28

Diana estaba en la ciudad.

Daniel lo sabía, pero no dejó ver que eso alteraba en algo su vida. Y era verdad, ¿o acaso desde que ella había llegado había variado su rutina? Ella había llegado, y estaba de nuevo en la mansión, pero como ya hacía tiempo que no eran amigos, él no había sido cortésmente saludado, ni él había ido a darle la bienvenida, como hubiese ocurrido años atrás.

—Te necesito esta tarde –le dijo Jorge por teléfono—. Tengo una reunión con Hugh.

—Sabes que el médico te dijo que te lo tomaras con calma, ¿verdad? –le reprochó Daniel.

—Tengo mucho que hacer –rezongó el anciano—. No puedo darme el lujo de quedarme sentado viendo pasar las cosas. Tengo mucho que hacer –repitió.

—Si a tus casi setenta años no has terminado

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