Pasaron un par de días, y Hugh los mantuvo informados acerca del juicio de Esteban. Lamentablemente, no pudieron darle todos los años de cárcel que hubiesen querido, pues si bien es cierto que había provocado la muerte de Jorge, no había ninguna prueba de ello, más que conjeturas. Lo de Daniel había quedado como un atentado, y con unos cuantos años en prisión, su deuda con la sociedad quedaría saldada.
Furioso con el veredicto, Hugh apeló, pero sólo consiguió una orden de alejamiento contra Esteban para Diana y Daniel. Nada más.
Por otro lado, Diana estaba furiosa con Hugh, pues no hacía sino traerle trabajo y más trabajo a Daniel. Constantemente se venía al pent-house con documentos que luego él leía, rectificaba o firmaba, y ella tenía que rogarle que lo dejara y se viniera a descansar. La mayoría de esas vec
—A propósito –le dijo Daniel a Diana antes de que el sueño la venciera—. ¿No deberías tener la regla ya? –Diana tensó su cuerpo, hizo cuentas mentalmente, pero no atinó a sacar nada en claro, así que, casi corriendo, buscó su teléfono y verificó algo en él. Luego lo miró a los ojos.—Tengo una semana de retraso –dijo, con voz sibilante; la sonrisa de Daniel se ensanchó.—Entonces –sonrió, apoyando su peso en su codo—, parece que te embaracé. Vuelve aquí.—Una semana no es prueba de que… Dan…—Vuelve aquí –insistió él palmeando el colchón a su lado. Ella caminó lentamente a él, haciéndole caso. Se sentó a su lado y él hizo un poco de fuerza para que se acostara boca arriba. La miró largamente,
Al año de la muerte de Jorge Alcázar, y con George Santos de sólo un mes de nacido, se trasladaron a la mansión, tal como había sido estipulado en su testamento. Hugh les leyó una nueva carta de Jorge, y allí se enteraron de la verdad acerca de Esteban. No los hacía felices saber que todo lo que había sido de él pasaría a manos del bebé en cuanto éste cumpliera la mayoría de edad, ellos no necesitaban ese dinero, pero había sido la última voluntad de Jorge, y ellos, comprendiendo que si estaban juntos era por él, aceptaron su último encargo. George sería un bebé millonario; ellos sólo hacían de fideicomisarios. Daniel asumió la responsabilidad de administrar esos bienes sintiendo que no había diferencia entre una fortuna y otra; siempre demandaba trabajo. Sin embargo, habiendo aprendido de Jorge, se prometió a sí mismo no permitir que sus obligaciones se tragaran todo su tiempo, pues su mayor bien era su familia, y desde entonces, hizo todo lo posible por regresar tem
Dos años después del nacimiento de George, Diana dio a luz a Shandra, una nena rubia y también de ojos verdes; los ojos chocolate de Diana, al parecer, no eran dominantes, y Daniel lamentó eso, pero con ojos chocolates o no, Shandra se convirtió oficialmente en su princesa, pues no había querido quedarse sin una, y no fue difícil convencer a Diana para ir en su busca.Para entonces, ya Marissa tenía una preciosa bebé también rubia que sería la compañera de juegos de George y Shandra, y esperaban otra. David refunfuñaba diciendo que se volvería loco entre tantas mujeres, pero Agatha lo acusaba diciendo que era de la boca para fuera, en el fondo, no se cambiaba por otro.Michaela, por su parte, seguía su relación con Peter, aunque a veces tuvo que ser a larga distancia por los viajes del uno y del otro al exterior a causa de sus estudios. Sin embargo, y aunque
Daniel no se lo podía creer, y de inmediato pidió toda la información posible a Tracy Smith, la jefa de esta oficina que hacía poco se había incorporado al GEA. Ella quiso hacer preguntas, pero se contuvo y él se lo agradeció.Le contó que lo habían contratado hacía más o menos un año, que desde entonces desempeñaba el cargo de aseador, y nunca había faltado a su trabajo, ni había pedido permiso para irse antes, ni solicitó dinero prestado. Era silencioso y hacía su trabajo con eficacia.—¿Sabía que estuvo en la cárcel? –preguntó Daniel. La mujer, que tenía un poco de sobrepeso, se sonrojó, pensando en que tal vez había cometido un error al contratarlo y sería despedida o removida de su puesto por eso.—Sí lo sabía –contestó Tracy&m
30 años atrásSandra Santos sólo tenía diecinueve años cuando pisó suelo americano.Una amiga de su abuela materna la había contactado cuando se enteró de que ésta última estaba gravemente enferma, así que le había propuesto irse con ella a trabajar a Estados Unidos luego de que le fallara.Sandra así lo había hecho, pero el trabajo que ella esperó era totalmente diferente a éste que le proponían. La amiga de su abuela quería hacerla una prostituta.¿Qué podía hacer? No era capaz siquiera de imaginarse usando esos vestidos tan descarados y llamativos para apostarse en las calles y atraer y seducir clientes, mucho menos se imaginaba desnuda y permitiendo que hombres desconocidos pasearan sus ávidas manos por todo su cuerpo, que, entre otras cosas, nunca había sido vi
Jorge Alcázar empezó a ser demasiado consciente de la nueva chica. Ella había superado la semana de prueba, y siempre que podía, la retrasaba para conversar con ella. Al principio le había dicho que era para oxigenar su propio idioma, luego tuvo que admitir ante sí mismo que le agradaba hablar con ella. Era inteligente, tenía chispa, e ideas muy firmes.Y además era guapa.No debía estar mirando a la chica del servicio, por más que su uniforme le ajustara perfecto, e imaginara unas espectaculares piernas debajo. Por la manera de conducirse y de hablar, sospechaba que rechazaría un avance suyo, así que mejor no le hacía propuestas incómodas y seguía como hasta ahora.Pero a menudo se sorprendía a sí mismo observándola mientras limpiaba, o sacudía, o simplemente caminaba de un lado a otro de la casa.Ahora, por e
Pasaron los días, y tal como Jorge temió, Sandra no se estaba mucho tiempo en la misma sala que él si sólo estaban los dos. Por más que volvió a la cocina por las noches, nunca la encontró allí haciendo sus deberes. Se preguntaba a dónde iba ahora.Decidió no prestarle demasiada atención, aunque por más que lo intentaba, ella volvía a meterse en sus pensamientos.Tenía otras cosas en qué pensar. Las tiendas que había fundado hacía sólo unos ocho años estaban creciendo de una manera vertiginosa, y estaba ganando socios que confiaban plenamente en su capacidad para llevar el negocio al éxito. En Awsome se vendía no sólo ropa y calzado, sino que ahora también estaba incursionando en todo tipo de accesorios para mujeres y hombres. La respuesta del cliente no se había hecho esperar. La mesa dire
—¿Qué sucede, Maggie? –le preguntó Jorge Alcázar a su ama de llaves, que había intentado al menos tres veces formar una frase, pero no le era posible.—Es que… es… quiero decir…—Me estás preocupando, mujer.—Es que ella está aquí.—¿Ella quién?—¡Sandra! ¡Sandra Santos! ¿La recuerda? Hace casi veinte años ya que se fue, ¿la recuerda? ¡Y está aquí! ¡Pide verse con usted! ¿La recuerda?Por supuesto que la recordaba, pensó Jorge poniéndose en pie y saliendo de su despacho privado y caminando veloz hacia la sala, donde esperaba la mujer que hacía exactamente veinte años había cruzado esa puerta y nunca más había vuelto a ver.Cuando la vio, se detuvo en seco. Ella estaba preciosa, definitivamen