Se encontró con Marissa en una tienda de lencería fina. Ella estaba juntando lo que sería su ajuar, pero sospechaba que todas esas prendas que ahora tenía, las usaría antes de la luna de miel.
La miró con sentimientos confusos; la comprendía, la admiraba, la envidiaba. Ella podía tener una vida sexual plena con su novio sin temor al dolor.
—Deberías comprarte algo y sorprender a tu esposo –le aconsejó Marissa enseñándole un conjunto púrpura. Diana hizo una mueca.
—Sí, pero ese color me desanima.
—El secreto, querida, no es pensar en lo que te anima a ti, sino en lo que lo anima a él. Si quieres volverlo loco, vas a tener que perder un poquito la vergüenza.
—En este momento –contestó ella con voz apagada— lo que menos quiero es volver loco a Daniel. Controlado está mejor&m
Daniel entró a las oficinas del GEA en horas de la tarde. Había pasado la mañana y el mediodía con Hugh poniéndose al día en todo lo referente a los traspasos. Había llamado a Diana, pero ella estaba con Marissa, así que decidió pasar la tarde adelantando algo de trabajo. Quería planear un viaje, aunque fuera corto, con Diana. Quería su luna de miel.Amy, al verlo, se puso en pie y lo siguió en silencio. Ya dentro de su despacho, se giró a mirarla.—¿Sucede algo, Amy?—Felicitaciones por su boda, señor.—Ah. Gracias.—Pero imaginé que estaría en su luna de miel.—Bueno, no lo estoy ahora por algunas circunstancias –contestó él con una media sonrisa y sentándose en su sillón—, pero justo a eso vengo. Planearé primero con mi esposa, pero lo más
Marissa llegó con David a su apartamento abrazándolo y recibiendo los besos que desde hacía unos minutos venían siendo los preliminares de una fabulosa noche. Pero entonces los dos se quedaron como estatuas cuando vieron en el lobby del edificio a Nina.—¿Le pasa algo? –le preguntó David a Marissa en un susurro, y ella sólo sacudió su cabello en una negación.—Espérame arriba, cariño.—Vale. Intenta no tardar –ella le sonrió y le dio un último beso. Lo vio alejarse suspirando y se centró en su amiga, que se puso en pie al verla y se le acercó. Miró también a David que se alejaba y le hizo una mueca.—No quería arruinarte la noche.—No te preocupes. ¿Me necesitas, Nina? –Nina sonrió con tristeza al sentir que Marissa le estaba hablando de manera un po
Diana sintió de nuevo todas esas sensaciones invadirla mientras Daniel la besaba y paseaba las manos por su cuerpo. Él se estaba deleitando recorriéndola con sus manos y con su boca, y tuvo que agradecer al cielo toda la experiencia que él había recogido a lo largo de su vida, pues toda la estaba disfrutando ella ahora.Si Daniel fuera menos experimentado, o más ansioso, ya habría dado algún paso en falso, pero llevaban cinco días casados y hasta ahora, él había sabido controlarse.Sólo cinco días casados, pensó; les faltaba el resto de la vida. Y eso la asustaba.Daniel le besó los labios y ella respondió con ansias. Lo abrazó con sus piernas y él tuvo que separarse para mirarla a los ojos.Ella estaba elevando sus caderas y rozándolo, sabiendo que lo que tenía entre las piernas era una erección tormentosa.
“Sal de la oficina un momento, por favor. Es importante.”, leyó Daniel en su teléfono. Diana era la remitente del mensaje, y se extrañó. Marcó su número y la llamó.—Ah, hola, Marissa –contestó ella, y Daniel se echó a reír.—Cariño, soy yo.—Claro que sí –la voz de ella sonó nerviosa, y eso lo preocupó.—¿Estás bien? ¿Por qué estás en una situación donde no puedes hablar?—¿Recibiste mi mensaje? –preguntó ella en vez de responder. Aún más extrañado, él miró su teléfono.—Sí, ¿por qué quieres que salga? –Diana miró a su lado al hombre que aún no había dicho su nombre, pero que indudablemente era el progenitor de su marido,
Stephen Ramsay empezó a temblar. Daniel lo vio llevarse de nuevo la mano a la sien, pero los dedos temblaban tanto que se preguntó si acaso el anciano estaba sufriendo un colapso nervioso aquí y ahora. Pero no fue así. Él se sentó de nuevo, y con la cabeza entre las manos, guardó silencio un largo momento.No le preguntó si estaba bien. No le preguntó si necesitaba una pastilla, un médico o tal vez una ambulancia. Sólo lo miró en silencio. Claro estaba, si el viejo caía al suelo, haría el alboroto correspondiente.—Yo conozco a tu madre –susurró Stephen.—No, señor. Conocía. Mi madre murió hace trece años –Stephen lo miró con los ojos abiertos como platos—. Del corazón –contestó Daniel a su silenciosa pregunta—. Una afección que, si hubiese sido tratada con tiemp
Daniel le dio un trago a su whiskey, y agradeció la aspereza del licor bajar por su garganta y su calor invadirlo. Respiró profundo y dejó el vaso en la bandeja que Amy había traído.Sandra debía estar embarazada cuando le preguntó a Stephen acerca de sus intenciones con el matrimonio, y no esperó a ver si lo que había dicho él en ese momento era cierto, o si al verla a ella encinta, o al ver al niño, cambiaría de opinión.Se había formado un juicio de él muy certero. Era mujeriego, soltero empedernido, denigraba el matrimonio, y había amenazado con hacer exactamente lo que ya antes otro hombre que ella había amado había hecho: casarse con una rica heredera dejándola a ella de lado sin contemplaciones.Al estar embarazada y hallarse sin opciones, huyó. Nunca se lo dijo, pues, ¿para qué? No necesitaba herederos,
—Tenías toda la razón –le dijo Daniel a Diana recostado en un sofá con ella a su lado y cerrando sus ojos—. Es mi padre—. Ella guardó silencio, sólo apoyó su cabeza en su hombro y suspiró.Él le contó todo lo que habían hablado, la historia que le había contado acerca de cómo había conocido a su madre y la relación de la cual nació él. Que había lamentado todo lo sucedido, y ahora se arrepentía de muchas cosas; o al menos, eso había dicho.Daniel no tenía muchas bases acerca de su personalidad para saber si era verdad que se lamentaba, pero tuvo que reconocer que al menos con respecto al pasado había dicho la verdad. Ese tipo de hombre jamás habría aceptado un hijo bastardo con una sirvienta si lo que tenía en su mente era el dinero y el poder.Diana, al igual que &ea
Minutos después llegaron Diana y Daniel con más comida y una botella de vino. Ya que habían avisado a última hora que se unirían, trajeron su parte de la cena. Con Marissa y Agatha, Diana se introdujo en la cocina e hizo parte de la organización de los platos y la mesa. Daniel miró a Maurice con una sonrisa; después de tantos años pensando que estaba solo en el mundo, sin familia de sangre, ciertamente era muy grato saber que tenía un primo.—¿Qué me miras? –preguntó Maurice con actitud reservada.—Estaba recordando una cosa.—¿Qué cosa?—La vez que David me convidó a aquel partido de béisbol y nos presentaron… tú insististe en que te parecía que me habías visto antes.—Ah, eso –dijo Maurice cruzándose de brazos y sonriendo—. Era porque te habí