La noche aparenta ser más larga de lo que debería, y yo bebo de mi copa mientras otro de los invitados se aleja. He perdido la cuenta de toda la gente con la que he tenido que hablar exactamente del mismo tema. No puedo culpar a mi hija por no desear estar en este sitio.Aunque debo reconocer que me asombra la manera en que Arielle se desenvuelve. Su sonrisa es encantadora y al no ser ajena al tema de la tecnología quien habla con ella queda completamente fascinado. «No cabe duda que traerla fue un gran acierto en todos los sentidos»El salón está lleno, contrario a la terraza que está desierta. Aislada. Perfecta.La veo avanzar hacia la baranda con ese caminar que me enloquece. El rojo de su vestido resalta incluso en la penumbra, como una advertencia... o una provocación. Tal vez ambas. El escote sobre sus pechos deja tan poco a la imaginación que mis manos ya se sienten impacientes. La brisa agita su cabello suelto, y por un momento la imagen es tan erótica que tengo que cerrar l
La copa de vino en mi mano está medio llena, pero ya no sé si es el alcohol o la forma en que ella se ríe lo que comienza a darme vértigo.Arielle se mueve con soltura entre las personas, demostrando que está hecha para este tipo de eventos. Su lenguaje es el del poder, de la elegancia, de la seguridad. Lo que pocos saben, es que también domina el de la sumisión… pero solo conmigo.Desde hace un rato, varios se han acercado a hablar con nosotros. Arielle responde con inteligencia, con cortesía, y con ese tinte seductor que solo yo logro descifrar por completo. Y cada vez que la observo, cada vez que la miro moverse, gesticular, hablar, sonreír, más deseo devorarla.No puedo negar que un aparte de mi siente repudio conmigo mismo, ante la idea de lo que soy. Porque he comportado como m*ldito enfermo. Un hombre egoísta que no ha hecho sino actuar de la forma más detestable posible.Pensar que fui yo quien presionó a Daniel para casarse y ahora no hago sino pensar en su esposa es algo que
Perspectiva de Arielle.No sé cuántas copas llevo encima. Quizá tres. O cinco. Tal vez una sola, pero estoy segura de que mis mejillas están coloradas y no puedo atribuirlo al licor.Sino a su presencia, que me inunda como si fuera un veneno lento y delicioso. Mientras siento el calor expandiéndose por todo mi cuerpo al tiempo que Cassian me está mirando. Otra vez.Sus ojos oscuros me perforan, me desnudan sin necesidad de tocarme. Son como manos invisibles que recorren mi piel, que la acarician con ese deseo sofocado que no necesita palabras. Haciendo que me sienta sensual, deseada. Viva. Como si el mundo, con sus reglas y obligaciones, se deshiciera cuando él está cerca.Levanto mi copa, y aunque debería brindar por el éxito de la empresa, por el avance tecnológico que revoluciona el mercado… solo puedo brindar por nosotros. Por eso que somos cuando nadie nos ve. Por eso que me atraviesa el vientre y me tiembla entre las piernas cuando recuerdo sus labios bajando por mi escote en la
El chofer enciende el motor del auto mientras las luces de la ciudad se deslizan sobre el parabrisas. Estoy sentada junto a Daniel, y mi cuerpo aún está tibio por la tensión acumulada de la noche. Sus dedos descansan sobre sus muslos con una seguridad elegante, su perfil es iluminado por los destellos intermitentes del tráfico. Se ve relajado, más cercano… humano. Después de días sin verlo, no parece el heredero brillante y engreído que imaginé. Hoy parece más un hombre que quiere que lo miren de verdad.—¿Te apetece una copa más antes de ir a casa? —pregunta sin apartar los ojos del camino—. Conozco un lugar privado. Discreto. Podemos hablar sin interrupciones —sugiere instándome a aceptar su oferta.Dudo por un segundo. Pero asiento. No por el vino. Por la conversación. Por todo lo que ha estado flotando entre nosotros como una niebla espesa desde la boda. Y por la incertidumbre de saber que es lo que quiere hablar conmigo.EL auto se detiene en la dirección que indicó Daniel. Me dir
