Las semanas empezaron a pasar, y se hizo muy normal ver a Jorge a menudo en casa. Ellos salían bastante, y a veces, llegaban un poco tarde en la noche.
No le decía nada, y mucho menos le reprochaba, al fin que su madre tenía derecho a ser feliz, aunque a él no le hiciera mucha gracia; después de todo, era su madre.
Pero una noche ella no regresó.
Se dio cuenta porque le entró sueño y él no se dormía hasta que ella llegara. Había estado entretenido haciendo deberes, pero miró el reloj y se dio cuenta de que eran las dos de la mañana ya.
Ella no tenía un teléfono móvil, era demasiado costoso, así que no tenía cómo llamarla.
Pero Jorge sí, pensó, y estaba seguro de que tenían su número en algún lado de la casa.
Iba a tomar el teléfono cuando éste timbró. La voz de Jorge lo sorprendió un poco.
—Ya te iba a llamar –le dijo Daniel, un poco molesto—. ¿Dónde está mi madre?
—Daniel…
—Mira, comprendo que ya son adultos y todo eso, pero mi mamá…
—Sandra se fue, Daniel –le interrumpió Jorge. Daniel separó un poco el auricular de su oreja y lo miró.
—¿Se fue? ¿A dónde se fue? ¿De qué hablas?
—Estaba con ella y… simplemente, se fue. Ella ha muerto, Daniel—. Daniel sintió su corazón latir más lentamente, y su piel empezó a sentir un cosquilleo—. La traje al hospital en cuanto pude –siguió Jorge, y Daniel notó que estaba evitando llorar—, pero ya no había nada que hacer. Lo siento. Lo siento.
—¿Qué le hiciste a mi madre?
—Te juro que…
—¡¡Qué le hiciste!! –gritó.
—¡Nada! –contestó Jorge—. ¡Ella ya estaba enferma! Una afección en el corazón. Los médicos se lo dijeron, le dijeron que no le quedaba mucho tiempo.
—Estás mintiendo –susurró Daniel—. Estás mintiendo, tienes que estar mintiendo.
—Espera un momento en casa, mandaré por ti…
—¿En qué hospital están?
—Espera en casa –insistió Jorge—. Mandaré por ti—. Él cortó la llamada, y Daniel no tuvo más remedio que esperar a que Jorge hiciera lo que había dicho.
Puso el auricular en su soporte y se dio cuenta de que había empezado a temblar. Poco a poco las palabras de Jorge empezaron a filtrarse en su conciencia. Ella estaba enferma ya, no le quedaba mucho tiempo.
Sí, él había notado que ella tenía un aspecto más cansado. Luego de ir a ver a Jorge a su mansión, ella había renunciado a su anterior trabajo, le había dicho que tenía dinero ahorrado como para tomarse un descanso, y él vio confirmada su sospecha de que Jorge le estaba pasando dinero, pero ahora sabía que no era por eso. Ella ya sabía que iba a morir.
Se sintió decepcionado, solo, un poquito abandonado.
Ella no le había dicho nada. No le confió su dificultad más grande. Estaba enferma y él nunca lo supo.
No fue capaz de llorar. Un chofer llamó a su puerta y lo metió en un auto. Fue a ver el cuerpo de su madre. Vio cómo Jorge, con ojos rojos, se encargaba de todo, de la funeraria, de su entierro, y él no fue capaz de hacer nada, de sentir nada.
Le habían mentido. Lo habían excluido de esta verdad, y se sintió inútil, incapaz; de todo, menos un hombre de verdad.
Diana iba en el asiento de atrás de uno de los autos de la familia bastante triste. El verano se había acabado, y con él, sus vacaciones con sus amigas. Ahora estaba de nuevo sola en esa enorme casa con el idiota de su hermano, y un papá que últimamente se ausentaba mucho.
Le abrieron la puerta y ella bajó sin muchos ánimos de entrar. ¿Para qué? Iba a estar todo solo…
Y entonces vio al chico estatua.
Estaba otra vez frente a la piscina, pero ahora no estaba de pie, sino sentado en el suelo, vestido de negro, abrazando sus rodillas, y mirando las aguas tranquilas.
Se estuvo allí mirándolo por espacio de un minuto, pero él no se movió.
Era un poco raro.
Resignada, entró a la mansión y se encaminó a su habitación. Cuando Maggie le preguntó si le apetecía algo de comer, estuvo a punto de preguntarle quién era el chico de la piscina, pero se contuvo. ¿Qué le importaba a ella quién era él?
