Jorge Alcázar respiró profundo y se puso en pie. Sandra lo miraba esperando a que él dijera algo. Llevaba un rato en silencio, y ella empezaba a sentirse inquieta.
—No te pido gran cosa –dijo ella, con voz casi suplicante—. Él es un buen chico, ¿sabes? Quiere estudiar, ser alguien. Y es muy inteligente. Pero sólo tiene diecisiete años. Te prometo que es muy responsable y no te dará qué hacer. Sólo dale la oportunidad de tener un techo seguro hasta que se haga mayor y pueda valerse por sí mismo sin que deje la escuela. Es todo lo que te pido—. Jorge se giró a mirarla.
—Tengo un hijo de su edad…
—No te estoy pidiendo que lo tomes como hijo, ¡ni mucho menos! –lo interrumpió ella—. ¡Un trabajo aquí estará bien! Él se desempeña muy bien en todo, y sabrá ganarse el pan—. Jorge sonrió.
—Parece que es un chico perfecto.
—Ya sé que una madre siempre habla bien de sus hijos, pero mi Daniel… es el mejor hijo del mundo.
—Daniel, ¿eh? –Sandra sonrió.
—Sí, le puse el nombre de mi padre. Hay unos cuantos Daniel entre los americanos.
—Sí, no es un nombre del todo raro. ¿Qué hay del padre? ¿No querrá él hacerse responsable de su hijo? –Sandra hizo una mueca y miró a otro lado.
—Él ni siquiera sabe que Daniel existe.
—¿Cómo es eso? ¿Huyó? –Ella se echó a reír.
—No tuvo ocasión de huir. Nunca se lo dije.
—¿Por qué? –ella hizo una mueca esquivando el tema. Se puso en pie y caminó a él.
—Ya sé que estoy siendo muy impositiva. Dirás que estoy abusando de una promesa que me hiciste hace muchos años y que tal vez ya no tenga validez. Ya no tengo nada de mí que quieras y yo pueda ofrecerte a cambio de esto, Jorge, pero estoy segura de que no te arrepentirás de este acto de bondad que tengas hacia mi hijo. Está mal que lo diga yo, pero mi Daniel es tan buen chico… Ha sido mi consuelo en estos duros años, mi mejor amigo, y en muchas ocasiones, hasta mi profesor—. Jorge extendió una mano a ella y le retiró el cabello de la frente.
—No digas que no hay nada en ti que yo quiera –susurró él—. Siempre ha habido algo de ti que he anhelado toda mi vida –Sandra cerró sus ojos.
—Pero ya no soy la joven de antes.
—Ah, siempre has sido mi vida. Cometí un terrible error al dejarte ir. Me he arrepentido de ello cada día de estos pasados veinte años, Sandra—. Ella lo miró a los ojos. ¿La iba a besar? ¿Al fin? Luego de veinte años, ¿sabría al fin lo que era un beso de Jorge Alcázar?
Los años también habían pasado sobre él. Tenía el cabello encanecido y menos abundante. Ahora debía tener más de cincuenta años, casi sesenta, pero él aún se veía fuerte y lleno de vida. Seguía siendo el hombre por el que una mujer podía suspirar.
Pero Jorge no la besó, sólo dio unos pasos alejándose y sonrió.
—Tengo que conocer a ese dechado de virtudes, ¿no? –Sandra sonrió un poco decepcionada y asintió—. ¿Lo traerás aquí?
—Vino conmigo –susurró ella—. Le pedí que me esperara afuera.
—¿Cómo, con el calor que hace? –Sandra se encogió de hombros.
—No estaba segura de que quisieras conocerlo, y no quería molestarte—. Jorge la miró censurándola por eso, y llamó a Maggie, que apareció casi de inmediato.
—Un joven vino con Sandra…
—Ah, ¿el que está de pie frente a la piscina?
—Seguramente. Hazlo venir, Maggie, por favor.
—Claro –Maggie salió y Jorge miró a Sandra, que no parecía muy nerviosa, sólo lo miraba con los ojos llenos de esperanza.
Hasta no ver el chico, no diría nada. Sabía de sobra que los adolescentes a esa edad podían ser muy problemáticos. Su hijo era uno de ellos, y le había sacado todas las canas que ahora tenía. Si Daniel era la mitad de malo, buscaría el modo de ayudarlo sin tener que tener demasiado contacto con él. Una mensualidad estaría bien hasta que se hiciera mayor.
