Miro de reojo a Daniel, quien sigue despidiendo a los invitados con la misma serenidad, sin prisa, sin mostrar ningún signo de impaciencia. Finge tan bien que por momentos podría creer que realmente le importa. Que de verdad está feliz por c
No sé en qué momento mi vida se redujo a esto. A deslizarme por las calles con una peluca negra barata y gafas oscuras como si estuviera planeando un atraco en vez de comprar una simple prueba de embarazo. Pero cada paso que doy me llena de una inquietud absurda, como si en cualquier momento alguien pudiera gritar: “¡Miren todos, ahí va Arielle Valmont, la futura esposa de Daniel Harrington, comprando una prueba de embarazo!” Y encima, el hijo no sería suyo. Siento la presión de cada mirada en la farmacia, aunque en realidad nadie me está prestando atención. Aun así, me mantengo alerta, avanzando entre los pasillos con la cabeza baja, fingiendo que estoy aquí por algo completamente diferente. Champú, vitaminas… lo que sea, menos lo que realmente necesito. Pero el maldito estante con las pruebas está ahí, llamándome. Tomo una caja con movimientos rápidos y discretos, como si fuera un producto prohibido. —¿Es para usted? —pregunta una voz femenina detrás del mostrador. Levanto la
Sigo repitiéndome lo mismo mientras me aferro al volante con los nudillos blancos, tratando de controlar la desesperación que me carcome. El mareo, la fatiga, las náuseas… tienen que ser otra cosa. No puedo confiar en una m*ldita prueba de farmacia. Necesito algo más certero, algo que me diga que esta pesadilla no es real. Por eso, estoy aquí, en el estacionamiento de un laboratorio privado, con las manos sudorosas y el corazón golpeando contra mis costillas. M*ldita sea esa noche. «M*ldito él» —Solo fueron unos minutos —susurro para mí misma, golpeando el volante con frustración. Unos malditos minutos antes de que se colocara el preservativo. Y yo sé, se perfectamente que incluso unos segundos sin protección son suficientes para aún embarazo, Pero ¿en serio? ¿a mí? ¿Cómo demonios es posible que algo así ocurra por un descuido tan insignificante? Golpeo el volante otra vez. Si pudiera regresar el tiempo, me patearía a mí misma por haber sido tan estúpida. Por haberme
El café está tibio en mi taza, pero apenas he tomado un sorbo.Miro el plato frente a mí. Tostadas, frutas, todo perfectamente servido, y sin embargo, el hambre brilla por su ausencia.No sé si es por los nervios, por la rutina agotadora de organizar una boda que no pedí, o por el simple hecho de que cada día que pasa me siento menos en control de mi propia vida.—No has comido nada —menciona mi padre.Levanto la mirada y lo encuentro observándome desde el otro extremo de la mesa. Su expresión es serena, pero su voz tiene ese matiz de preocupación que solo yo sé reconocer.—No tengo mucho apetito —respondo con una leve sonrisa.Mi padre suspira y deja la taza de café sobre el plato con un sonido suave. Él no es un hombre que exprese demasiado, pero conozco sus silencios.—Las cosas están avanzando rápido. Imagino que tienes muchas cosas en la cabeza —menciona con la voz un poco más suave.Asiento, sin atreverme a decir más.Él piensa que mi falta de apetito se debe al estrés por la bod
Abro los ojos con lentitud y el mundo me recibe con una extraña calma.Mi cabeza late con una ligera resaca, pero no lo suficiente como para que me arrepienta. Anoche valió la pena.Me giro un poco y sonrío al ver el suelo. Dos botellas de vino vacías, un par de copas a medio terminar, y los tacones de Rossy abandonados cerca de la mesa de centro.«Sí, definitivamente valió la pena»Un murmullo somnoliento me hace mirar hacia el otro sofá. Rossy también está despertando, estirándose perezosamente mientras su cabello negro se desordena más de lo que ya está.—Buenos días —dice con voz rasposa, frotándose los ojos.Me estiro con un suspiro y dejo caer la cabeza contra el respaldo.—Buenos días.Rossy parpadea lentamente, aún aturdida, y observa el desastre a nuestro alrededor.—Nos terminamos las dos botellas —constata en un tono casi divertido.—Sí, y ni siquiera estoy segura de cómo llegamos hasta el sofá.Ella se ríe.—Bueno, eso solo demuestra que tuvimos una gran noche.Y la tuvimos