David y Daniel hicieron buenas migas. Tal vez porque tenían los mismos orígenes, tal vez porque el episodio con Diana los había acercado de una manera que cualquier otra cosa no habría podido, pero lo cierto es que quedaron de encontrarse para un juego de béisbol.
Daniel aceptó. Su único amigo había sido Thomas Brenner, pero dado que él estaba en la otra punta del país, muy poco podían verse y charlar. Hacer nuevos amigos era de hombres sabios, así que se dedicó a cultivar esta nueva amistad.
Y de paso conoció a Maurice Ramsay, que en cuanto lo conoció, no dejó de preguntarle si de casualidad se conocían de antes.
Él estaba seguro de no haberlo visto a él en el pasado; recordaba los nombres de sus amigos en la escuela cuando aún su madre estaba viva, y luego, cuando se pasó a la escuela privada. Y si Maurice era tambi
Los días pasaron, uno a uno. Daniel estuvo bastante ocupado con la búsqueda de Michaela Brandon, la hermana de David, la cual había sido secuestrada, y luego que ésta fue rescatada, pudo conocer un poco más la familia de David, y cuando Marissa viajó dejándolo, conoció también un poco más acerca de Maurice y su pensamiento acerca de las mujeres en general. En esos días poco se comunicó con Nina, por eso no le extrañó mucho verla en el lobby de su edificio una noche al regresar. Como el conserje no la conocía, y él no había autorizado su nombre para que entrara libremente, ella estaba aquí, esperándolo. —¿Qué haces aquí? –le preguntó él con una sonrisa. —Vine a verte. —¿A esta hora? –Nina le rodeó los hombros con sus brazos y lo besó. —No te voy a mentir y a decirte que pasaba por aquí de casualidad y decidí verte. Vine expresamente a pasar la noche contigo –Daniel elevó una ceja. —Ah… ¿sí…? —Sí. Soy tu novia y sigo virg
Diana se subió a un autobús.En Italia subía a muchos constantemente, así que no se sentía nerviosa o insegura al respecto. Y su ropa no la dejaba estar demasiado fuera de lugar.Se recostó en el respaldo de la silla y miró las casas y edificios al pasar. Cerró sus ojos deseando quedarse dormida. Ojalá no hubiese escuchado la descripción que Nina había hecho de su relación con Daniel. Pero bueno, ella no podía sospechar el efecto que esa información podía tener en ella. No podía haberlo hecho adrede.Era obvio que él estaba poniendo todo su esfuerzo en ser feliz con Nina, y eso estaba bien. Nina era adecuada para él, lo amaba desde hacía mucho, y era tan abierta y alegre que seguro terminaría llenando esos espacios en su corazón que ella jamás podría.Eran la pareja ideal, y ella deb
Daniel entró al bar y rápidamente encontró a Maurice. Se sentó frente a él y llamó a una camarera para que le trajera una bebida.Habían acordado verse aquí esta noche y echarse unos tragos, pero David no había llegado.—No vendrá –contestó Maurice cuando le preguntó por él—. Dijo que algo surgió. Seguramente Marissa le puso la pierna encima y lo perdimos—. Daniel se echó a reír. Todavía a veces le sorprendía el sentido del humor de Maurice.—No podemos reprochárselo. Están en una especie de luna de miel.—Se casarán pronto –informó Maurice, pero Daniel no se mostró sorprendido. Nina ya se lo había contado, y había dejado el tema de los matrimonios flotando en el ambiente de un modo que le hizo pensar que tal vez ella esperaba una proposici&o
Jorge suspiró mientras observaba a Hugh guardar los documentos en un sobre, y luego en su maletín de cuero.—Creo que es la quinta vez que cambias tu testamento –sonrió Hugh mirando a su viejo amigo—. Espero que sea la última vez.—¿Eso indica que ya quieres que me muera?—No seas idiota. Es sólo que espero que ya estés satisfecho. Ser tu albacea me producirá unos cuantos dolores de cabeza—. Jorge hizo una mueca. Estaban en el despacho de su mansión, pues esta conversación había preferido tenerla en privado con su amigo.—¿Quién dice que moriré primero que tú? –bromeó Jorge—. Recuerda que el albacea tuyo soy yo.—Lo cual muestra que soy un tonto. Debí elegir a alguien más joven –Jorge se echó a reír, y se recostó en su asient
Daniel entró a la sala de espera en la que se paseaba una Diana bastante angustiada. Apenas lo vio, ella corrió a él y lo abrazó.—Viniste –lloró ella en su pecho, ahogando sus sollozos sobre su camisa—. ¡Viniste!—Claro que vine –susurró él, abrazándola. Ella no dejaba de llorar, los hombros le temblaban, y él no tuvo más remedio que esperar a que se calmara un poco.—Tengo tanto miedo, Dan –dijo ella alejándose un poco y sin mirarlo—. No quiero perderlo, no quiero…—Vamos, calla. No digas esas cosas. Todo va a estar bien—. Ella negaba agitando su cabeza.—No lo creo. Lo vi muy mal, Dan. Tan mal que… me asombra que aún los médicos no hayan salido para darme la mala noticia. No es negativismo, es que en verdad pensé que mi padre moría en mis brazos&hellip
Enterraron a Jorge esa misma tarde, al lado de los restos de Laylah Alcázar. Fue una ceremonia sencilla, pero muy sentida, donde Esteban brilló por su ausencia.Cuando ya todos se fueron yendo, aprovechó la ocasión para ir a ver la tumba de su madre.La halló con unas cuantas flores marchitas sobre ella, y eso le extrañó. ¿Quién le traía flores a su madre? ¿Habría sido Jorge antes de morir?—Hola, mamá –saludó él. Y luego se dio cuenta de que no tenía mucho que decir. Respiró profundo mirando el cielo azul primaveral y metió ambas manos en sus bolsillos—. Supongo que ya lo sabes –sonrió Daniel—. Me gustaría pensar que en el más allá estás con él, y se están saludando como viejos amigos. Este hombre se merece el cielo, y si estás en él, mejor, &iqu
Daniel frenó frente a la mansión, y se estuvo allí largos minutos odiándose a sí mismo, criticándose, riñéndose por haber venido. Pero su cuerpo desobediente actuaba por sí solo, así que abrió la puerta del auto y bajó. Se encaminó a la entrada e hizo ademán de tocar la campana, pero se detuvo. Él tenía llaves, era sólo que había perdido la costumbre de entrar por su cuenta.Entró suavemente, y encontró todo a oscuras. Afortunadamente, se conocía de memoria las salas y los pasillos, y empezó a recorrerlos sin necesidad de encender las luces.¿Dónde estaba Diana?Le preocupaba su estado. Luego de que la vio salir aquella vez en la sala de velación acompañada de Marissa, Daniel las había seguido, encontrando a Diana llorando desgarradoramente, y a Marissa intentando consolarla y
—¿Qué pasó aquí anoche? –preguntó Marissa, sentándose al lado de Diana en el primer escalón de las escaleras. Diana tenía la cabeza recostada en los barrotes del pasamanos—. No me digas que hiciste alguna locura con Dan.—¿Tengo la cara de alguien que hizo locuras con un hombre anoche? –Marissa sonrió.—Definitivamente, no.—Pero él pasó la noche aquí –comentó Meredith, acercándose más.—Sí. Fue gentil y me hizo compañía.—Daniel es el hombre más bueno del mundo, en serio –señaló Meredith.—O el más tonto –susurró Marissa, y Diana le echó malos ojos.—¡Dime, Diana! –exclamó Nina, entrando con paso firme al vestíbulo mostrándose furios