Entró a su habitación y sacó de uno de los armarios un cuaderno grande de dibujo. Le encantaba dibujar. Además, había descubierto algo que se llamaba memoria fotográfica, y ella la tenía, sobre todo, para recordar formas y colores. Rostros, figuras, paisajes. Ella sólo necesitaba un vistazo para luego plasmarlo. Y lo hacía bien.
Se detuvo cuando se dio cuenta de que había dibujado la escena que acababa de ver, el chico de negro frente a la piscina.
Miró hacia la ventana y se dio cuenta de que había empezado a llover. El cielo estaba oscuro por los nubarrones, y las gotas, grandes y pesadas, caían con violencia contra el techo, los cristales de la ventana y el suelo.
Se levantó y miró hacia la piscina. El chico seguía allí, bajo la lluvia. ¿No le importaba coger un resfriado? ¿O era ella que estaba alucinando?
Salió de la habitación y bajó buscando a su padre en su despacho, esperando encontrarlo en casa. Jorge estaba sentado en el sofá de su despacho privado, vestido de negro también, con una mirada triste y distante.
—Papá –le preguntó ella acercándose—, ¿quién es el chico que desde hace rato está frente a la piscina? –Jorge elevó la mirada a ella—. Lo he visto aquí ya dos veces, y… ¿Es normal? Quiero decir, está allí, bajo esta lluvia, sin importarle si atrapa un resfriado.
Jorge soltó el aire en algo que se parecía demasiado a un suspiro.
—Es Daniel –contestó.
—¿De qué lo conoces?
—Es… el hijo de una amiga.
—Ya. ¿Y qué hace aquí? ¿Qué hace allí, exactamente? Alguien debería ir y decirle que entre. Incluso llegué a pensar que es un poco anormal…
—No. Es normal. Es todo lo normal que un chico de su edad podría ser. Es sólo que… está muy triste.
—¿Por qué? –preguntó Diana sintiendo curiosidad.
—Acaba de perder a su madre –contestó Jorge, y Diana de inmediato empatizó con él.
—Vaya. Pobre.
Daniel no sintió que se había empapado, ni que estaba lloviendo, ni que todo alrededor se había vuelto un diluvio sino hasta que de repente el agua se detuvo. Miró arriba y encontró que alguien sostenía un paraguas para él, lo cual era inútil, pues ya estaba completamente empapado.—Si sigues aquí bajo la lluvia –dijo la voz de una chica, aunque era de sospecharse, pues ella tenía el cabello largo hasta la cintura, y tenía todos los atributos de una mujer—, te vas a resfriar, ¿sabes?Él no dijo nada, sólo miró de nuevo al frente, ignorándola.—¿Sabes? –siguió ella—, tengo un grupo de amigas—. Daniel no la miró, aunque sí se preguntó qué tenía que ver eso con él—. Nos hacemos llamar las sin—madre. Todas perdimos a nuestra madre cua
—¿Quién rayos eres tú y qué haces en mi casa? –preguntó Esteban Alcázar al ver a Daniel sentado en los muebles de una de las salas. Daniel se puso en pie de inmediato.Lo sabía, sabía que sentarse en la sala era una mala idea, pero Jorge había insistido en que lo esperara aquí, y ahora uno de los señoritos de la casa le estaba reprochando, y él no tenía ninguna excusa, aunque sólo se había atrevido a apoyarse en la punta de uno de los muebles.—Ah… hola…—¡Qué hola ni qué mierdas! –exclamó Esteban mirándolo de arriba abajo. Sus zapatos, sus jeans, su camiseta, todo, gritaba: ¡soy pobre! –Si estás buscando trabajo, la servidumbre entra por la otra puerta, ¡y no se sienta en los muebles! ¡Qué asco!—¿Qué te da asco? &nda
Daniel caminó por unos pasillos y dio con una habitación de juegos increíble. Había de todo allí, cada cosa electrónica con la que él nunca había soñado, cada juguete, cada aparato.Caminó mirando todo un poco anonadado. ¿Quién disfrutaba de estas cosas?—Todo es mío –dijo Esteban desde un rincón. Daniel se giró a mirarlo, y lo encontró apoltronado en el sofá de la sala—. Por si te estabas preguntando.—No me preguntaba de quién era, sino quién lo disfrutaba.—¿No es lo mismo?—No desde mi punto de vista –Esteban lo miró de arriba abajo. Se puso en pie y dio unos pasos acercándose a él y mirándolo con sospecha. Era un chico alto y de espaldas anchas. Llevaba unos pantalones entubados azul celeste, y una camiseta sin mangas de líneas bl
