—Hemos llegado señorita —avisa el chofer sacándome de mis pensamientos. Me tomo unos minutos mirando aún por la ventanilla antes de agradecer con amabilidad y bajar del vehículo.
Siento la brisa nocturna recorrer mi cuerpo. Sin pensarlo mucho camino hasta la entrada del salón. Que sin duda es elegante. Me muevo con ese aire de mujer empoderada, fingiendo que estoy segura de lo que estoy a punto de hacer, aunque por dentro, todo en mi se deshace. Acomodo un poco la tela de mi vestido y me observo en pequeño espejo que llevo en mi bolso. Rogando que el bendito maquillaje cubra mi cuerpo durante toda la noche. Escucho el sonido de mi móvil al tiempo que lo siento vibrar en mi mano, justo antes de cruzar la puerta del salón con una notificación de Rossy, mi mejor amiga. Una rápida sonrisa se dibuja en mis labios antes de leer su mensaje. "Sé que este no es el compromiso que soñaste, pero saldrás de esto como siempre, con la cabeza en ato. Siento mucho no haber conseguido un vuelo, pero volveré para tu boda. Te quiero. Sé fuerte." Suspiro al leer que no estará presente hoy, aunque no la culpo, el compromiso se arregló literalmente en un pestañeo sin dar tiempo de nada (ni siquiera de asimilarlo) Rossy está en Francia, vivé ahí desde hace 3 años, y aunque solo la veo un par de veces al año. Sin duda me hará falta. Paso el dedo por la pantalla y le respondo con un: "Gracias, me harás falta. También te quiero" Aunque la distancia nos separe, nuestras conversaciones casi diarias siempre han sido mi único escape. Su apoyo me reconforta, aunque sé que al final nada cambiará lo que tengo que hacer hoy. Guardo el teléfono en mi bolso y respiro hondo, tomando un momento para tranquilizarme. Luego enderezo la espalda y elevo la barbilla. Las puertas del salón se abren frente a mí, y una oleada de voces, risas elegantes y el suave tintineo de copas de cristal llena el aire. El lugar destila lujo, con candelabros relucientes que cuelgan del techo y mesas adornadas con arreglos florales blancos. Todo parece perfecto. Levanto la cabeza, buscando a mi padre en la multitud. Por mi parte no hay más familia, él es lo único que tengo, pues mi madre murió cuando era pequeña y no tengo hermanos. Lo veo al fondo, parado con su postura inquebrantable, se encuentra hablando con una pareja, todos sostienen copas con champan y su charla parece amena. Cuando me acerco, su mirada se encuentra con la mía, asiente levemente sin sonreír, porque este compromiso no lo hace precisamente feliz. Por más que haya parecido insensible al pactar esta unión con los Harrington, sé que mi padre me ama, pero de la misma forma vela por esa empresa que tanto le ha costado elevar a la cima, como para verla destruida en cuestión de nada. —Todo estará bien, Arielle —me dice con tono bajo, sin que nadie más lo escuche. Hay algo en su voz que me recuerda que sabe lo que estoy sintiendo. Mi respuesta es una sonrisa que sé que es falsa, pero que cumple con el propósito de tranquilizarlo. Su mano se posa en mi hombro por un segundo. Un gesto breve, pero suficiente para que mis nervios se calmen por un instante. Tomo la copa de champan que me ofrece un mesero y bebo. Mi mirada pasa fugazmente sobre la multitud. Mientras algunos se acercan a saludarme. Nadie de aquí sabe que “Valmont Innovations” se tambalea, que depende de esta unión para mantenerse a flote. Por supuesto, el dinero sigue entrando, pero no tanto como antes. Y si el negocio no se estabiliza pronto, todo podría desmoronarse. Para ellos, esto es solo un compromiso más entre dos familias influyentes. Las miradas me siguen mientras me deslizo por el salón. Algunos con curiosidad, otros con aprobación calculada. Hay murmullos, por supuesto. Un compromiso tan repentino no pasa desapercibido. Pero nadie pregunta directamente. La copa de champan en mi mano parece ser lo único que me conecta a la realidad en este momento. Miro el líquido, observando cómo se mueve con cada pequeño giro que le doy, mientras los murmullos a mi alrededor se convierten en una especie de ruido de fondo. Mis ojos se desvían hacia la puerta, esperando ver a mi prometido llegar, aunque sigo sin saber realmente mucho de él. Solo sé lo que me ha dicho mi padre: que tiene 25 años, un año mayor que yo. Sé que estudió algo relacionado con la tecnología, aunque no sé exactamente qué. Mi padre nunca entra en detalles. Lo único que importa es que es el hijo de Cassian Harrington, que algún día heredará Vortex technologies —que actualmente sigue liderada por su padre—. Y eso es suficiente para que