La voz de Daniel es intensa, varonil, aunque no tan grave, como aquella que me sedujo al instante en aquel club.
—El placer es mío —respondo con amabilidad, mientras nuestras manos están estrechadas, hasta que la voz del hombre que viene a su lado se alza hacía a mí. —Para mi también es un placer conocer a la prometida de mi sobrino —menciona el hombre junto a él. Afirmando mi sospecha de que es familiar suyo. —Darius Harrington —se presenta, y una brisa helada recorre mi piel cuando estrecho su mano. Su mirada me recorre de una forma extraña. —Disculpa, por un momento creí que ya te había visto antes —espeta Darius, haciendo que Daniel dirija su mirada oscura a la suya. Frunzo el ceño porque es imposible haberlo visto y no acordarme de su cara. Los hombres de esta familia, estoy segura no son fáciles de olvidar. —No lo creo —contesto con calma, ocultando el leve temblor que amenaza con traicionarme—. Estoy segura de que no lo olvidaría. Darius deja escapar una risa suave, aunque sus ojos no pierden el brillo inquisitivo. —Supongo que tienes razón —espeta encogiéndose de hombros. El silencio que se forma después se rompe cuando mi padre habla. —Buenas noches caballeros, pensé que Cassian estaría presente esta noche —menciona y caigo en cuenta de que vienen solos, lo que significa que el padre de Daniel no estará presente. Lo cual en realidad no es algo que me interese. Aunque me causa curiosidad que el hombre no esté presente en el compromiso de su hijo. —Les ofrecemos una disculpa. Mi padre tuvo una reunión urgente que no podía posponer —expone Daniel pareciendo sincero—. Por otro lado, mi hermana Seraphina está aun en el internado, esta semana tiene exámenes y por esa razón no está aquí —agrega. Dándome un poco más de información sobre su familia, pues no sabía que Daniel tuviera una hermana menor. —No se disculpen, se bien que algunos asuntos no se pueden dejar para después —menciona mi padre antes de disculparse y retirarse, para caminar hasta uno de los invitados que lo está buscando. Mi padre se aleja con paso firme, y luego de él, Darius también se disculpa y camina hasta un grupo de hombres dejándonos solos. —¿Te incomoda estar aquí? —pregunta Daniel de repente, su tono sigue siendo formal, aunque hay una nota más suave que antes. —No —miento, manteniendo mi postura erguida—. Estoy acostumbrada a este tipo de eventos. Sus labios se curvan apenas en una media sonrisa que no alcanza sus ojos. —Entonces díselo a tu mano —espeta señalando mi mano diestra con la mirada, que de forma inconsciente tenía completamente aferrada a la tela de mi vestido, mis nudillos incluso están blancos. Un rubor se apodera de mis mejillas, lo sé porque las siento calientes, mientras que una sonrisa ladina se muestra en las comisuras de Daniel. Una que de alguna forma me recuerda a ese hombre… Sacudo la cabeza porque debo haber bebido demasiado. —Supongo que estoy nerviosa —confieso al fin. Después de todo es el hombre con quien voy a casarme. Su gesto se vuelve un poco más serio. Por un instante baja la mirada y cuando la vuelve a mí, aquella sonrisa desaparece. —Este compromiso tampoco es de mi agrado. Pero está hecho —dice con la voz seria. Algo que no me sorprende, si yo no estoy conforme con esto, es lógico que tampoco él lo esté—. Pero ya estamos aquí, lo menos que podemos hacer es comenzar a conocernos —espeta. Cuando una voz rompe con la mirada que me está dedicando, una decidida que afirma lo que acaba de decir. —Damas y caballeros, ha llegado el momento del brindis por el compromiso de Daniel Harrington y Arielle Valmont. Los murmullos cesan mientras las copas comienzan a elevarse. Un mesero se acerca y me ofrece una copa de champán. La tomo con dedos firmes, aunque siento el peso de todas las miradas sobre nosotros. —Espero que no te moleste la formalidad —dice Daniel, apenas inclinado hacia mí—. Es parte del trato. —Nada de esto me sorprende —replico, bebiendo un sorbo para disipar el nudo que se forma en mi garganta. Él me observa por un segundo más, sus ojos oscuros fijos en los míos. El traje negro, hecho a medida, se amolda a su cuerpo de forma exquisita, resaltando sus hombros anchos y su figura imponente. Pienso que Daniel es el hombre que cualquier mujer soñaría con tener. Y, sin embargo, en este preciso instante, todo lo que siento es que estoy a punto de perder lo poco que aún me pertenece.El tintineo de las copas resuena en el aire cuando una voz firme se impone sobre el murmullo de los invitados.