—Es increíble que tu padre te deje tener novio –dijo Nina, totalmente desnuda y considerando ponerse un bikini de dos piezas bastante revelador, u otro más revelador aún. Marissa estaba en ropa interior, al igual que Diana; la única que hacía algo por cubrirse era Meredith, envuelta en una toalla y detrás de un biombo.
—No es un “novio” –contestó Marissa—. Es mi prometido, Simon.
—Lo conoces, ¿por lo menos?
—Claro, el otro día fue a casa para ser presentado.
—¿Es guapo? –preguntó de nuevo Nina. Marissa sonrió.
—Sí, lo es.
—Parece que te gusta.
—Un poco. Va a ser mi esposo, ¿no? Tiene que gustarme.
—Yo espero que papá no haga eso conmigo –rezongó Diana—. Si me impone un esposo, así como hicieron contigo, me suicidaré.
—No digas estupideces –la regañó Marissa—. Si te suicidas, te mato –Diana se echó a reír. Se asomó por la ventana y miró hacia la piscina, encontrando que aún estaba el chico de antes allí, de pie, en exactamente la misma posición.
—¿Será normal? –se preguntó Diana, pero Marissa la escuchó y se acercó a mirar.
—Sigue allí –comentó ella al verlo.
—Mira, ni se mueve, ni camina, ni nada. Con este sol, y él ahí.
—¿Sigue allí el bomboncito de la piscina? –preguntó Nina, acercándose a ellas.
—Nina –reprochó Meredith—, ¿Es necesario que te expreses así del chico?
—Que sólo tenga quince años no me impide admirar al sexo masculino.
—Estábamos muy lejos cuando lo vimos, ¿por qué dices que es un bomboncito? –se rio Diana—. Puede que tenga ojos dispares, o una horrible cicatriz que le deforme la cara.
—No seas tonta. Tengo un radar interno para detectar chicos guapos –las tres rieron, y Meredith al fin sintió curiosidad por ir a ver.
Al momento, vieron que Maggie se acercaba a él y luego se iban juntos. Estuvieron atentas y notaron que caminaban hacia el interior de la mansión.
Diana se preguntó entonces si de verdad sería un nuevo empleado. Al parecer, las vacaciones de Nina se iban a poner interesantes.
Daniel llevaba por lo menos una hora de pie bajo el sol y frente al resplandor de la piscina.No pasaba nada, estaba acostumbrado a esto.Sabía que no podría entrar a la mansión hasta que se le diera orden. Con los ricos, las cosas eran siempre muy previsibles.Sandra, su madre, le había pedido que esperara aquí hasta que lo hicieran llamar. El comportamiento de ella había sido muy extraño, pues, por más preguntas que le hiciera, ella no explicaba claramente qué era lo que venían a buscar aquí. Hacía años que había dejado de ser una sirvienta y ahora trabajaba como dama de compañía de una anciana rica y excéntrica. En este trabajo no tenía ya que lavar platos o baños, sólo estar pendiente de esta mujer malhumorada, enferma y sola, darle su medicina y de vez en cuando, leerle, conversar con ella, ser su aya.
Diana vio a su padre subir a uno de los autos acompañado de una mujer y el chico estatua de la piscina. Elevó una ceja preguntándose por qué su padre tenía ese tipo de atenciones con un par de personas que de lejos se notaba no eran de su círculo social.—¿Se fueron? –preguntó Marissa acercándose. Diana no la miró.—Papá los lleva en su coche. Esto es muy raro.—¿Raro por qué? Tu padre es un hombre considerado.—No con todo el mundo. Ese chico… creí que venía aquí por un empleo, pero ahora veo que vino tal vez con su madre, y… no sé qué pensar de todo.—No te preocupes demasiado por cosas como esta. A menos que estés pensando que, ya que tu padre enviudó, está buscando nueva esposa –Diana miró a su mejor amiga con ojos grandes de terror.
