Me inclino contra la barra antes de responder a su pregunta, sosteniendo mi copa de whisky con la delicadeza que, si mi madre viviera, consideraría "impropia de una dama". Pero esta noche no soy una dama. Esta noche no soy la hija obediente ni la prometida perfecta que mi padre quiere que sea.
—Algo así —respondo al fin, sosteniéndole la mirada. —¿Y qué se celebra? —pregunta con su voz grave. Con un tono seductor que le sale natural. —Mi última noche de libertad —suelto, elevando la copa hasta mis labios. No sé por qué lo digo. Quizá porque su presencia me hace olvidar de momento lo que había estado sintiendo. Él apoya un codo en la barra, inclinándose apenas hacia mí. Su proximidad es abrumadora. —Eso suena a un desafío —dictamina con la voz más rasposa. Me observa con esos ojos oscuros, cargados de una intensidad que no debería revolverme el estómago de esta manera. Me gusta. Más de lo que debería. —Entonces, ¿por qué sigues aquí? —pregunta, con su voz es tan baja que apenas se escucha sobre la música—. Si no buscas algo… o a alguien —sisea y lo interrumpo antes de que termine. —Tal vez ya encontré lo que buscaba —susurró cerca de sus labios. El comentario sale antes de que pueda frenarlo. Me sorprende a mí misma, pero no me arrepiento. Un destello se enciende en sus ojos. Una chispa de interés real. Como si no esperara que le respondiera de ese modo. —¿Eres mayor de edad? —cuestiona con una sonrisa arrogante. —Lo soy —respondo y veo sus comisuras elevarse. Es un hombre peligroso, de esos que no se detienen cuando quieren algo. Y ahora mismo, sé que me quiere a mí. ¡Y, demonios, yo también lo quiero a él! —¿Cómo te llamas? —pregunta, aunque su tono deja claro que no le importa tanto el nombre como lo que viene después. —Como quieras llamarme —manifiesto, porque no pretendo hacerme su amiga, y estoy segura de que no lo veré después de esta noche. —Como quieras, Leoncita —susurra acariciando la línea de mi mandíbula, tomando uno de los mechones de mi cabello rubio. Su toque se siente ardiente, no sé si es el licor, el lugar, o las abrumadoras ganas que tenía de escapar de mi vida por un momento. Pero cuando acerca más su rostro, no lo detengo, entonces siento sus labios aplastarse sobre los míos. Su boca sabe a whisky, se siente cálida y ardiente. Apenas nuestros labios se rozan, él me atrapa con una intensidad que me desarma. Su mano se desliza firme por mi nuca, obligándome a inclinar la cabeza mientras su lengua se abre paso entre mis labios, reclamándome como si le perteneciera. Gime bajo, un sonido grave que retumba en mi pecho y me hace temblar. El sabor del licor me embriaga al mezclarse con el mío, y no puedo pensar, no quiero hacerlo. Solo puedo sentir. Me muerde el labio inferior con una mezcla de furia y deseo que me arranca un jadeo ahogado. El dolor dulce se extiende en mi boca cuando su lengua vuelve a deslizarse con un hambre brutal, saboreándome, devorándome. Es brusco, intenso… como si no pudiera tener suficiente de mí. Mi corazón golpea con fuerza contra mis costillas cuando su cuerpo se pega más al mío, su calor me abrasa y sus dedos se hunden en mi cintura como si quisiera asegurarse de que no escape. Pero ¿cómo podría hacerlo? si su boca es un maldito vicio del que no quiero salir. Siento su mano recorrer mi cuerpo y en este momento no me importa que haya gente alrededor nuestro, aprieto sus brazos sobre la tela de su traje y siento sus músculos tensarse. Cuando se aparta, mis labios arden con el rastro de su boca. Apenas deja espacio entre nosotros, pero lo suficiente para que sus ojos me atrapen. Oscuros. Voraces. Una sonrisa se dibuja en su rostro, ladeada, arrogante, como si ya supiera la respuesta a cualquier pregunta que esté por hacerme. —Podemos irnos… o quedarnos —murmura con esa voz densa, rasposa, que parece acariciarme por dentro. Su invitación no es inocente. Puesto que en este club hay habitaciones. La forma en que su pulgar roza la comisura de mi boca, como si le divirtiera la hinchazón que dejó en mis labios, me hace desear más. Mi cuerpo debería retroceder, advertirme que él no es seguro, que no es un hombre con el que se juega. Pero no lo hago. Quiero quedarme. Cuando accedo él se gira sin esperar respuesta, caminando con esa seguridad indomable que lo define. Y yo lo sigo. La música late a mi espalda, un ritmo oscuro y envolvente que parece acompasar el deseo que corre por mis venas. Cada paso