—Y ahora, como dicta la tradición, la pareja comprometida abrirá el primer baile de la noche —avisa el maestro de ceremonias y el reflector se gira en nuestra dirección. Siento cómo mi cuerpo se tensa de inmediato. Sé que este momento es inevitable, pero eso no lo hace menos incómodo. Daniel se acerca sin prisa, mostrando la misma calma que ha mantenido hasta ahora. Sus ojos oscuros se posan en los míos mientras extiende su mano. —¿Me concederás esta pieza? —pregunta, su tono es educado y caballeroso, mientras una sonrisa un tanto arrogante se forma en sus comisuras. No tengo opción. Nadie espera que lo rechace.—Por supuesto —respondo, colocando mi mano sobre la suya, devolviéndole la misma sonrisa que me está dedicando. Su toque no es el de un hombre desesperado por reclamarme, sino el de alguien que sabe que ya me tiene atrapada, se nota seguro y decidido.Nos dirigi
El evento finalmente llega a su fin. La despedida de los invitados transcurre con la misma elegancia con la que se llevó a cabo la velada. Mi sonrisa permanece intacta, mientras mi padre y yo estrechamos manos y agradecemos la presencia de cada persona importante que asistió.Daniel, a mi lado, desempeña su papel con impecable precisión. Cordial, atento, el prometido ideal. Su voz es amable, sus gestos lo de un hombre atento. No hay torpeza ni desinterés en él, se muestra como un hombre ejemplar, como si de verdad estuviera complacido con nuestra futura unión en matrimonio.—Fue un placer acompañarlos esta noche —dice un empresario a mi padre antes de marcharse.—El placer es nuestro —responde mi padre con esa voz firme que no deja espacio a dudas.Miro de reojo a Daniel, quien sigue despidiendo a los invitados con la misma serenidad, sin prisa, sin mostrar ningún signo de impaciencia. Finge tan bien que por momentos podría creer que realmente le importa. Que de verdad está feliz por c
No sé en qué momento mi vida se redujo a esto. A deslizarme por las calles con una peluca negra barata y gafas oscuras como si estuviera planeando un atraco en vez de comprar una simple prueba de embarazo. Pero cada paso que doy me llena de una inquietud absurda, como si en cualquier momento alguien pudiera gritar: “¡Miren todos, ahí va Arielle Valmont, la futura esposa de Daniel Harrington, comprando una prueba de embarazo!” Y encima, el hijo no sería suyo. Siento la presión de cada mirada en la farmacia, aunque en realidad nadie me está prestando atención. Aun así, me mantengo alerta, avanzando entre los pasillos con la cabeza baja, fingiendo que estoy aquí por algo completamente diferente. Champú, vitaminas… lo que sea, menos lo que realmente necesito. Pero el maldito estante con las pruebas está ahí, llamándome. Tomo una caja con movimientos rápidos y discretos, como si fuera un producto prohibido. —¿Es para usted? —pregunta una voz femenina detrás del mostrador. Levanto la
Sigo repitiéndome lo mismo mientras me aferro al volante con los nudillos blancos, tratando de controlar la desesperación que me carcome. El mareo, la fatiga, las náuseas… tienen que ser otra cosa. No puedo confiar en una m*ldita prueba de farmacia. Necesito algo más certero, algo que me diga que esta pesadilla no es real. Por eso, estoy aquí, en el estacionamiento de un laboratorio privado, con las manos sudorosas y el corazón golpeando contra mis costillas. M*ldita sea esa noche. «M*ldito él» —Solo fueron unos minutos —susurro para mí misma, golpeando el volante con frustración. Unos malditos minutos antes de que se colocara el preservativo. Y yo sé, se perfectamente que incluso unos segundos sin protección son suficientes para aún embarazo, Pero ¿en serio? ¿a mí? ¿Cómo demonios es posible que algo así ocurra por un descuido tan insignificante? Golpeo el volante otra vez. Si pudiera regresar el tiempo, me patearía a mí misma por haber sido tan estúpida. Por haberme dejado ll
