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Nina llegó a la mansión y esperó en la sala a Diana. Cuando ella bajó, la encontró con los ojos enrojecidos. Ella había estado llorando.

—Tú tienes que parar esto —dijo ella, y Diana sólo la miró a los ojos—. ¿Sabes lo que ha sufrido Daniel por tu culpa? ¡Detén esto! ¡Sólo lo harás más infeliz de lo que ya es!

Diana respiró profundo y caminó para sentarse en uno de los muebles. En un extremo, estaba el piano caoba, y ella sólo pudo ver allí al par de adolescentes que una vez tocó “Danny Boy”, sonrientes, tal vez no felices, pero sí en mejores circunstancias que ahora.

—Si yo tuviera la más mínima sospecha de que tú sientes algo por él, no te lo pediría, Diana. Pero como me consta que, en vez de amarlo, lo desprecias, te lo digo.

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