que doy tras él es una elección. Una rendición silenciosa. Subimos unas escaleras escondidas detrás de una puerta discreta, alejándonos del ruido y las miradas curiosas. El aire se vuelve más denso cuando me conduce a un pasillo iluminado por luces tenues, hasta detenerse frente a una puerta al fondo, distinta a todas las demás. Más grande. Más imponente. La más especial de este lugar. Se apoya en el marco, observándome con esa mirada bajo el antifaz que me desnuda y me aprisiona a la vez. —Última oportunidad… —Su voz es más baja, más peligrosa—. ¿Segura de que no quieres irte? No contesto. No puedo. Me acerco en silencio, reclamando su boca con una urgencia que me consume. Mi beso es mi respuesta, desesperada y rotunda, mientras niego sin palabras. Él sonríe contra mis labios, satisfecho… como si acabara de ganar una batalla. Y en ese momento, sé que no hay vuelta atrás.El silencio del amanecer me envuelve cuando deslizo las sábanas con cuidado y bajo los pies al suelo alfombrado.El aire de la habitación es cálido, pero mi piel desnuda se eriza al contacto. No por frío. No realmente. Es la sensación residual de lo que pasó aquí. De lo que hice.Busco mis tacones junto a la cama, con movimientos lentos, evitando cualquier ruido innecesario. No porque me arrepienta. Tampoco es que quiera huir. Simplemente… porque ya no hay nada más que hacer aquí.Ajusto el tirante de mi vestido mientras me levanto. El satén negro está arrugado y sube demasiado en mis muslos, recordándome cómo me lo arrancó anoche con una mezcla perfecta de desesperación y control.Doy un paso hacia la puerta cuando escucho su voz.—¿Ya te vas? —pregunta con la voz ronca.Me congelo. Y no es la idea de que me haya descubierto, es ese tono tan tranquilo, como si hubiera estado esperando que lo hiciera.Me giro lentamente, encontrándome con su mirada. Está recostado contra el cabecero,
—Hemos llegado señorita —avisa el chofer sacándome de mis pensamientos. Me tomo unos minutos mirando aún por la ventanilla antes de agradecer con amabilidad y bajar del vehículo.Siento la brisa nocturna recorrer mi cuerpo. Sin pensarlo mucho camino hasta la entrada del salón. Que sin duda es elegante.Me muevo con ese aire de mujer empoderada, fingiendo que estoy segura de lo que estoy a punto de hacer, aunque por dentro, todo en mi se deshace.Acomodo un poco la tela de mi vestido y me observo en pequeño espejo que llevo en mi bolso. Rogando que el bendito maquillaje cubra mi cuerpo durante toda la noche.Escucho el sonido de mi móvil al tiempo que lo siento vibrar en mi mano, justo antes de cruzar la puerta del salón con una notificación de Rossy, mi mejor amiga.Una rápida sonrisa se dibuja en mis labios antes de leer su mensaje."Sé que este no es el compromiso que soñaste, pero saldrás de esto como siempre, con la cabeza en ato. Siento mucho no haber conseguido un vuelo, pero vo
La voz de Daniel es intensa, varonil, aunque no tan grave, como aquella que me sedujo al instante en aquel club. —El placer es mío —respondo con amabilidad, mientras nuestras manos están estrechadas, hasta que la voz del hombre que viene a su lado se alza hacía a mí. —Para mi también es un placer conocer a la prometida de mi sobrino —menciona el hombre junto a él. Afirmando mi sospecha de que es familiar suyo. —Darius Harrington —se presenta, y una brisa helada recorre mi piel cuando estrecho su mano. Su mirada me recorre de una forma extraña. —Disculpa, por un momento creí que ya te había visto antes —espeta Darius, haciendo que Daniel dirija su mirada oscura a la suya. Frunzo el ceño porque es imposible haberlo visto y no acordarme de su cara. Los hombres de esta familia, estoy segura no son fáciles de olvidar. —No lo creo —contesto con calma, ocultando el leve temblor que amenaza con traicionarme—. Estoy segura de que no lo olvidaría. Darius deja escapar una risa suave, aun
El tintineo de las copas resuena en el aire cuando una voz firme se impone sobre el murmullo de los invitados.—Y ahora, como dicta la tradición, la pareja comprometida abrirá el primer baile de la noche —avisa el maestro de ceremonias y el reflector se gira en nuestra dirección. Siento cómo mi cuerpo se tensa de inmediato. Sé que este momento es inevitable, pero eso no lo hace menos incómodo. Daniel se acerca sin prisa, mostrando la misma calma que ha mantenido hasta ahora. Sus ojos oscuros se posan en los míos mientras extiende su mano. —¿Me concederás esta pieza? —pregunta, su tono es educado y caballeroso, mientras una sonrisa un tanto arrogante se forma en sus comisuras. No tengo opción. Nadie espera que lo rechace.—Por supuesto —respondo, colocando mi mano sobre la suya, devolviéndole la misma sonrisa que me está dedicando. Su toque no es el de un hombre desesperado por reclamarme, sino el de alguien que sabe que ya me tiene atrapada, se nota seguro y decidido.Nos dirigi
