El café está tibio en mi taza, pero apenas he tomado un sorbo.Miro el plato frente a mí. Tostadas, frutas, todo perfectamente servido, y sin embargo, el hambre brilla por su ausencia.No sé si es por los nervios, por la rutina agotadora de organizar una boda que no pedí, o por el simple hecho de que cada día que pasa me siento menos en control de mi propia vida.—No has comido nada —menciona mi padre.Levanto la mirada y lo encuentro observándome desde el otro extremo de la mesa. Su expresión es serena, pero su voz tiene ese matiz de preocupación que solo yo sé reconocer.—No tengo mucho apetito —respondo con una leve sonrisa.Mi padre suspira y deja la taza de café sobre el plato con un sonido suave. Él no es un hombre que exprese demasiado, pero conozco sus silencios.—Las cosas están avanzando rápido. Imagino que tienes muchas cosas en la cabeza —menciona con la voz un poco más suave.Asiento, sin atreverme a decir más.Él piensa que mi falta de apetito se debe al estrés por la bod
Abro los ojos con lentitud y el mundo me recibe con una extraña calma.Mi cabeza late con una ligera resaca, pero no lo suficiente como para que me arrepienta. Anoche valió la pena.Me giro un poco y sonrío al ver el suelo. Dos botellas de vino vacías, un par de copas a medio terminar, y los tacones de Rossy abandonados cerca de la mesa de centro.«Sí, definitivamente valió la pena»Un murmullo somnoliento me hace mirar hacia el otro sofá. Rossy también está despertando, estirándose perezosamente mientras su cabello negro se desordena más de lo que ya está.—Buenos días —dice con voz rasposa, frotándose los ojos.Me estiro con un suspiro y dejo caer la cabeza contra el respaldo.—Buenos días.Rossy parpadea lentamente, aún aturdida, y observa el desastre a nuestro alrededor.—Nos terminamos las dos botellas —constata en un tono casi divertido.—Sí, y ni siquiera estoy segura de cómo llegamos hasta el sofá.Ella se ríe.—Bueno, eso solo demuestra que tuvimos una gran noche.Y la tuvimos
Dos semanas despuésEl reflejo en el espejo me devuelve la imagen de una mujer vestida de blanco.Una novia.Mi cabello rubio peinado de forma elegante, enmarcando mi rostro. El maquillaje es impecable, suave, resaltando cada uno de mis rasgos de forma impactante.Ajusto los pliegues del vestido con movimientos meticulosos, ocultando en la tela mi nerviosismo, porque aunque quiera parecer fuerte y decidida, de verdad tengo nervios por este día.Observo una vez más mi reflejo. Este es vestido me hace ver hermosa. Pero no puedo evitar preguntarme qué diría mamá si pudiera verme ahora.Si me viera así, de pie frente a un espejo, preparándome para una boda que no elegí.«¿Lo habría permitido?»Cierro los ojos por un instante y permito que su imagen me invada. Su voz, su sonrisa, su calidez.Perdí a mi madre demasiado pronto, antes de que pudiera enseñarme muchas cosas. Antes de que pudiera advertirme sobre los matrimonios que no empiezan con amor, antes de que pudiera decirme si todo esto
Narrador omniscienteArielle avanzó del brazo de su padre con la gracia que la ocasión exigía. El vestido la envolvía con una perfección etérea, el velo caía sobre su cabello con delicadeza, y cada paso resonaba con la solemnidad de quien camina hacia un destino inevitable. Se veía hermosa… y al mismo tiempo, resignada.Cuando su mirada se deslizó hacia Daniel, lo encontró sonriendo. Luciendo apuesto, impecable. Pero no supo si lo hacía con genuina satisfacción o por la presión de las cámaras que capturaban cada segundo. Habían pasado cuatro semanas y no se habían visto. Y, aunque eso había permitido a Arielle un respiro de todo lo que se acercaba, no dejaba de parecerle extraño.Apretó con fuerza el ramo de lirios blancos, aferrándose a la perfección de ese día que los padres de ambos habían arreglado.Entonces, el murmullo comenzó como una brisa apenas perceptible, un cambio en la atmósfera que electrizó el ambiente. Las miradas se dirigieron a la entrada.Dirigiéndose a aquel hombre
