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La fiesta pasó rápida y sin novedades. Marissa, que se había encargado de la recepción en general para permitir que Diana estuviera tranquila y relajada todo lo posible, se hizo cargo de las personas que habían intentado colarse.

—¿Quiénes eran? –preguntó Daniel con curiosidad.

—Nada grave. No los conozco mucho, pero no son malas personas. Tal vez se confundieron, y ya que estaban vestidos para la ocasión, los dejé entrar.

—¿Es seguro? No quiero rollos—. Marissa le quitó importancia al asunto—. ¿Dónde está Maurice? –preguntó.

—Ha de estar cerca del trago –farfulló David, y Daniel negó.

—Dejó la bebida. El otro día fui por cerveza a su casa y no tenía.

—¡¿Qué?! –exclamó David, incrédulo. Sin em

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