Daniel Santos lo tenía todo: dinero en su cuenta, lujosos automóviles, buenos amigos, autoridad en la mesa de juntas, acciones en la empresa y en el club. Si lo deseaba, podía llamar una amiga, concertar una y pasar la noche con ella; una noche sin compromisos… Tenía todo lo que un soltero podía desear. Pero había algo que siempre había querido con desesperación y nunca había estado más lejos de obtener. Ella. A veces se odiaba por quererla tanto. Ella veía a través de él, ni siquiera se daba cuenta de que estaba allí… al parecer, nunca podría escalar lo suficientemente alto como para llegar a ella. Estaba tan cansado, y se sentía tan solo, siempre tan solo. Pero era incapaz de enamorarse de otra, la quería a ella.
Leer másDaniel no se lo podía creer, y de inmediato pidió toda la información posible a Tracy Smith, la jefa de esta oficina que hacía poco se había incorporado al GEA. Ella quiso hacer preguntas, pero se contuvo y él se lo agradeció.Le contó que lo habían contratado hacía más o menos un año, que desde entonces desempeñaba el cargo de aseador, y nunca había faltado a su trabajo, ni había pedido permiso para irse antes, ni solicitó dinero prestado. Era silencioso y hacía su trabajo con eficacia.—¿Sabía que estuvo en la cárcel? –preguntó Daniel. La mujer, que tenía un poco de sobrepeso, se sonrojó, pensando en que tal vez había cometido un error al contratarlo y sería despedida o removida de su puesto por eso.—Sí lo sabía –contestó Tracy&m
Dos años después del nacimiento de George, Diana dio a luz a Shandra, una nena rubia y también de ojos verdes; los ojos chocolate de Diana, al parecer, no eran dominantes, y Daniel lamentó eso, pero con ojos chocolates o no, Shandra se convirtió oficialmente en su princesa, pues no había querido quedarse sin una, y no fue difícil convencer a Diana para ir en su busca.Para entonces, ya Marissa tenía una preciosa bebé también rubia que sería la compañera de juegos de George y Shandra, y esperaban otra. David refunfuñaba diciendo que se volvería loco entre tantas mujeres, pero Agatha lo acusaba diciendo que era de la boca para fuera, en el fondo, no se cambiaba por otro.Michaela, por su parte, seguía su relación con Peter, aunque a veces tuvo que ser a larga distancia por los viajes del uno y del otro al exterior a causa de sus estudios. Sin embargo, y aunque
Al año de la muerte de Jorge Alcázar, y con George Santos de sólo un mes de nacido, se trasladaron a la mansión, tal como había sido estipulado en su testamento. Hugh les leyó una nueva carta de Jorge, y allí se enteraron de la verdad acerca de Esteban. No los hacía felices saber que todo lo que había sido de él pasaría a manos del bebé en cuanto éste cumpliera la mayoría de edad, ellos no necesitaban ese dinero, pero había sido la última voluntad de Jorge, y ellos, comprendiendo que si estaban juntos era por él, aceptaron su último encargo. George sería un bebé millonario; ellos sólo hacían de fideicomisarios. Daniel asumió la responsabilidad de administrar esos bienes sintiendo que no había diferencia entre una fortuna y otra; siempre demandaba trabajo. Sin embargo, habiendo aprendido de Jorge, se prometió a sí mismo no permitir que sus obligaciones se tragaran todo su tiempo, pues su mayor bien era su familia, y desde entonces, hizo todo lo posible por regresar tem
—A propósito –le dijo Daniel a Diana antes de que el sueño la venciera—. ¿No deberías tener la regla ya? –Diana tensó su cuerpo, hizo cuentas mentalmente, pero no atinó a sacar nada en claro, así que, casi corriendo, buscó su teléfono y verificó algo en él. Luego lo miró a los ojos.—Tengo una semana de retraso –dijo, con voz sibilante; la sonrisa de Daniel se ensanchó.—Entonces –sonrió, apoyando su peso en su codo—, parece que te embaracé. Vuelve aquí.—Una semana no es prueba de que… Dan…—Vuelve aquí –insistió él palmeando el colchón a su lado. Ella caminó lentamente a él, haciéndole caso. Se sentó a su lado y él hizo un poco de fuerza para que se acostara boca arriba. La miró largamente,