El café está tibio en mi taza, pero apenas he tomado un sorbo.Miro el plato frente a mí. Tostadas, frutas, todo perfectamente servido, y sin embargo, el hambre brilla por su ausencia.No sé si es por los nervios, por la rutina agotadora de organizar una boda que no pedí, o por el simple hecho de que cada día que pasa me siento menos en control de mi propia vida.—No has comido nada —menciona mi padre.Levanto la mirada y lo encuentro observándome desde el otro extremo de la mesa. Su expresión es serena, pero su voz tiene ese matiz de preocupación que solo yo sé reconocer.—No tengo mucho apetito —respondo con una leve sonrisa.Mi padre suspira y deja la taza de café sobre el plato con un sonido suave. Él no es un hombre que exprese demasiado, pero conozco sus silencios.—Las cosas están avanzando rápido. Imagino que tienes muchas cosas en la cabeza —menciona con la voz un poco más suave.Asiento, sin atreverme a decir más.Él piensa que mi falta de apetito se debe al estrés por la bod
Abro los ojos con lentitud y el mundo me recibe con una extraña calma.Mi cabeza late con una ligera resaca, pero no lo suficiente como para que me arrepienta. Anoche valió la pena.Me giro un poco y sonrío al ver el suelo. Dos botellas de vino vacías, un par de copas a medio terminar, y los tacones de Rossy abandonados cerca de la mesa de centro.«Sí, definitivamente valió la pena»Un murmullo somnoliento me hace mirar hacia el otro sofá. Rossy también está despertando, estirándose perezosamente mientras su cabello negro se desordena más de lo que ya está.—Buenos días —dice con voz rasposa, frotándose los ojos.Me estiro con un suspiro y dejo caer la cabeza contra el respaldo.—Buenos días.Rossy parpadea lentamente, aún aturdida, y observa el desastre a nuestro alrededor.—Nos terminamos las dos botellas —constata en un tono casi divertido.—Sí, y ni siquiera estoy segura de cómo llegamos hasta el sofá.Ella se ríe.—Bueno, eso solo demuestra que tuvimos una gran noche.Y la tuvimos
Dos semanas despuésEl reflejo en el espejo me devuelve la imagen de una mujer vestida de blanco.Una novia.Mi cabello rubio peinado de forma elegante, enmarcando mi rostro. El maquillaje es impecable, suave, resaltando cada uno de mis rasgos de forma impactante.Ajusto los pliegues del vestido con movimientos meticulosos, ocultando en la tela mi nerviosismo, porque aunque quiera parecer fuerte y decidida, de verdad tengo nervios por este día.Observo una vez más mi reflejo. Este es vestido me hace ver hermosa. Pero no puedo evitar preguntarme qué diría mamá si pudiera verme ahora.Si me viera así, de pie frente a un espejo, preparándome para una boda que no elegí.«¿Lo habría permitido?»Cierro los ojos por un instante y permito que su imagen me invada. Su voz, su sonrisa, su calidez.Perdí a mi madre demasiado pronto, antes de que pudiera enseñarme muchas cosas. Antes de que pudiera advertirme sobre los matrimonios que no empiezan con amor, antes de que pudiera decirme si todo esto
Narrador omniscienteArielle avanzó del brazo de su padre con la gracia que la ocasión exigía. El vestido la envolvía con una perfección etérea, el velo caía sobre su cabello con delicadeza, y cada paso resonaba con la solemnidad de quien camina hacia un destino inevitable. Se veía hermosa… y al mismo tiempo, resignada.Cuando su mirada se deslizó hacia Daniel, lo encontró sonriendo. Luciendo apuesto, impecable. Pero no supo si lo hacía con genuina satisfacción o por la presión de las cámaras que capturaban cada segundo. Habían pasado cuatro semanas y no se habían visto. Y, aunque eso había permitido a Arielle un respiro de todo lo que se acercaba, no dejaba de parecerle extraño.Apretó con fuerza el ramo de lirios blancos, aferrándose a la perfección de ese día que los padres de ambos habían arreglado.Entonces, el murmullo comenzó como una brisa apenas perceptible, un cambio en la atmósfera que electrizó el ambiente. Las miradas se dirigieron a la entrada.Dirigiéndose a aquel hombre