2| No hay vuelta atrás

Me inclino contra la barra antes de responder a su pregunta, sosteniendo mi copa de whisky con la delicadeza que, si mi madre viviera, consideraría "impropia de una dama". Pero esta noche no soy una dama. Esta noche no soy la hija obediente ni la prometida perfecta que mi padre quiere que sea.

—Algo así —respondo al fin, sosteniéndole la mirada.

—¿Y qué se celebra? —pregunta con su voz grave. Con un tono seductor que le sale natural.

—Mi última noche de libertad —suelto, elevando la copa hasta mis labios.

No sé por qué lo digo. Quizá porque su presencia me hace olvidar de momento lo que había estado sintiendo.

Él apoya un codo en la barra, inclinándose apenas hacia mí. Su proximidad es abrumadora.

—Eso suena a un desafío —dictamina con la voz más rasposa.

Me observa con esos ojos oscuros, cargados de una intensidad que no debería revolverme el estómago de esta manera. Me gusta. Más de lo que debería.

—Entonces, ¿por qué sigues aquí? —pregunta, con su voz es tan baja que apenas se escucha sobre la música—. Si no buscas algo… o a alguien —sisea y lo interrumpo antes de que termine.

—Tal vez ya encontré lo que buscaba —susurró cerca de sus labios.

El comentario sale antes de que pueda frenarlo. Me sorprende a mí misma, pero no me arrepiento.

Un destello se enciende en sus ojos. Una chispa de interés real. Como si no esperara que le respondiera de ese modo.

—¿Eres mayor de edad? —cuestiona con una sonrisa arrogante.

—Lo soy —respondo y veo sus comisuras elevarse. Es un hombre peligroso, de esos que no se detienen cuando quieren algo. Y ahora mismo, sé que me quiere a mí.

¡Y, demonios, yo también lo quiero a él!

—¿Cómo te llamas? —pregunta, aunque su tono deja claro que no le importa tanto el nombre como lo que viene después.

—Como quieras llamarme —manifiesto, porque no pretendo hacerme su amiga, y estoy segura de que no lo veré después de esta noche.

—Como quieras, Leoncita —susurra acariciando la línea de mi mandíbula, tomando uno de los mechones de mi cabello rubio.

Su toque se siente ardiente, no sé si es el licor, el lugar, o las abrumadoras ganas que tenía de escapar de mi vida por un momento. Pero cuando acerca más su rostro, no lo detengo, entonces siento sus labios aplastarse sobre los míos.

Su boca sabe a whisky, se siente cálida y ardiente. Apenas nuestros labios se rozan, él me atrapa con una intensidad que me desarma. Su mano se desliza firme por mi nuca, obligándome a inclinar la cabeza mientras su lengua se abre paso entre mis labios, reclamándome como si le perteneciera.

Gime bajo, un sonido grave que retumba en mi pecho y me hace temblar. El sabor del licor me embriaga al mezclarse con el mío, y no puedo pensar, no quiero hacerlo. Solo puedo sentir.

Me muerde el labio inferior con una mezcla de furia y deseo que me arranca un jadeo ahogado. El dolor dulce se extiende en mi boca cuando su lengua vuelve a deslizarse con un hambre brutal, saboreándome, devorándome. Es brusco, intenso… como si no pudiera tener suficiente de mí.

Mi corazón golpea con fuerza contra mis costillas cuando su cuerpo se pega más al mío, su calor me abrasa y sus dedos se hunden en mi cintura como si quisiera asegurarse de que no escape. Pero ¿cómo podría hacerlo? si su boca es un maldito vicio del que no quiero salir.

Siento su mano recorrer mi cuerpo y en este momento no me importa que haya gente alrededor nuestro, aprieto sus brazos sobre la tela de su traje y siento sus músculos tensarse.

Cuando se aparta, mis labios arden con el rastro de su boca. Apenas deja espacio entre nosotros, pero lo suficiente para que sus ojos me atrapen. Oscuros. Voraces. Una sonrisa se dibuja en su rostro, ladeada, arrogante, como si ya supiera la respuesta a cualquier pregunta que esté por hacerme.

—Podemos irnos… o quedarnos —murmura con esa voz densa, rasposa, que parece acariciarme por dentro.

Su invitación no es inocente. Puesto que en este club hay habitaciones.

La forma en que su pulgar roza la comisura de mi boca, como si le divirtiera la hinchazón que dejó en mis labios, me hace desear más. Mi cuerpo debería retroceder, advertirme que él no es seguro, que no es un hombre con el que se juega. Pero no lo hago. Quiero quedarme.

Cuando accedo él se gira sin esperar respuesta, caminando con esa seguridad indomable que lo define. Y yo lo sigo. La música late a mi espalda, un ritmo oscuro y envolvente que parece acompasar el deseo que corre por mis venas. Cada paso que doy tras él es una elección. Una rendición silenciosa.

Subimos unas escaleras escondidas detrás de una puerta discreta, alejándonos del ruido y las miradas curiosas. El aire se vuelve más denso cuando me conduce a un pasillo iluminado por luces tenues, hasta detenerse frente a una puerta al fondo, distinta a todas las demás. Más grande. Más imponente. La más especial de este lugar.

Se apoya en el marco, observándome con esa mirada bajo el antifaz que me desnuda y me aprisiona a la vez.

—Última oportunidad… —Su voz es más baja, más peligrosa—. ¿Segura de que no quieres irte?

No contesto. No puedo. Me acerco en silencio, reclamando su boca con una urgencia que me consume. Mi beso es mi respuesta, desesperada y rotunda, mientras niego sin palabras. Él sonríe contra mis labios, satisfecho… como si acabara de ganar una batalla.

Y en ese momento, sé que no hay vuelta atrás.

Sigue leyendo en Buenovela
Escanea el código para descargar la APP

Capítulos relacionados

Último capítulo

Escanea el código para leer en la APP