este matrimonio sea conveniente para ambos. Los minutos pasan y su familia aún no llega. Los demás invitados continúan su charla. Mis dedos acarician el borde de la copa cuando la puerta se abre al fondo, y todos los ojos se vuelven hacia ella. —Tu prometido ha llegado —avisa mi padre con su mano cálida en mi espalda. Lo veo entrar, Daniel Harrington. Alto, con una postura tan firme y elegante. No tiene barba, solo una mandíbula fuerte que resalta en su rostro perfectamente esculpido. Sus ojos, oscuros como la noche, recorren la sala con aparente serenidad. Lleva un traje negro perfectamente ajustado, como si estuviera hecho a medida. «No está nada mal» Lo acompaña otro hombre que debe tener alrededor de 35, a juzgar por el parecido y la similitud de su atuendo, deben ser familiares. —Arielle —dice mi padre, su voz grave y tranquila—, te presento a Daniel Harrington. Daniel me extiende la mano, y su mirada se suaviza ligeramente cuando toma la mía. Su toque es firme, controlado, como todo en él. No hay nervios, ni inseguridad y eso me agrada. Aunque es una lástima que de momento no me provoque más nada. —Un placer conocerte, Arielle.La voz de Daniel es intensa, varonil, aunque no tan grave, como aquella que me sedujo al instante en aquel club. —El placer es mío —respondo con amabilidad, mientras nuestras manos están estrechadas, hasta que la voz del hombre que viene a su lado se alza hacía a mí. —Para mi también es un placer conocer a la prometida de mi sobrino —menciona el hombre junto a él. Afirmando mi sospecha de que es familiar suyo. —Darius Harrington —se presenta, y una brisa helada recorre mi piel cuando estrecho su mano. Su mirada me recorre de una forma extraña. —Disculpa, por un momento creí que ya te había visto antes —espeta Darius, haciendo que Daniel dirija su mirada oscura a la suya. Frunzo el ceño porque es imposible haberlo visto y no acordarme de su cara. Los hombres de esta familia, estoy segura no son fáciles de olvidar. —No lo creo —contesto con calma, ocultando el leve temblor que amenaza con traicionarme—. Estoy segura de que no lo olvidaría. Darius deja escapar una risa suave, aun
El tintineo de las copas resuena en el aire cuando una voz firme se impone sobre el murmullo de los invitados.—Y ahora, como dicta la tradición, la pareja comprometida abrirá el primer baile de la noche —avisa el maestro de ceremonias y el reflector se gira en nuestra dirección. Siento cómo mi cuerpo se tensa de inmediato. Sé que este momento es inevitable, pero eso no lo hace menos incómodo. Daniel se acerca sin prisa, mostrando la misma calma que ha mantenido hasta ahora. Sus ojos oscuros se posan en los míos mientras extiende su mano. —¿Me concederás esta pieza? —pregunta, su tono es educado y caballeroso, mientras una sonrisa un tanto arrogante se forma en sus comisuras. No tengo opción. Nadie espera que lo rechace.—Por supuesto —respondo, colocando mi mano sobre la suya, devolviéndole la misma sonrisa que me está dedicando. Su toque no es el de un hombre desesperado por reclamarme, sino el de alguien que sabe que ya me tiene atrapada, se nota seguro y decidido.Nos dirigi
El evento finalmente llega a su fin. La despedida de los invitados transcurre con la misma elegancia con la que se llevó a cabo la velada. Mi sonrisa permanece intacta, mientras mi padre y yo estrechamos manos y agradecemos la presencia de cada persona importante que asistió.Daniel, a mi lado, desempeña su papel con impecable precisión. Cordial, atento, el prometido ideal. Su voz es amable, sus gestos lo de un hombre atento. No hay torpeza ni desinterés en él, se muestra como un hombre ejemplar, como si de verdad estuviera complacido con nuestra futura unión en matrimonio.—Fue un placer acompañarlos esta noche —dice un empresario a mi padre antes de marcharse.—El placer es nuestro —responde mi padre con esa voz firme que no deja espacio a dudas.Miro de reojo a Daniel, quien sigue despidiendo a los invitados con la misma serenidad, sin prisa, sin mostrar ningún signo de impaciencia. Finge tan bien que por momentos podría creer que realmente le importa. Que de verdad está feliz por
