4| Mi prometido

—Hemos llegado señorita —avisa el chofer sacándome de mis pensamientos. Me tomo unos minutos mirando aún por la ventanilla antes de agradecer con amabilidad y bajar del vehículo.

Siento la brisa nocturna recorrer mi cuerpo. Sin pensarlo mucho camino hasta la entrada del salón. Que sin duda es elegante.

Me muevo con ese aire de mujer empoderada, fingiendo que estoy segura de lo que estoy a punto de hacer, aunque por dentro, todo en mi se deshace.

Acomodo un poco la tela de mi vestido y me observo en pequeño espejo que llevo en mi bolso. Rogando que el bendito maquillaje cubra mi cuerpo durante toda la noche.

Escucho el sonido de mi móvil al tiempo que lo siento vibrar en mi mano, justo antes de cruzar la puerta del salón con una notificación de Rossy, mi mejor amiga.

Una rápida sonrisa se dibuja en mis labios antes de leer su mensaje.

"Sé que este no es el compromiso que soñaste, pero saldrás de esto como siempre, con la cabeza en ato. Siento mucho no haber conseguido un vuelo, pero volveré para tu boda. Te quiero. Sé fuerte."

Suspiro al leer que no estará presente hoy, aunque no la culpo, el compromiso se arregló literalmente en un pestañeo sin dar tiempo de nada (ni siquiera de asimilarlo) Rossy está en Francia, vivé ahí desde hace 3 años, y aunque solo la veo un par de veces al año. Sin duda me hará falta.

Paso el dedo por la pantalla y le respondo con un: "Gracias, me harás falta. También te quiero" Aunque la distancia nos separe, nuestras conversaciones casi diarias siempre han sido mi único escape. Su apoyo me reconforta, aunque sé que al final nada cambiará lo que tengo que hacer hoy.

Guardo el teléfono en mi bolso y respiro hondo, tomando un momento para tranquilizarme. Luego enderezo la espalda y elevo la barbilla.

Las puertas del salón se abren frente a mí, y una oleada de voces, risas elegantes y el suave tintineo de copas de cristal llena el aire. El lugar destila lujo, con candelabros relucientes que cuelgan del techo y mesas adornadas con arreglos florales blancos. Todo parece perfecto.

Levanto la cabeza, buscando a mi padre en la multitud. Por mi parte no hay más familia, él es lo único que tengo, pues mi madre murió cuando era pequeña y no tengo hermanos.

Lo veo al fondo, parado con su postura inquebrantable, se encuentra hablando con una pareja, todos sostienen copas con champan y su charla parece amena.

Cuando me acerco, su mirada se encuentra con la mía, asiente levemente sin sonreír, porque este compromiso no lo hace precisamente feliz. Por más que haya parecido insensible al pactar esta unión con los Harrington, sé que mi padre me ama, pero de la misma forma vela por esa empresa que tanto le ha costado elevar a la cima, como para verla destruida en cuestión de nada.

—Todo estará bien, Arielle —me dice con tono bajo, sin que nadie más lo escuche. Hay algo en su voz que me recuerda que sabe lo que estoy sintiendo. Mi respuesta es una sonrisa que sé que es falsa, pero que cumple con el propósito de tranquilizarlo.

Su mano se posa en mi hombro por un segundo. Un gesto breve, pero suficiente para que mis nervios se calmen por un instante.

Tomo la copa de champan que me ofrece un mesero y bebo. Mi mirada pasa fugazmente sobre la multitud. Mientras algunos se acercan a saludarme. Nadie de aquí sabe que “Valmont Innovations” se tambalea, que depende de esta unión para mantenerse a flote. Por supuesto, el dinero sigue entrando, pero no tanto como antes. Y si el negocio no se estabiliza pronto, todo podría desmoronarse. Para ellos, esto es solo un compromiso más entre dos familias influyentes.

Las miradas me siguen mientras me deslizo por el salón. Algunos con curiosidad, otros con aprobación calculada. Hay murmullos, por supuesto. Un compromiso tan repentino no pasa desapercibido. Pero nadie pregunta directamente.

La copa de champan en mi mano parece ser lo único que me conecta a la realidad en este momento. Miro el líquido, observando cómo se mueve con cada pequeño giro que le doy, mientras los murmullos a mi alrededor se convierten en una especie de ruido de fondo.

Mis ojos se desvían hacia la puerta, esperando ver a mi prometido llegar, aunque sigo sin saber realmente mucho de él. Solo sé lo que me ha dicho mi padre: que tiene 25 años, un año mayor que yo. Sé que estudió algo relacionado con la tecnología, aunque no sé exactamente qué. Mi padre nunca entra en detalles. Lo único que importa es que es el hijo de Cassian Harrington, que algún día heredará Vortex technologies —que actualmente sigue liderada por su padre—. Y eso es suficiente para que este matrimonio sea conveniente para ambos.

Los minutos pasan y su familia aún no llega. Los demás invitados continúan su charla.

Mis dedos acarician el borde de la copa cuando la puerta se abre al fondo, y todos los ojos se vuelven hacia ella.

—Tu prometido ha llegado —avisa mi padre con su mano cálida en mi espalda.

Lo veo entrar, Daniel Harrington. Alto, con una postura tan firme y elegante. No tiene barba, solo una mandíbula fuerte que resalta en su rostro perfectamente esculpido. Sus ojos, oscuros como la noche, recorren la sala con aparente serenidad.

Lleva un traje negro perfectamente ajustado, como si estuviera hecho a medida.

«No está nada mal»

Lo acompaña otro hombre que debe tener alrededor de 35, a juzgar por el parecido y la similitud de su atuendo, deben ser familiares.

—Arielle —dice mi padre, su voz grave y tranquila—, te presento a Daniel Harrington.

Daniel me extiende la mano, y su mirada se suaviza ligeramente cuando toma la mía. Su toque es firme, controlado, como todo en él. No hay nervios, ni inseguridad y eso me agrada. Aunque es una lástima que de momento no me provoque más nada.

—Un placer conocerte, Arielle.

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