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Daniel entró a la sala de espera en la que se paseaba una Diana bastante angustiada. Apenas lo vio, ella corrió a él y lo abrazó.

—Viniste –lloró ella en su pecho, ahogando sus sollozos sobre su camisa—. ¡Viniste!

—Claro que vine –susurró él, abrazándola. Ella no dejaba de llorar, los hombros le temblaban, y él no tuvo más remedio que esperar a que se calmara un poco.

—Tengo tanto miedo, Dan –dijo ella alejándose un poco y sin mirarlo—. No quiero perderlo, no quiero…

—Vamos, calla. No digas esas cosas. Todo va a estar bien—.  Ella negaba agitando su cabeza.

—No lo creo. Lo vi muy mal, Dan. Tan mal que… me asombra que aún los médicos no hayan salido para darme la mala noticia. No es negativismo, es que en verdad pensé que mi padre moría en mis brazos&hellip

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