No sé en qué momento mi vida se redujo a esto. A deslizarme por las calles con una peluca rubia barata y gafas oscuras como si estuviera planeando un atraco en vez de comprar una simple prueba de embarazo.Pero cada paso que doy me llena de una inquietud absurda, como si en cualquier momento alguien pudiera gritar:“¡Miren todos, ahí va Arielle Valmont, la futura esposa de Daniel Harrington, comprando una prueba de embarazo!” Y encima, el hijo no sería suyo.Siento la presión de cada mirada en la farmacia, aunque en realidad nadie me está prestando atención. Aun así, me mantengo alerta, avanzando entre los pasillos con la cabeza baja, fingiendo que estoy aquí por algo completamente diferente. Champú, vitaminas… lo que sea, menos lo que realmente necesito.Pero el maldito estante con las pruebas está ahí, llamándome.Tomo una caja con movimientos rápidos y discretos, como si fuera un producto prohibido.—¿Es para usted? —pregunta una voz femenina detrás del mostrador.Levanto la vista
Siento el aire en la catedral denso, casi sofocante, mientras observo a mi alrededor sintiendo que este corse está impidiéndome respirar con normalidad.Mis dedos tiemblan alrededor del ramo de lirios blancos, pero aprieto con fuerza, intentando que nadie lo note. Las flores son perfectas, igual que todo lo demás. Porque, por supuesto, un evento como este no se lleva a cabo todos los días y todo debe ser perfecto.«Mi padre se ha asegurado de eso»Me digo a mí misma que esta boda es lo mejor para todos. Para la empresa, para mi futuro, para asegurar mi lugar en un mundo que no perdona la debilidad. Y Daniel Harrington es el esposo perfecto en ese plan cuidadosamente diseñado.Miro de reojo al hombre que está a mi lado, esperando con su porte pulcro y mirada en alto. Es atractivo, lo admito. Serio, educado, con una elegancia natural que encajaría en cualquier portada de negocios. Pero su mirada… su mirada siempre es distante, reflejando que este compromiso le importa tan poco como a mí
—No es una petición, Arielle. Es una decisión. La voz de mi padre retumba en el despacho con una calma que resulta más amenazante que cualquier grito. Está sentado detrás de su escritorio de madera oscura, con la espalda recta y las manos cruzadas sobre un expediente que lleva mi nombre. Lo observo en silencio, intentando ignorar la opresión en el pecho mientras él me sostiene la mirada con esa frialdad que tan bien domina. Imponente. Intocable. Siempre ha sido así. Un hombre que no acepta un no por respuesta. Un hombre que construyó un imperio tecnológico desde cero y que espera que su única hija esté a la altura de ese legado. —¿Por qué él? —pregunto, rompiendo el maldito silencio que flota en la habitación. Mi voz no tiembla. Nunca lo hace delante de él. —Porque no hay nadie más que pueda salvarnos —responde. Directo, sin rodeos. Mi padre nunca adorna la verdad. Afuera de este despacho, el mundo cree que seguimos siendo intocables, pero aquí dentro no hay espacio para ilusion
Me inclino contra la barra antes de responder a su pregunta, sosteniendo mi copa de whisky con la delicadeza que, si mi madre viviera, consideraría "impropia de una dama". Pero esta noche no soy una dama. Esta noche no soy la hija obediente ni la prometida perfecta que mi padre quiere que sea.—Algo así —respondo al fin, sosteniéndole la mirada.—¿Y qué se celebra? —pregunta con su voz grave. Con un tono seductor que le sale natural.—Mi última noche de libertad —suelto, elevando la copa hasta mis labios.No sé por qué lo digo. Quizá porque su presencia me hace olvidar de momento lo que había estado sintiendo.Él apoya un codo en la barra, inclinándose apenas hacia mí. Su proximidad es abrumadora.—Eso suena a un desafío —dictamina con la voz más rasposa.Me observa con esos ojos oscuros, cargados de una intensidad que no debería revolverme el estómago de esta manera. Me gusta. Más de lo que debería.—Entonces, ¿por qué sigues aquí? —pregunta, con su voz es tan baja que apenas se escu
El silencio del amanecer me envuelve cuando deslizo las sábanas con cuidado y bajo los pies al suelo alfombrado.El aire de la habitación es cálido, pero mi piel desnuda se eriza al contacto. No por frío. No realmente. Es la sensación residual de lo que pasó aquí. De lo que hice.Busco mis tacones junto a la cama, con movimientos lentos, evitando cualquier ruido innecesario. No porque me arrepienta. Tampoco es que quiera huir. Simplemente… porque ya no hay nada más que hacer aquí.Ajusto el tirante de mi vestido mientras me levanto. El satén negro está arrugado y sube demasiado en mis muslos, recordándome cómo me lo arrancó anoche con una mezcla perfecta de desesperación y control.Doy un paso hacia la puerta cuando escucho su voz.—¿Ya te vas? —pregunta con la voz ronca.Me congelo. Y no es la idea de que me haya descubierto, es ese tono tan tranquilo, como si hubiera estado esperando que lo hiciera.Me giro lentamente, encontrándome con su mirada. Está recostado contra el cabecero,