Los días empezaron a pasar, y los Alcázar y Daniel entraron a la escuela. Una mañana, él simplemente encontró su nuevo uniforme y útiles escolares en su habitación, y se dio cuenta de que no era cualquier tela, ni cualquier par de zapatos.No estaba acostumbrado a ir uniformado a ninguna parte, pero al parecer en las escuelas privadas era ley.Y Diana se veía preciosa en su falda escocesa gris y roja, y su camisa blanca con lazo rojo.Al parecer, estaba en el mismo grupo con Esteban, y recordó que Jorge le había pedido, o más bien ordenado, que lo ayudara a entrar a Harvard, pero conforme fueron pasando los días y fue analizando el comportamiento de Esteban, decidió que si él fuera un jurado calificador de tal universidad lo habría descartado de inmediato. La mitad del día Esteban dormía, y la otra mitad escuchaba música mientras hac&iacu
Daniel se adaptó bastante rápido a su nueva escuela. Por la mañana un auto los llevaba a él y a Diana hasta ella, pues Esteban había insistido en irse aparte, y por la tarde él se iba a la empresa. Llegaba por la noche, a veces con Jorge, a veces en transporte público, y entonces hacía sus deberes.Cuando Diana se dio cuenta de que era bueno en matemáticas, muy a menudo fue a su habitación con sus apuntes para que le explicara o le ayudara a resolver ecuaciones. En cambio, nunca vio a Esteban con un libro en la mano.Luego de algunas semanas de clase, y decidiéndose por fin a poner en marcha el plan de Jorge, lo buscó por todo el colegio encontrándolo dormido a la hora de un descanso en uno de los jardines. Lo movió por el hombro, y cuando Esteban se dio cuenta de que era él, lo miró asesino.—No te atrevas a interrumpir mi siesta.—
Daniel buscó en las bibliotecas circundantes libros que le ayudaran a despejar sus dudas. ¿Realmente estaba enamorado? ¿No sería, tal vez, que sólo quería mucho a Diana tal como se quiere a una hermanita?Pero a pesar de devorarse todos los libros acerca del tema, no pudo esclarecer sus dudas.En esos días había estado metido de lleno en sus estudios, en los de Esteban, y en su nuevo trabajo.Esteban realmente empezó a cambiar su actitud en clase. Atendía a los profesores y realizaba sus deberes, aunque en muchas ocasiones simplemente le llevó sus apuntes a Daniel para que fuera él quien los hiciera. Daniel tuvo que aprender a hacer la letra de Esteban e incluso su firma, y los días fueron avanzando.Empezó a evitar a Diana. Ella era una terrible distracción para sus propósitos, además, lo aterraba tener que reconocer que se había
Llegó la fecha en que enviarían las solicitudes para entrar a Harvard. Daniel había diligenciado ambos formularios, el de Esteban y el suyo. Reunió las cartas necesarias de los profesores, y en su caso, una carta de un allegado personal, Jorge. Pero su problema ahora era un ensayo que debía presentar.Tenía el concepto de ensayo, había leído muchos y sabía lo que había que decir, pero su mente era más analítica y numérica que artística o literaria, así que se hallaba frente a la pantalla del ordenador con la hoja en blanco y el cursor titilando sin más que el encabezado escrito.¿Qué decir?Según sus investigaciones, debía hablar de sus sueños, propósitos, o hablar de una experiencia de su vida, y si bien tenía en su mente qué decir, no tenía ni idea de cómo.Se
—¿Te lo puedes creer? –le preguntaba Diana a Marissa por teléfono—. ¡Se enfadó! ¡Parecía ser mi papá! ¡Estoy segura de que ni Esteban se habría alterado tanto! –Se detuvo cuando se dio cuenta de que Marissa no decía nada—. Hey, ¿estás ahí?—Sólo le daba vueltas a si decirte o no.—¿Decirme qué?—Daniel está enamorado de ti, Diana –Diana quedó en silencio por espacio de unos diez segundos, al término de los cuales, se echó a reír.—¿De qué estás hablando?—¿No lo habías sospechado siquiera? Está enamorado de ti.—¡No lo creo! ¡Me lo hubiera dicho! ¡Somos amigos!—Tal vez por eso no te lo ha dicho. Su posición es muy incómoda, tienes que entender