Tengo tantas ideas revoloteando en mi cabeza que me cuesta elegir una. Es un caos creativo, una tormenta de ocurrencias que se empujan unas a otras exigiendo protagonismo… Y en medio de todo, la voz de Elizabeth gritando que estoy loca. Qué exagerada.
Dejarlas calvas no sería algo permanente. Pintarles la piel de verde tampoco; a fin de cuentas, el cabello crece y el tinte se desvanece. No entiendo por qué tanto alboroto mental. Elizabeth es una dramática.
Cuando compartí la idea con Odeth, no supo exactamente cómo lograría algo así, pero al menos tuvo la decencia de reírse. Eso ya la pone por encima de Elizabeth.
—Bien —dije al fin, con decisión—. Haremos algo más “tradicional”. Diseñaremos un uniforme horrendo y rígido que deberán llevar todos los días.
—¿Un uniforme? ¿Como si fueran soldados o guardias? —preguntó Odeth, visiblemente confundida.
—Exactamente. Sé que no es habitual que la servidumbre use uniforme, pero esta no es una casa común. Es una mansión. La mansión de un duque. Todo aquí debe lucir distinto, especial… imponente.
Habrá que encontrar una modista de confianza. La llevaremos a la casa para que tome medidas, mientras yo defino un diseño que sea incómodo y antiestético, pero inolvidable. Cada vez que se miren —o se vean entre ellas— recordarán a la duquesa.
—Entre tanto —añadí con una sonrisa reluciente—, tú y yo supervisaremos cada rincón. Todo debe estar impecable para la fiesta de té. Vamos a necesitar al menos dos ensayos. Esta será la gran presentación en sociedad de la duquesa.
—¿Por qué hablas de ti en tercera persona? —preguntó con una ceja en alto.
Elizabeth podrá explicarle eso esta noche, pero por ahora, le regalé una respuesta divertida:
—Teatralidad. ¿No suena así más a villana?
Odeth rió con disimulo, cubriéndose los labios con un pañuelo.
—¡Qué ocurrencia! No diría villana... quizás una dama vengativa. Orgullosa, tal vez.
Que me llame como quiera. En mi mente, "villana" suena mucho más divertido.
Salimos a buscar costurera, a recorrer el mercado, y luego pasamos por algunas boticas. Las hierbas que necesitaba eran comunes, fáciles de encontrar. Hoy no volverá a ocurrir lo de esta mañana. Estoy segura.
Regresamos a la mansión cerca de las dos de la tarde. Para mi sorpresa, el duque me recibió convertido en una furia andante.
—¿Por qué llego a mi casa y mi mujer no está? —gritó con tal fuerza que las paredes parecieron estremecerse. La servidumbre, atraída por el alboroto, se asomó como quien espera un espectáculo.
—Estaba de compras, querido. Te lo dije anoche. Necesitaba cosas bonitas y nuevas —respondí con dulzura mientras levantaba una caja y mostraba un vestido negro de corte ceñido que haría que Elizabeth resplandeciera como un pecado andante—. ¿No crees que me veré hermosa con esto?
—Eso es irrelevante, mujer. Ya estás casada. A mediodía deberías estar en casa —replicó con tono severo, pero sus ojos iban y venían, inquietos, entre los paquetes apilados.
—También traje algo para ti —dije, fingiendo tristeza. Tomé una caja más—. Quiero que lo uses en la fiesta de té. Todo esto es parte de la organización que me pediste. No tienes idea del esfuerzo que implica —mi voz se quebró ligeramente, perfecta imitación de una mujer abrumada—. Pensé que por fin estaba siendo útil. Creí que, gracias a mí, tu hijo mayor encontraría una esposa...
No soy buena para llorar, como lo es Elizabeth. Pero sí sé cómo sonar herida, y si le doy la espalda... ¿quién puede decir que no lloro?
—Explícate —dice el hombre ahora con tono más calmado.