El aire frio golpea mi rostro en cuanto cruzamos las puertas de la catedral.«Es oficial, estoy casada»Los flashes de las cámaras iluminan la fachada del templo. Invitados y periodistas se aglomeran para captar el momento en el que Daniel y yo salimos como marido y mujer. Sonrío para ellos, guardando las apariencias, para esta historia perfectamente escrita en la que somos protagonistas sin haber elegido el papel.La mano de Daniel descansa con naturalidad en la curva de mi espalda mientras nos guiamos entre las multitudes hasta la limusina que nos espera para llevarnos hasta la recepción de la boda. Todo sucede demasiado rápido, como si el mundo quisiera asegurarse de que no haya tiempo para titubear. No veo a Rossy por ningún lado, pero si veo a mi papá, quien me da un asentimiento satisfecho porque al fin su plan ha tenido éxito.Nos subimos al vehículo, y las puertas se cierran con un sonido sordo, aislándonos del bullicio, sumergiéndonos en un completo silencio. Es la primera vez
Mi corazón late freneticamente al escuchar su voz llamandome de esa forma. Cassian se apoya contra la puerta, bloqueando la única salida con una calma que me hiela la sangre.Pero no le doy la satisfacción de retroceder.No le doy la satisfacción de mostrarle lo mucho que me afecta su presencia.Deja escapar una risa baja, grave, con esa arrogancia natural que me irrita.—Debiste haberme dicho quién eras —espeta con su voz ronca, mientras con su mano frota su barba.Mi estómago se contrae.Su tono es sereno, pero la forma en que me está viendo dice todo lo contrario.No respondo.Solo lo observo con el mismo desdén con el que él me mira a mí.—O tal vez querías que descubriera la sorpresa —agrega y no se de que carajos habla, yo solo espero que nadie venga, que su presencia en este baño no cause un malentendido, porque lo último que necesito es que me relacionen con este hombre, porque si bien, es cierto que compartimos demasiado, eso fue antes del compromiso, de saber que era el mal
El sonido de la puerta cerrándose aún resuena en mis oídos, Cassian se ha ido, pero no logro moverme. Me quedo quieta, inmóvil por algunos segundos, hasta que logro retomar un poco la compostura. Mis manos se aferran al borde del lavabo con fuerza, como si necesitara sostenerme de algo tangible antes de perder la razón. «Cassian Harrington» El hombre con el que pasé la noche antes de este compromiso. El padre de mi esposo. Y un maldito hombre que aunque me cueste admitir, me atrae demasiado. El aire en el baño sigue impregnado con su presencia, su aroma marino, fresco y profundo que me recorre igual que el eco de su voz deslizándose sobre mi piel. Se siente limpio y poderoso. Mi mandíbula se tensa ante el recuerdo de sus palabras. «Bastardo» Un escalofrío recorre mi columna y, sin pensarlo, abro la llave del agua, dejando que el sonido me devuelva a la realidad. Me inclino hacia el espejo, viendo mi reflejo. Mis mejillas están rojas y lo detesto. —Espero que no lo haya not
Mis dedos rozan los de Cassian cuando coloco mi mano sobre la suya. Es una fracción de segundo, un simple contacto que no debería significar nada. Sin embargo, mi piel se eriza al instante. Su palma es cálida, firme, igual que en todas las ocasiones hasta ahora muestra una seguridad devastadora. No hay vacilación en la manera en que me sostiene, como si fuera natural que mi cuerpo encajara con el suyo. De la manera en la que ya lo hizo antes. «Lo detesto tanto» Pero detesto más lo que mi cuerpo está sintiendo en este momento. Cuando su otra mano se desliza sobre mi cintura y la presiona con sutileza. El calor atraviesa la tela de mi vestido, quemándome en un punto exacto donde nadie puede verlo, pero donde yo lo siento con una intensidad abrumadora. Es demasiado alto y mi rostro queda justo a la altura de su pecho, y cada inhalación que tomo se llena de su fragancia. Un aroma embriagador que se adhiere a mi piel como una m*ldición. Cierro los ojos un instante, tratand