Entramos a la mansión y el silencio cae como una sábana pesada sobre mis hombros.Los empleados ya están dormidos. No hay murmullos. No hay luces encendidas más allá del débil resplandor de las lámparas automáticas del pasillo.Solo estamos nosotros dos… y el eco de lo que no se dice.El sonido de nuestros pasos sobre el mármol pulido es suave, casi reverente. Subimos la escalera en silencio. Puedo ver con claridad la espalda ancha de Daniel moviéndose.Y, cuando doblamos el pasillo hacia las habitaciones, no puedo evitarlo.Mi mirada se vuelve, por reflejo, hacia la puerta cerrada de Cassian. Mi pecho se contrae. Como si esa simple dirección tuviera un imán que jala todo dentro de mí. No debería importarme. No debería arderme el estómago pensando si estará despierto, si escuchó el auto, si sabe que ya he vuelto a casa con él, con su hijo.No tiene sentido y sin embargo… me quema.Trago saliva con dificultad, bajo la vista y sigo a Daniel hasta la habitación matrimonial. Esa que he ha
La mansión está en silencio, ese tipo de silencio espeso que se clava entre los huesos y parece amplificar cada paso, cada respiración, cada latido en el pasillo oscuro, mientras estoy girando el pomo de la puerta. No debería. ¡Dios, no debería!Pero mi cuerpo se mueve antes que mi conciencia pueda detenerlo. Mis dedos tiemblan un poco cuando empujo la madera y me pregunto: ¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué estoy aquí? ¿No debería estar en mi habitación? ¿No acaba de prometerme Daniel que respetará el espacio, que me dará tiempo, que quiere conocerme de verdad?Y sin embargo… estoy aquí. Entrando a la habitación de su padre.Elevó mi vista sintiendo como el aroma de su comuna invade todo el espacio, oscuro varonil y tan cautivador como el hombre que lo habita. Cassian está en la cama, tiene el torso desnudo apoyado contra el cabecero de madera tallada. La luz que entra desde la ventana baña su piel en sombras y matices dorados, mostrándome una vez más la figura del pecado, ese hombre ex
Me pongo de pie, con las rodillas todavía algo débiles por lo que acabo de hacer. Mis manos tiemblan ligeramente por la adrenalina de estar en su habitación, de haberle dado sexo oral sabiendo que Daniel está en la misma casa.«Eres una maldita Arielle»Tiemblo porque sé que esto… esto… es como abrir la puerta a un infierno del que no voy a poder salir ilesa. Un infierno de un hombre para el que quizá no significó nada. Porque no quiero cegarme. No deseo pensar que hay algo más que deseo en su forma de mirarme.Por su parte Cassian no dice nada. Solo me mira. Esos ojos oscuros, depredadores, no me conceden tregua. Me recorren de arriba abajo con esa mezcla brutal de deseo y poder. Está ardiendo. Lo veo en la forma en que su pecho sube y baja, en el modo en que aprieta la mandíbula como si estuviera conteniéndose.Entonces se incorpora y sin pronunciar palabra, se deshace del pantalón de pijama. Mi garganta se cierra al verlo desnudo por completo, tan masculino, tan despiadadamente per
Cassian se mueve dentro de mí con una fuerza que me rompe en dos. Cada embestida es firme, profunda, dominante. Sus caderas chocan contra las mías como si el acto en sí pudiera borrar todo lo demás. Como si, al tomarme de esta manera, pudiera reclamar algo que siempre le ha pertenecido. Mis uñas se clavan en su espalda. No me controlo. No quiero hacerlo. Lo araño con desesperación mientras su dureza entra y sale de mí, como un castigo… o una súplica. No sé cuál de los dos es más culpable. Pero en este momento, en esta habitación, no me importa. Cassian baja la cabeza y su boca busca la mía. Me besa con la misma urgencia con la que me toma, su lengua se hunde en mi boca al mismo ritmo que su erección golpea mi centro. Me domina por completo. Me consume. Y yo me dejo llevar. Porque aquí, en esta cama, él no es mi suegro. Es solo un hombre devorándome. Un hombre que me desea con una m*ldita lujuria que no se puede fingir. Y yo… soy una mujer perdida en el fuego que él enciende. N