Dos años después del nacimiento de George, Diana dio a luz a Shandra, una nena rubia y también de ojos verdes; los ojos chocolate de Diana, al parecer, no eran dominantes, y Daniel lamentó eso, pero con ojos chocolates o no, Shandra se convirtió oficialmente en su princesa, pues no había querido quedarse sin una, y no fue difícil convencer a Diana para ir en su busca.
Para entonces, ya Marissa tenía una preciosa bebé también rubia que sería la compañera de juegos de George y Shandra, y esperaban otra. David refunfuñaba diciendo que se volvería loco entre tantas mujeres, pero Agatha lo acusaba diciendo que era de la boca para fuera, en el fondo, no se cambiaba por otro.
Michaela, por su parte, seguía su relación con Peter, aunque a veces tuvo que ser a larga distancia por los viajes del uno y del otro al exterior a causa de sus estudios. Sin embargo, y aunque
Daniel no se lo podía creer, y de inmediato pidió toda la información posible a Tracy Smith, la jefa de esta oficina que hacía poco se había incorporado al GEA. Ella quiso hacer preguntas, pero se contuvo y él se lo agradeció.Le contó que lo habían contratado hacía más o menos un año, que desde entonces desempeñaba el cargo de aseador, y nunca había faltado a su trabajo, ni había pedido permiso para irse antes, ni solicitó dinero prestado. Era silencioso y hacía su trabajo con eficacia.—¿Sabía que estuvo en la cárcel? –preguntó Daniel. La mujer, que tenía un poco de sobrepeso, se sonrojó, pensando en que tal vez había cometido un error al contratarlo y sería despedida o removida de su puesto por eso.—Sí lo sabía –contestó Tracy&m
30 años atrásSandra Santos sólo tenía diecinueve años cuando pisó suelo americano.Una amiga de su abuela materna la había contactado cuando se enteró de que ésta última estaba gravemente enferma, así que le había propuesto irse con ella a trabajar a Estados Unidos luego de que le fallara.Sandra así lo había hecho, pero el trabajo que ella esperó era totalmente diferente a éste que le proponían. La amiga de su abuela quería hacerla una prostituta.¿Qué podía hacer? No era capaz siquiera de imaginarse usando esos vestidos tan descarados y llamativos para apostarse en las calles y atraer y seducir clientes, mucho menos se imaginaba desnuda y permitiendo que hombres desconocidos pasearan sus ávidas manos por todo su cuerpo, que, entre otras cosas, nunca había sido vi
Jorge Alcázar empezó a ser demasiado consciente de la nueva chica. Ella había superado la semana de prueba, y siempre que podía, la retrasaba para conversar con ella. Al principio le había dicho que era para oxigenar su propio idioma, luego tuvo que admitir ante sí mismo que le agradaba hablar con ella. Era inteligente, tenía chispa, e ideas muy firmes.Y además era guapa.No debía estar mirando a la chica del servicio, por más que su uniforme le ajustara perfecto, e imaginara unas espectaculares piernas debajo. Por la manera de conducirse y de hablar, sospechaba que rechazaría un avance suyo, así que mejor no le hacía propuestas incómodas y seguía como hasta ahora.Pero a menudo se sorprendía a sí mismo observándola mientras limpiaba, o sacudía, o simplemente caminaba de un lado a otro de la casa.Ahora, por e
Pasaron los días, y tal como Jorge temió, Sandra no se estaba mucho tiempo en la misma sala que él si sólo estaban los dos. Por más que volvió a la cocina por las noches, nunca la encontró allí haciendo sus deberes. Se preguntaba a dónde iba ahora.Decidió no prestarle demasiada atención, aunque por más que lo intentaba, ella volvía a meterse en sus pensamientos.Tenía otras cosas en qué pensar. Las tiendas que había fundado hacía sólo unos ocho años estaban creciendo de una manera vertiginosa, y estaba ganando socios que confiaban plenamente en su capacidad para llevar el negocio al éxito. En Awsome se vendía no sólo ropa y calzado, sino que ahora también estaba incursionando en todo tipo de accesorios para mujeres y hombres. La respuesta del cliente no se había hecho esperar. La mesa dire
—¿Qué sucede, Maggie? –le preguntó Jorge Alcázar a su ama de llaves, que había intentado al menos tres veces formar una frase, pero no le era posible.—Es que… es… quiero decir…—Me estás preocupando, mujer.—Es que ella está aquí.—¿Ella quién?—¡Sandra! ¡Sandra Santos! ¿La recuerda? Hace casi veinte años ya que se fue, ¿la recuerda? ¡Y está aquí! ¡Pide verse con usted! ¿La recuerda?Por supuesto que la recordaba, pensó Jorge poniéndose en pie y saliendo de su despacho privado y caminando veloz hacia la sala, donde esperaba la mujer que hacía exactamente veinte años había cruzado esa puerta y nunca más había vuelto a ver.Cuando la vio, se detuvo en seco. Ella estaba preciosa, definitivamen
Jorge Alcázar respiró profundo y se puso en pie. Sandra lo miraba esperando a que él dijera algo. Llevaba un rato en silencio, y ella empezaba a sentirse inquieta.—No te pido gran cosa –dijo ella, con voz casi suplicante—. Él es un buen chico, ¿sabes? Quiere estudiar, ser alguien. Y es muy inteligente. Pero sólo tiene diecisiete años. Te prometo que es muy responsable y no te dará qué hacer. Sólo dale la oportunidad de tener un techo seguro hasta que se haga mayor y pueda valerse por sí mismo sin que deje la escuela. Es todo lo que te pido—. Jorge se giró a mirarla.—Tengo un hijo de su edad…—No te estoy pidiendo que lo tomes como hijo, ¡ni mucho menos! –lo interrumpió ella—. ¡Un trabajo aquí estará bien! Él se desempeña muy bien en todo, y sabrá ganarse el
Daniel llevaba por lo menos una hora de pie bajo el sol y frente al resplandor de la piscina.No pasaba nada, estaba acostumbrado a esto.Sabía que no podría entrar a la mansión hasta que se le diera orden. Con los ricos, las cosas eran siempre muy previsibles.Sandra, su madre, le había pedido que esperara aquí hasta que lo hicieran llamar. El comportamiento de ella había sido muy extraño, pues, por más preguntas que le hiciera, ella no explicaba claramente qué era lo que venían a buscar aquí. Hacía años que había dejado de ser una sirvienta y ahora trabajaba como dama de compañía de una anciana rica y excéntrica. En este trabajo no tenía ya que lavar platos o baños, sólo estar pendiente de esta mujer malhumorada, enferma y sola, darle su medicina y de vez en cuando, leerle, conversar con ella, ser su aya.
Diana vio a su padre subir a uno de los autos acompañado de una mujer y el chico estatua de la piscina. Elevó una ceja preguntándose por qué su padre tenía ese tipo de atenciones con un par de personas que de lejos se notaba no eran de su círculo social.—¿Se fueron? –preguntó Marissa acercándose. Diana no la miró.—Papá los lleva en su coche. Esto es muy raro.—¿Raro por qué? Tu padre es un hombre considerado.—No con todo el mundo. Ese chico… creí que venía aquí por un empleo, pero ahora veo que vino tal vez con su madre, y… no sé qué pensar de todo.—No te preocupes demasiado por cosas como esta. A menos que estés pensando que, ya que tu padre enviudó, está buscando nueva esposa –Diana miró a su mejor amiga con ojos grandes de terror.