Me “sequé” las lágrimas imaginarias y me giré. Le hablé del uniforme, de la fiesta, de los cambios en la decoración, de las invitaciones y de mis nuevas amistades entre las damas de sociedad.
—No sabía que estabas tan ocupada... ni que todo era por buscarme una nuera —dijo finalmente, tomando la camisa que había dejado sobre una silla—. Me gusta. La usaré. Pero por favor, vamos a almorzar. Todos tenemos hambre.
—Antes de eso... tengo algo más para mostrarte —le dije, tomando una caja más pequeña—. Pero me da vergüenza con la servidumbre...
—¡Fuera todos! —ordenó sin vacilar.
Cuando estuvimos solos, saqué con cuidado una prenda de seda negra. Delicada como un suspiro, con tirantes tan finos que apenas podrían sostenerse sobre mis hombros.
—Es para esta noche —susurré con una sonrisa.
—Ya quiero vértelo puesto... y después quitártelo —dijo, olvidando por completo su anterior enojo.
—Dime que no es verdad —susurra Elizabeth desde algún rincón de mi mente.
—Obvio que no —respondo sin dudar—. Esta noche, el duque dormirá como un bebé.
Durante el almuerzo, la aparente armonía entre el duque y yo no pasó desapercibida. Especialmente para Lady Catalina, cuya incomodidad era tan evidente que podría haberse cortado con un cuchillo. ¿Fue ella quien causó el malestar estomacal de Elizabeth? Después del reproche que Lady Catalina le hizo con la mirada a una de las criadas, estoy segura que sí.
Marcus, por su parte, parecía ligeramente más interesado en su esposa hoy. La dosis de "potencia" surtió efecto. Aseguré una segunda aplicación del hechizo. Esta noche, Catalina estará muy ocupada.
Cuando Catalina se sentó al piano, aproveché para acercarme mientras los hombres hablaban de negocios.
—¿Y cómo van con la fabricación del heredero? —pregunté con tono despreocupado—. ¿Lista para otra ronda intensa?
Su mirada fue de sorpresa pura. No oculté mi sonrisa.
—No sé a qué te refieres. Nuestra vida marital es… normal —murmuró, con torpeza.
—Si quieres, puedo hacer que eso sea lo normal —le dije en voz baja, mientras sorbía un poco de té.
Quiero que entienda —aunque no sepa cómo— que yo tengo algo que ver con el vigor renovado de su marido.
—¿Estás bromeando? ¿Tratas de asustarme? —preguntó, esbozando una sonrisa tensa.
—Cuando quieras que le baje la intensidad… me avisas —le dije, sin más.
Luego me reuní con los hombres y los desvié con sutileza hacia temas menos aburridos. Poco después, se me presentó la oportunidad de hablar con Lord Marcus en privado.
—Estás distinta —me dijo—. Casi peligrosa.
—¿Casi? Soy peligrosa. No mala —sonreí—. Por eso te daré un consejo que puedes aplicar esta noche.
Me acerqué lo suficiente para que tuviera una vista privilegiada de mi escote. Él no desaprovechó la oportunidad.
—Dicen que para que los senos crezcan, necesitan atención. Mucha atención masculina.
Y considerando lo poco que Catalina tiene para ofrecer en ese frente, no tengo duda de que en un rato y en cesiones futuras esa zona de su anatomía será... particularmente bien atendida.
Río disfrutando mi toque de maldad, pero algo ha empezado a inquietarme. ¿Por qué Elizabeth guarda silencio? Debería estar gritando, escandalizada por mis ideas. Su ausencia no es alivio. Es presagio.
