La fiesta pasó rápida y sin novedades. Marissa, que se había encargado de la recepción en general para permitir que Diana estuviera tranquila y relajada todo lo posible, se hizo cargo de las personas que habían intentado colarse.
—¿Quiénes eran? –preguntó Daniel con curiosidad.
—Nada grave. No los conozco mucho, pero no son malas personas. Tal vez se confundieron, y ya que estaban vestidos para la ocasión, los dejé entrar.
—¿Es seguro? No quiero rollos—. Marissa le quitó importancia al asunto—. ¿Dónde está Maurice? –preguntó.
—Ha de estar cerca del trago –farfulló David, y Daniel negó.
—Dejó la bebida. El otro día fui por cerveza a su casa y no tenía.
—¡¿Qué?! –exclamó David, incrédulo. Sin em
Diana miró a Daniel con el corazón en un puño. Había llegado el momento de la verdad. El momento que ella más había temido. Este era el momento del todo o nada. Si ni Daniel podía soportar su verdad, ella ya no tenía remedio.—Nunca quise casarme contigo –susurró de nuevo, y Daniel terminó de girarse para tenerla de frente.—Eso me quedó más que claro el día de la lectura del testamento, Diana. Dime algo que no sepa.—Pero no es porque te odie –siguió ella como si él no la hubiese interrumpido. Daniel la miró en un silencio ominoso, como si no le creyera, y en su mirada había tanto resentimiento, que por un momento ella se asustó.Sin embargo, no lo esquivó. Ya no podía seguir huyendo, estaba atrapada aquí, en este momento, y tendría que llevar la verdad hasta
Pasaron lo que Daniel creyó fueron horas y horas, y no la soltó de su abrazo.Sentía que acababa de ser tocado por un ángel, o alguna divina diosa. En este momento y para siempre, era el hombre más feliz sobre la tierra. La mujer que él amaba lo amaba, y su corazón se henchía de felicidad.Había aún muchas preguntas que hacerle, pero tenía por fin en su mano las verdades más importantes de Diana. Ahora la comprendía, y la mitad del sinfín de preguntas tomaron por sí mismas sus respuestas.Sin embargo, las verdades de Diana no eran todas muy bonitas, ni consoladoras.Ella aún llevaba su incómodo vestido de novia, y él también, pero no hizo ademán de soltarla, ni de moverse a ningún sitio. Fuera lo que fuera, ella ahora era su esposa. Si estando soltero se sintió de alguna manera encadenado a ella, ahora s
Y entonces, se levantó de la cama y la obligó a ponerse en pie.—¿Qué? –preguntó ella, alarmada.—No pienso besarte a través del vestido –ella se echó a reír, y permitió que él la girara para bajarle el cierre. Cuando él se quedó quieto a su espalda, Diana se giró a mirarlo con una sonrisa.—¿Ya te arrepentiste? –él la miró con una indescifrable expresión. Estaba pálido, y tenía la respiración agitada—. ¿Dan? –lo llamó ella, asustada.—Tú… —él señaló su espalda, y Diana cerró sus ojos comprendiendo. Él había visto el tatuaje.—Lo siento.—¿Qué? –exclamó él. Cuando ella guardó silencio, él cerró sus ojos con fue
Para que él no viera la angustia en su rostro si acaso abría los ojos, Diana se inclinó y lo besó a través de la ropa, como si en vez de besarlo le estuviera diciendo algo que era muy importante para ella. Pero no contó con que él ya estaba en el límite.Daniel gimió largamente, y se corrió vergonzosamente. Joder, no era un adolescente. ¿Qué le pasaba? Pero no pudo parar, puso su mano sobre la de ella usando un poco más de fuerza en su toque, y, sin poder detenerse, aunque eso le bajara de su categoría de amante atento, se ocupó de llegar al final.Luego, cuando ya no hubo nada más que pudiera salir de él por dentro de sus pantalones, se tiró de espaldas sobre el colchón de la cama, poniendo ambos brazos sobre su rostro. Su respiración volvió a la normalidad poco a poco, y sintió a Diana acostarse a su lado.&m
Diana despertó sintiéndose extraña, liviana, libre.Había sacado fuera su pesada cruz anoche, recordó. Ya Daniel sabía toda la verdad, y él, en vez de despreciarla, seguía atesorándola.Lo encontró mirándola fijamente, con sus ojos que le recordaban las hojas en verano, tan verdes y puros, y sonrió feliz. Esta escena era más de lo que ella jamás había soñado.—Buenos días, señora Santos –saludó él.—Es cierto –se quejó ella—. He dejado de ser Alcázar. Echaré de menos mi apellido.—Qué mala –ella sonrió y lo abrazó feliz, suspirando.—Buenos días –contestó ella a su saludo al fin—. Debo estar horrible, anoche no me quité el maquillaje, y lloré mucho.—Sí, es
Se encontró con Marissa en una tienda de lencería fina. Ella estaba juntando lo que sería su ajuar, pero sospechaba que todas esas prendas que ahora tenía, las usaría antes de la luna de miel.La miró con sentimientos confusos; la comprendía, la admiraba, la envidiaba. Ella podía tener una vida sexual plena con su novio sin temor al dolor.—Deberías comprarte algo y sorprender a tu esposo –le aconsejó Marissa enseñándole un conjunto púrpura. Diana hizo una mueca.—Sí, pero ese color me desanima.—El secreto, querida, no es pensar en lo que te anima a ti, sino en lo que lo anima a él. Si quieres volverlo loco, vas a tener que perder un poquito la vergüenza.—En este momento –contestó ella con voz apagada— lo que menos quiero es volver loco a Daniel. Controlado está mejor&m
Daniel entró a las oficinas del GEA en horas de la tarde. Había pasado la mañana y el mediodía con Hugh poniéndose al día en todo lo referente a los traspasos. Había llamado a Diana, pero ella estaba con Marissa, así que decidió pasar la tarde adelantando algo de trabajo. Quería planear un viaje, aunque fuera corto, con Diana. Quería su luna de miel.Amy, al verlo, se puso en pie y lo siguió en silencio. Ya dentro de su despacho, se giró a mirarla.—¿Sucede algo, Amy?—Felicitaciones por su boda, señor.—Ah. Gracias.—Pero imaginé que estaría en su luna de miel.—Bueno, no lo estoy ahora por algunas circunstancias –contestó él con una media sonrisa y sentándose en su sillón—, pero justo a eso vengo. Planearé primero con mi esposa, pero lo más
Marissa llegó con David a su apartamento abrazándolo y recibiendo los besos que desde hacía unos minutos venían siendo los preliminares de una fabulosa noche. Pero entonces los dos se quedaron como estatuas cuando vieron en el lobby del edificio a Nina.—¿Le pasa algo? –le preguntó David a Marissa en un susurro, y ella sólo sacudió su cabello en una negación.—Espérame arriba, cariño.—Vale. Intenta no tardar –ella le sonrió y le dio un último beso. Lo vio alejarse suspirando y se centró en su amiga, que se puso en pie al verla y se le acercó. Miró también a David que se alejaba y le hizo una mueca.—No quería arruinarte la noche.—No te preocupes. ¿Me necesitas, Nina? –Nina sonrió con tristeza al sentir que Marissa le estaba hablando de manera un po