58| Hasta la última gota

La mansión está en silencio, ese tipo de silencio espeso que se clava entre los huesos y parece amplificar cada paso, cada respiración, cada latido en el pasillo oscuro, mientras estoy girando el pomo de la puerta.

No debería. ¡Dios, no debería!

Pero mi cuerpo se mueve antes que mi conciencia pueda detenerlo. Mis dedos tiemblan un poco cuando empujo la madera y me pregunto: ¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué estoy aquí? ¿No debería estar en mi habitación? ¿No acaba de prometerme Daniel que respetará el espacio, que me dará tiempo, que quiere conocerme de verdad?

Y sin embargo… estoy aquí. Entrando a la habitación de su padre.

Elevó mi vista sintiendo como el aroma de su comuna invade todo el espacio, oscuro varonil y tan cautivador como el hombre que lo habita. Cassian está en la cama, tiene el torso desnudo apoyado contra el cabecero de madera tallada. La luz que entra desde la ventana baña su piel en sombras y matices dorados, mostrándome una vez más la figura del pecado, ese hombre ex
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