El evento finalmente llega a su fin. La despedida de los invitados transcurre con la misma elegancia con la que se llevó a cabo la velada. Mi sonrisa permanece intacta, mientras mi padre y yo estrechamos manos y agradecemos la presencia de cada persona importante que asistió.Daniel, a mi lado, desempeña su papel con impecable precisión. Cordial, atento, el prometido ideal. Su voz es amable, sus gestos lo de un hombre atento. No hay torpeza ni desinterés en él, se muestra como un hombre ejemplar, como si de verdad estuviera complacido con nuestra futura unión en matrimonio.—Fue un placer acompañarlos esta noche —dice un empresario a mi padre antes de marcharse.—El placer es nuestro —responde mi padre con esa voz firme que no deja espacio a dudas.Miro de reojo a Daniel, quien sigue despidiendo a los invitados con la misma serenidad, sin prisa, sin mostrar ningún signo de impaciencia. Finge tan bien que por momentos podría creer que realmente le importa. Que de verdad está feliz por
No sé en qué momento mi vida se redujo a esto. A deslizarme por las calles con una peluca rubia barata y gafas oscuras como si estuviera planeando un atraco en vez de comprar una simple prueba de embarazo.Pero cada paso que doy me llena de una inquietud absurda, como si en cualquier momento alguien pudiera gritar:“¡Miren todos, ahí va Arielle Valmont, la futura esposa de Daniel Harrington, comprando una prueba de embarazo!” Y encima, el hijo no sería suyo.Siento la presión de cada mirada en la farmacia, aunque en realidad nadie me está prestando atención. Aun así, me mantengo alerta, avanzando entre los pasillos con la cabeza baja, fingiendo que estoy aquí por algo completamente diferente. Champú, vitaminas… lo que sea, menos lo que realmente necesito.Pero el maldito estante con las pruebas está ahí, llamándome.Tomo una caja con movimientos rápidos y discretos, como si fuera un producto prohibido.—¿Es para usted? —pregunta una voz femenina detrás del mostrador.Levanto la vista
Siento el aire en la catedral denso, casi sofocante, mientras observo a mi alrededor sintiendo que este corse está impidiéndome respirar con normalidad.Mis dedos tiemblan alrededor del ramo de lirios blancos, pero aprieto con fuerza, intentando que nadie lo note. Las flores son perfectas, igual que todo lo demás. Porque, por supuesto, un evento como este no se lleva a cabo todos los días y todo debe ser perfecto.«Mi padre se ha asegurado de eso»Me digo a mí misma que esta boda es lo mejor para todos. Para la empresa, para mi futuro, para asegurar mi lugar en un mundo que no perdona la debilidad. Y Daniel Harrington es el esposo perfecto en ese plan cuidadosamente diseñado.Miro de reojo al hombre que está a mi lado, esperando con su porte pulcro y mirada en alto. Es atractivo, lo admito. Serio, educado, con una elegancia natural que encajaría en cualquier portada de negocios. Pero su mirada… su mirada siempre es distante, reflejando que este compromiso le importa tan poco como a mí
—No es una petición, Arielle. Es una decisión. La voz de mi padre retumba en el despacho con una calma que resulta más amenazante que cualquier grito. Está sentado detrás de su escritorio de madera oscura, con la espalda recta y las manos cruzadas sobre un expediente que lleva mi nombre. Lo observo en silencio, intentando ignorar la opresión en el pecho mientras él me sostiene la mirada con esa frialdad que tan bien domina. Imponente. Intocable. Siempre ha sido así. Un hombre que no acepta un no por respuesta. Un hombre que construyó un imperio tecnológico desde cero y que espera que su única hija esté a la altura de ese legado. —¿Por qué él? —pregunto, rompiendo el maldito silencio que flota en la habitación. Mi voz no tiembla. Nunca lo hace delante de él. —Porque no hay nadie más que pueda salvarnos —responde. Directo, sin rodeos. Mi padre nunca adorna la verdad. Afuera de este despacho, el mundo cree que seguimos siendo intocables, pero aquí dentro no hay espacio para ilusion