Llegó la fecha en que enviarían las solicitudes para entrar a Harvard. Daniel había diligenciado ambos formularios, el de Esteban y el suyo. Reunió las cartas necesarias de los profesores, y en su caso, una carta de un allegado personal, Jorge. Pero su problema ahora era un ensayo que debía presentar.
Tenía el concepto de ensayo, había leído muchos y sabía lo que había que decir, pero su mente era más analítica y numérica que artística o literaria, así que se hallaba frente a la pantalla del ordenador con la hoja en blanco y el cursor titilando sin más que el encabezado escrito.
¿Qué decir?
Según sus investigaciones, debía hablar de sus sueños, propósitos, o hablar de una experiencia de su vida, y si bien tenía en su mente qué decir, no tenía ni idea de cómo.
Se
—¿Te lo puedes creer? –le preguntaba Diana a Marissa por teléfono—. ¡Se enfadó! ¡Parecía ser mi papá! ¡Estoy segura de que ni Esteban se habría alterado tanto! –Se detuvo cuando se dio cuenta de que Marissa no decía nada—. Hey, ¿estás ahí?—Sólo le daba vueltas a si decirte o no.—¿Decirme qué?—Daniel está enamorado de ti, Diana –Diana quedó en silencio por espacio de unos diez segundos, al término de los cuales, se echó a reír.—¿De qué estás hablando?—¿No lo habías sospechado siquiera? Está enamorado de ti.—¡No lo creo! ¡Me lo hubiera dicho! ¡Somos amigos!—Tal vez por eso no te lo ha dicho. Su posición es muy incómoda, tienes que entender
Diana los acompañó al aeropuerto, al igual que Jorge Alcázar, que había hecho un hueco en su agenda para traerlos. Cuando se hizo el llamado, y Daniel se puso en pie para abordar el avión, Diana lo abrazó y él correspondió a su abrazo, pero al darse cuenta de que Jorge los observaba atentamente, hizo corto el abrazo y se dirigió a él.—Gracias… por todo hasta ahora –Jorge sonrió.—Aprovecha bien tu estancia en Harvard.—Lo haré.—Espero que el apartamento allá les guste. Tendrás que compartirlo con Esteban, lamentablemente.—Para mí no es problema, pero estoy seguro de que para él sí lo será.—Sólo quiero tener un ojo sobre él. Tal vez tú puedas ayudarme en eso.—Ya. Me lo imaginaba—. Daniel tomó su bolso de m
A pesar de que en cuanto Jorge lo saludó le dijo que lo necesitaba para que trabajara en su empresa, Daniel realmente estaba agradecido por estas vacaciones; las había necesitado para recargar baterías, para despejarse. El trabajo que tenía ahora no era nada en comparación con la universidad, y entre otras cosas, pudo poner en práctica algunas cosas que había aprendido.Además, este tiempo aquí de nuevo le estaba sirviendo para comprender que su mejor descanso lo conseguía siempre que Diana estaba bajo el mismo techo que él.¿Debía decirle lo que sentía por ella? ¿Debía confesarse? Tal vez ella lo rechazaría, las cosas quedarían claras entre los dos y él no tendría esperanza ya para seguir amándola.Pero pensarlo y hacerlo eran dos cosas muy diferentes. Además, ella nunca le dio pie como para iniciar una conver
Daniel Santos regresó a la mansión sólo para recoger sus cosas, y se prometió a sí mismo no volver a esta casa nunca más. En cuanto se graduara, se iría a otro lugar. No podía seguir en un sitio donde cada pared, cada mueble y cada cuadro le recordaran a su verdugo.A Jorge simplemente lo llamó disculpándose por dejarle el trabajo tirado, inventó una excusa y tomó su vuelo de vuelta a Boston el mismo día. No vio a Diana para nada. Mejor.Se sentía triste, herido, decepcionado.Al regresar a Boston, y a las clases, todos observaron a un Daniel muy diferente al que solía ser. Había cambiado su manera de vestir, de llevar el cabello; ahora tenía la frente despejada y lucía ropa de excelente calidad, y sonreía más, asistía más a las reuniones y fiestas, y descubrieron que era, además, un tigre
Diana llegó en el auto de Esteban al apartamento que compartía con Daniel. Su hermano nunca había estado tan atento ni tan solícito en su vida; la había ubicado en un excelente hotel para que se sintiera cómoda, y la había llevado y traído en su auto todo lo que había necesitado sabiendo que ella no conducía. A pesar de todo, ella aún lo miraba con sospecha. Realmente esperaba que todo fuera una broma de muy mal gusto.Si así era, entonces Esteban definitivamente era el peor hermano del mundo; ella había atravesado todo el Atlántico sólo por una llamada de auxilio.Bueno, esa llamada de auxilio tenía que ver con Daniel.—Hasta aquí te acompaño –le dijo Esteban en el primer piso frente al ascensor—. Compórtate como si fuera idea tuya el venir aquí; por nada digas que fui yo quien te trajo.—&iqu
Él era experto besando. Succionaba y lamía sus labios con pericia, y ella quiso quejarse por semejante invasión y rechazarlo, pero su lengua inquieta, y sus brazos y manos gentiles lograron en ella un extraño efecto que la mantuvo allí clavada entre la pared y él. Entonces, a ella no le importó que esa boca minutos antes hubiese sido besada por otra, ni que esa piel antes hubiese estado expuesta a las manos de otra, y lo besó y lo abrazó.—Te amo –susurraba él—. No te amo de manera platónica, ni infantil. Te amo, Diana –ella tenía el rostro anegado en lágrimas, y separando un poco su rostro de él, sacudió su cabeza negando.—¿Por qué? –preguntó—. Nunca fui especial contigo.—Porque es mi destino amarte, como si el universo me hubiese diseñado para ello. Mi cuerpo vibra por ti, ¡
—¿Daniel Santos? –escuchó él a sus espaldas, y se giró para mirar quién lo llamaba. Un estudiante le entregaba un sobre. Lo recibió dando las gracias y lo abrió mirando que el remitente era uno de sus profesores; lo estaba citando para una reunión en su oficina en un par de horas.Tenía libre, así que estuvo allí antes de la hora, y luego abrió su boca asombrado dándose cuenta de que también Esteban había sido citado.—¿Qué haces aquí? –reclamó Esteban al verlo. Daniel respiró profundo recordando que también aquí él odiaba que se les viera juntos. Jorge no lo sabía, pero el apartamento que supuestamente compartían, lo habitaba él solo, pues su querido compañero se había ido a vivir a otro lado para que no los vincularan. Le salía más caro,
Daniel salió de la oficina del profesor como flotando, todavía no se podía creer que la vida le hubiese dado una oportunidad. Esto era un milagro.Y en los muebles de su sala estaba Esteban Alcázar.—Dime qué pasó cuando me fui –preguntó él. En vez de mostrarse furioso como en la oficina del profesor, aquí se le veía preocupado.—Si te hubieses quedado hasta el final, lo sabrías.—¡No podía! ¡Esos tipejos me acusaron de fraude!—¡Del que eres culpable! ¿Has oído la expresión “bajar la cabeza de vez en cuando”? ¡Te habría venido muy bien esta vez!—¡Jamás! ¿Quién te crees que soy?—Alguien que será expulsado, ¡eso eres!—¿Lo harán?—No lo sé –c