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Él era experto besando. Succionaba y lamía sus labios con pericia, y ella quiso quejarse por semejante invasión y rechazarlo, pero su lengua inquieta, y sus brazos y manos gentiles lograron en ella un extraño efecto que la mantuvo allí clavada entre la pared y él. Entonces, a ella no le importó que esa boca minutos antes hubiese sido besada por otra, ni que esa piel antes hubiese estado expuesta a las manos de otra, y lo besó y lo abrazó.

—Te amo –susurraba él—. No te amo de manera platónica, ni infantil. Te amo, Diana –ella tenía el rostro anegado en lágrimas, y separando un poco su rostro de él, sacudió su cabeza negando.

—¿Por qué? –preguntó—. Nunca fui especial contigo.

—Porque es mi destino amarte, como si el universo me hubiese diseñado para ello. Mi cuerpo vibra por ti, ¡

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