La situación es ilógica. Inmoral. Y, aun así, no puedo dejar de pensar en esa mujer: Cielo.Sé que mis opciones deberían ser solo dos: o ignorar lo que sea que fluye entre nosotros y devolverla a su marido o simplemente terminar con su existencia.Es una bruja. Aunque no sabía de su existencia, lo más razonable sería pensar que es tan peligrosa o más que un licántropo. Lo sensato habría sido destruirla en cuanto la descubrí conjurando junto al lago. Pero no pude. Algo me detuvo. Una fuerza invisible que no logro entender... una conexión que me frustra, me intriga... me retiene.No debí desearla, no debí tocarla, porque en el momento en que mi piel rozó la suya y mis labios probaron los suyos, firmé mi sentencia.—Voy a resolver los problemas de la duquesa en un mes —dijo con firmeza, observándome con intensidad—. Y después... vendré por ti.Esas fueron sus palabras y no pude evitar sentir que algo dentro de mí se agitaba con una intensidad que nunca creí posible. Ahí estaba la ferocida
Las miradas de recelo me siguen como sombras por toda la mansión. Y me encanta.Ahora corre por los pasillos como fuego entre paredes el rumor de que manejo al duque con el dedo meñique. No están tan equivocados.El duque volvió a salir a trabajar, no sin recordarle de forma grotesca a su hijo que debe encerrarse en la habitación y hacerle el amor a su esposa de forma tan fuerte que su semilla llegue muy profundo en ella y pueda germinar. Su nieto debe ser la prioridad. Casi suelto una carcajada al escuchar las palabras tan sucias que eligió y el efecto tan jocoso que generaron en el rostro de lady Catalina.Me pregunto, ¿por qué se pone así ella? A estas alturas ya debería estar acostumbrada a la forma sucia en que habla el viejo.La otra opción que se me ocurre es que aún piense en el sexo como tabú, pero ya llevan más de dos años de vida marital, así que no debería ser eso. Aunque Lord Marcus tenga una o muchas amantes, no creo que se atreva a tener desatendida a su esposa. Si los
Decidimos instalarnos en el balcón de mi habitación para evitar que nuestra conversación se filtrara. Colocamos una pequeña mesa de té con una charola repleta de quesos y carne seca para acompañar el vino que seleccionamos. Cielo me aseguró que esa combinación era perfecta para potenciar los sabores, y no se equivocaba. Todo se apreciaba mejor.Nunca he sido buena con los licores, pero si lo vivido en estos días no amerita una copa, entonces ninguna ocasión lo haría.El cielo estaba nublado, y el viento fresco sugería que pronto llovería. Al principio hablamos de temas sin demasiada importancia, rodeando con delicadeza lo que en verdad queríamos decir. Pero a medida que se acercaba el descorche de la segunda botella, el valor comenzaba a brotar. Ambas lo necesitábamos. Ambas cargábamos heridas.Odeth jugaba nerviosamente con su copa, tomándola por el cuello y haciéndola girar entre sus dedos, sin apartar la vista de ella. Tomé la nueva botella y llené su copa con cuidado.—Cuando se c
Habitar un cuerpo ajeno no es sencillo.Es mirar tus propias manos y no reconocerlas. Es dormir con una piel que no te pertenece y preguntarte, cada noche, cuándo terminará el tiempo extra que sin saber por qué, me está dando la vida.Sé que estoy robando tiempo. No es mío este cuerpo, ni esta voz, ni los labios que mi Musa han degustado con deseo. Y, aun así, cuando sus ojos se posan en mí, siento —por un instante— que soy real. Que no soy solo humo, ni sombra, ni una bruja maldita por intentar aprovechar el milagro que representa el haberlo encontrado.Mi Musa no nació en mi mundo, no estábamos realmente destinados a encontrarnos y por eso me había negado a pensar a largo plazo.Hace unas horas Jaime me demostró que me ve. No solo el cuerpo. Me ve a mí. A Cielo.Y eso me mortifica. Fue claro conmigo y sus argumentos tan lógicos que no pude refutar. No debí sentenciar que volvería con él. ¿Por qué si igual partiré? ¿Por qué quería revolverle la vida? Infortunadamente conozco la respu