Las semanas empezaron a pasar, y se hizo muy normal ver a Jorge a menudo en casa. Ellos salían bastante, y a veces, llegaban un poco tarde en la noche.No le decía nada, y mucho menos le reprochaba, al fin que su madre tenía derecho a ser feliz, aunque a él no le hiciera mucha gracia; después de todo, era su madre.Pero una noche ella no regresó.Se dio cuenta porque le entró sueño y él no se dormía hasta que ella llegara. Había estado entretenido haciendo deberes, pero miró el reloj y se dio cuenta de que eran las dos de la mañana ya.Ella no tenía un teléfono móvil, era demasiado costoso, así que no tenía cómo llamarla.Pero Jorge sí, pensó, y estaba seguro de que tenían su número en algún lado de la casa.Iba a tomar el teléfono cuando éste timbr
Daniel no sintió que se había empapado, ni que estaba lloviendo, ni que todo alrededor se había vuelto un diluvio sino hasta que de repente el agua se detuvo. Miró arriba y encontró que alguien sostenía un paraguas para él, lo cual era inútil, pues ya estaba completamente empapado.—Si sigues aquí bajo la lluvia –dijo la voz de una chica, aunque era de sospecharse, pues ella tenía el cabello largo hasta la cintura, y tenía todos los atributos de una mujer—, te vas a resfriar, ¿sabes?Él no dijo nada, sólo miró de nuevo al frente, ignorándola.—¿Sabes? –siguió ella—, tengo un grupo de amigas—. Daniel no la miró, aunque sí se preguntó qué tenía que ver eso con él—. Nos hacemos llamar las sin—madre. Todas perdimos a nuestra madre cua
—¿Quién rayos eres tú y qué haces en mi casa? –preguntó Esteban Alcázar al ver a Daniel sentado en los muebles de una de las salas. Daniel se puso en pie de inmediato.Lo sabía, sabía que sentarse en la sala era una mala idea, pero Jorge había insistido en que lo esperara aquí, y ahora uno de los señoritos de la casa le estaba reprochando, y él no tenía ninguna excusa, aunque sólo se había atrevido a apoyarse en la punta de uno de los muebles.—Ah… hola…—¡Qué hola ni qué mierdas! –exclamó Esteban mirándolo de arriba abajo. Sus zapatos, sus jeans, su camiseta, todo, gritaba: ¡soy pobre! –Si estás buscando trabajo, la servidumbre entra por la otra puerta, ¡y no se sienta en los muebles! ¡Qué asco!—¿Qué te da asco? &nda
Daniel caminó por unos pasillos y dio con una habitación de juegos increíble. Había de todo allí, cada cosa electrónica con la que él nunca había soñado, cada juguete, cada aparato.Caminó mirando todo un poco anonadado. ¿Quién disfrutaba de estas cosas?—Todo es mío –dijo Esteban desde un rincón. Daniel se giró a mirarlo, y lo encontró apoltronado en el sofá de la sala—. Por si te estabas preguntando.—No me preguntaba de quién era, sino quién lo disfrutaba.—¿No es lo mismo?—No desde mi punto de vista –Esteban lo miró de arriba abajo. Se puso en pie y dio unos pasos acercándose a él y mirándolo con sospecha. Era un chico alto y de espaldas anchas. Llevaba unos pantalones entubados azul celeste, y una camiseta sin mangas de líneas bl
Los días empezaron a pasar, y los Alcázar y Daniel entraron a la escuela. Una mañana, él simplemente encontró su nuevo uniforme y útiles escolares en su habitación, y se dio cuenta de que no era cualquier tela, ni cualquier par de zapatos.No estaba acostumbrado a ir uniformado a ninguna parte, pero al parecer en las escuelas privadas era ley.Y Diana se veía preciosa en su falda escocesa gris y roja, y su camisa blanca con lazo rojo.Al parecer, estaba en el mismo grupo con Esteban, y recordó que Jorge le había pedido, o más bien ordenado, que lo ayudara a entrar a Harvard, pero conforme fueron pasando los días y fue analizando el comportamiento de Esteban, decidió que si él fuera un jurado calificador de tal universidad lo habría descartado de inmediato. La mitad del día Esteban dormía, y la otra mitad escuchaba música mientras hac&iacu
Daniel se adaptó bastante rápido a su nueva escuela. Por la mañana un auto los llevaba a él y a Diana hasta ella, pues Esteban había insistido en irse aparte, y por la tarde él se iba a la empresa. Llegaba por la noche, a veces con Jorge, a veces en transporte público, y entonces hacía sus deberes.Cuando Diana se dio cuenta de que era bueno en matemáticas, muy a menudo fue a su habitación con sus apuntes para que le explicara o le ayudara a resolver ecuaciones. En cambio, nunca vio a Esteban con un libro en la mano.Luego de algunas semanas de clase, y decidiéndose por fin a poner en marcha el plan de Jorge, lo buscó por todo el colegio encontrándolo dormido a la hora de un descanso en uno de los jardines. Lo movió por el hombro, y cuando Esteban se dio cuenta de que era él, lo miró asesino.—No te atrevas a interrumpir mi siesta.—