Pasaron un par de días, y Hugh los mantuvo informados acerca del juicio de Esteban. Lamentablemente, no pudieron darle todos los años de cárcel que hubiesen querido, pues si bien es cierto que había provocado la muerte de Jorge, no había ninguna prueba de ello, más que conjeturas. Lo de Daniel había quedado como un atentado, y con unos cuantos años en prisión, su deuda con la sociedad quedaría saldada.Furioso con el veredicto, Hugh apeló, pero sólo consiguió una orden de alejamiento contra Esteban para Diana y Daniel. Nada más.Por otro lado, Diana estaba furiosa con Hugh, pues no hacía sino traerle trabajo y más trabajo a Daniel. Constantemente se venía al pent-house con documentos que luego él leía, rectificaba o firmaba, y ella tenía que rogarle que lo dejara y se viniera a descansar. La mayoría de esas vec
Hugh levantó la mirada y se encontró con los humedecidos ojos de Esteban. No se dejó conmover, e hizo una mueca socarrona.—Tenía muchas ganas de leerte esta carta. Muchas ganas—. Esteban permaneció en silencio, pero Hugh no—. La otra carta, donde te pide perdón, contiene las lágrimas de Jorge, porque odió tener que escribirla; pero que tú fallaras era una gran posibilidad, la posibilidad que, al fin y al cabo, ganó. En ella, Jorge le deja tu parte también a Diana y a Daniel, pero ellos no lo sabrán sino hasta que se complete el año de la muerte de Jorge y ya Diana esté embarazada de su primer hijo, o éste haya nacido. Ese niño heredará tu parte, y no habrá nada qué hacer al respecto. Desde ahora, y para siempre, has perdido todos los privilegios de tu apellido, la consideración por parte de la sociedad, el apoyo de cual
Hugh se enteró del atentado contra Daniel, y fue de inmediato a verlo a la clínica en la que estaba. Diana le contó lo sucedido, y él la miró pensativo. Daniel estaba descansando ahora y no quiso despertarlo. Había quedado muy maltratado luego del enfrentamiento, tanto, que los médicos aplazaron su vuelta a casa.—No entiendo el origen del odio de Esteban hacia Daniel –dijo, muy concentrado en sus pensamientos—. Cuando Jorge lo recibió en su casa, él siguió teniendo sus privilegios; luego en la universidad, a él tampoco lo expulsaron, a pesar de ser el beneficiado del fraude que se hizo. Y después, hasta él puede decir que Daniel se ganó con creces cada ascenso en la empresa, no puede mentirse a sí mismo hasta ese punto.—Esteban no tuvo problema en hacer uso de la inteligencia de Daniel cuando le convino –explicó Diana—. I
Una mano de Esteban apretaba su garganta, y la otra le propinaba puñetazos en las costillas. Él también golpeaba, y aunque empleaba toda la fuerza que le quedaba, no hacía gran daño. Odiaba esto.—Pienso hacer que mueras lentamente –le susurró Esteban—. Pienso causarte todo el daño que pueda—. Apretó más fuerte su mano, y aunque Daniel intentaba alejarlo, no lograba separarlo de sí—. He querido hacer esto desde que te vi por primera vez en mi sala –sonrió.Daniel cerró sus ojos sintiéndose ahogado. No podía, no podía perder esta lucha. Empleó toda la fuerza que le quedaba y metió uno de sus dedos en los ojos de Esteban, y éste aflojó, pero no lo soltó. Aprovechó el instante de vacilación para tomar aire y empuñó su mano haciendo impacto en su nariz. Ya que no ten&iacut
Esteban estaba desconcertado. ¿Qué pasaba? ¿Por qué todo estaba normal?Cuando Jorge Alcázar murió, habían puesto una cinta negra en el logo de la entrada en los edificios de oficinas de la empresa, se había anunciado por la televisión, y todo había sido una alharaca terrible. Había imaginado que con Daniel Santos iba a ser parecido, pero tal vez le había dado demasiada importancia.No sabía dónde estaban viviendo ahora. En la mansión no era, había vigilado las entradas y salidas y parecía más bien deshabitada; sólo entraban y salían los criados. Incluso había estado en el apartamento de Marissa Hamilton, pero tampoco la había visto entrar o salir. ¿Dónde estaba la gente?Entró de nuevo a la recepción de las oficinas del GEA, y se observó en el reflejo; nadie podría sab