Siempre me consideré una joven afortunada. Nací en el seno de una familia de alta alcurnia y, como tal, jamás me faltó nada. He vivido rodeada de comodidades, atenciones y elogios que me han acompañado desde la infancia. Para dicha mía, la gente suele hablar con aprecio de mi temperamento apacible, y no son pocos quienes alaban mi belleza.Sé que puede sonar presuntuoso que lo diga yo misma, pero soy consciente de mi apariencia. Mis ojos, de un azul más profundo que los de mi padre, no pasan desapercibidos, y mi cabello, largo y castaño como las tardes de otoño, cae con suavidad sobre una piel clara que, según dicen, recuerda a la porcelana. Más de una mirada se ha posado en mí durante los paseos por los jardines o los salones, bajo la orgullosa mirada de mis padres.Siempre supe que mi matrimonio sería una tarea sencilla para ellos. Un buen esposo no sería difícil de encontrar. Y, sin embargo, en lo más recóndito de mi alma, aún albergaba la esperanza —tal vez ingenua, pero sincera— d
Han pasado cuatro meses desde aquel nefasto día y aún me siento como una extraña en esta mansión.Nada me falta. Poseo un armario casi tan grande como mi antigua habitación en casa de mis padres, rebosante de vestidos y accesorios tan finos que, de verlos, mi madre se pondría verde de envidia.Odeth es el nombre de mi dama de compañía. Es una joven amable, de trato dulce, cuya presencia ha sido mi único consuelo. Con el tiempo, he aprendido a confiar en ella hasta el punto de hacerla mi confidente.—Recuerde que usted es la señora de esta casa. La gran duquesa Elizabeth —me dice en un intento de animarme tras otro de los desplantes de Lord Marcus, el menor de los dos hijos del duque—. Su esposo la estima, señora. Usted es intocable.Puede ser verdad, pero, ¿cómo no sentirme intimidada si ese hombre es mucho mayor que yo? Él y su hermano están ofendidos por la gran diferencia de edad que tengo con el Duque. "Arribista" me dice. Afirma que yo seduje a su padre para apoderarme de su vasta
El desagradable sujeto avanza con lentitud hasta quedar al pie de la cama. Sus dedos se deslizan bajo la tela de sus pantalones en un intento patético de avivar una virilidad que, conmigo, jamás podrá usar.—Qué infortunio el tuyo, ser la esposa de un anciano. Pero no temas, esta noche conocerás a un hombre de verdad.Se desviste con torpeza, relamiéndose los labios con lascivia, sin apartar de mí su mirada hambrienta.Lo miro con aburrimiento. Lo que veo no es algo que valga la pena desde ningún punto de vista, así que solo debo levantar mi mano y concentrar un poco de mi energía en la punta de mis dedos para que el sujeto se desplome.—¿Tanto alarde por eso? —musito con una sonrisa burlona, posando la vista sobre su desnudez insignificante. Una risa clara y despreocupada escapada de mis labios.—Ya verás... Y yo que pensaba ser amable contigo —gruñe antes de lanzarse hacia mí.Su pecho está a punto de tocar mis dedos cuando lo siento: algo anda mal. Mi energía está allí, pero no
Aquella mirada gris brilla con frialdad a la par que presiona un puñal contra el cuello del hombre. No titubea y ante una nueva señal de peligro, le rompe con agilidad el cuello sin hacer ruido.Estoy atrapada al interior de Elizabeth y eso me desespera. Este es el hombre que anhelé con fuerza en mi juventud, pero por más que lo busqué no pude encontrarlo y ahora sé el porqué... Mi Musa, aquel ser que debía ser mi complemento aún no nacía y tampoco pertenecía a mi realidad.Un segundo hombre se percata de su presencia y se enfrascan en una pelea cuerpo a cuerpo en el cual su cuchillo sale disparado cayendo a escasos metros de mí. El corazón de Elizabeth se siente desbocado, pero no estoy segura si es por el miedo o si está sintiendo lo mismo que yo por ese hombre.—Pronto vendrá el otro, toma el cuchillo —le digo.Tiembla más que antes, y su reacción me desconcierta. Antes no estaba así de asustada. Entonces lo comprendo: su atención no está fija en mi Musa, sino en el hombre que fue