“Sal de la oficina un momento, por favor. Es importante.”, leyó Daniel en su teléfono. Diana era la remitente del mensaje, y se extrañó. Marcó su número y la llamó.
—Ah, hola, Marissa –contestó ella, y Daniel se echó a reír.
—Cariño, soy yo.
—Claro que sí –la voz de ella sonó nerviosa, y eso lo preocupó.
—¿Estás bien? ¿Por qué estás en una situación donde no puedes hablar?
—¿Recibiste mi mensaje? –preguntó ella en vez de responder. Aún más extrañado, él miró su teléfono.
—Sí, ¿por qué quieres que salga? –Diana miró a su lado al hombre que aún no había dicho su nombre, pero que indudablemente era el progenitor de su marido,
Stephen Ramsay empezó a temblar. Daniel lo vio llevarse de nuevo la mano a la sien, pero los dedos temblaban tanto que se preguntó si acaso el anciano estaba sufriendo un colapso nervioso aquí y ahora. Pero no fue así. Él se sentó de nuevo, y con la cabeza entre las manos, guardó silencio un largo momento.No le preguntó si estaba bien. No le preguntó si necesitaba una pastilla, un médico o tal vez una ambulancia. Sólo lo miró en silencio. Claro estaba, si el viejo caía al suelo, haría el alboroto correspondiente.—Yo conozco a tu madre –susurró Stephen.—No, señor. Conocía. Mi madre murió hace trece años –Stephen lo miró con los ojos abiertos como platos—. Del corazón –contestó Daniel a su silenciosa pregunta—. Una afección que, si hubiese sido tratada con tiemp
Daniel le dio un trago a su whiskey, y agradeció la aspereza del licor bajar por su garganta y su calor invadirlo. Respiró profundo y dejó el vaso en la bandeja que Amy había traído.Sandra debía estar embarazada cuando le preguntó a Stephen acerca de sus intenciones con el matrimonio, y no esperó a ver si lo que había dicho él en ese momento era cierto, o si al verla a ella encinta, o al ver al niño, cambiaría de opinión.Se había formado un juicio de él muy certero. Era mujeriego, soltero empedernido, denigraba el matrimonio, y había amenazado con hacer exactamente lo que ya antes otro hombre que ella había amado había hecho: casarse con una rica heredera dejándola a ella de lado sin contemplaciones.Al estar embarazada y hallarse sin opciones, huyó. Nunca se lo dijo, pues, ¿para qué? No necesitaba herederos,
—Tenías toda la razón –le dijo Daniel a Diana recostado en un sofá con ella a su lado y cerrando sus ojos—. Es mi padre—. Ella guardó silencio, sólo apoyó su cabeza en su hombro y suspiró.Él le contó todo lo que habían hablado, la historia que le había contado acerca de cómo había conocido a su madre y la relación de la cual nació él. Que había lamentado todo lo sucedido, y ahora se arrepentía de muchas cosas; o al menos, eso había dicho.Daniel no tenía muchas bases acerca de su personalidad para saber si era verdad que se lamentaba, pero tuvo que reconocer que al menos con respecto al pasado había dicho la verdad. Ese tipo de hombre jamás habría aceptado un hijo bastardo con una sirvienta si lo que tenía en su mente era el dinero y el poder.Diana, al igual que &ea
Minutos después llegaron Diana y Daniel con más comida y una botella de vino. Ya que habían avisado a última hora que se unirían, trajeron su parte de la cena. Con Marissa y Agatha, Diana se introdujo en la cocina e hizo parte de la organización de los platos y la mesa. Daniel miró a Maurice con una sonrisa; después de tantos años pensando que estaba solo en el mundo, sin familia de sangre, ciertamente era muy grato saber que tenía un primo.—¿Qué me miras? –preguntó Maurice con actitud reservada.—Estaba recordando una cosa.—¿Qué cosa?—La vez que David me convidó a aquel partido de béisbol y nos presentaron… tú insististe en que te parecía que me habías visto antes.—Ah, eso –dijo Maurice cruzándose de brazos y sonriendo—. Era porque te habí
—¿Qué le dijiste? –le preguntó Diana a Daniel cuando estuvieron a solas de vuelta a su casa. Daniel estaba en el otro extremo de la cama, llevando ya su pijama y con las luces apagadas.Habían llegado bastante tarde de casa de David, y Diana sospechaba que era evitando llegar a casa demasiado temprano y ponerse sólo a mirarse las caras.No era la primera vez que algo así sucedía. Daniel estaba evitando estar a solas con ella demasiado tiempo. A veces se levantaba por la mañana y él ya no estaba en la cama, y luego lo veía entrar con su ropa de deporte luego de haber estado en el gimnasio por horas. No se molestaba en encender el calentador de agua para ducharse, y cada vez que la besaba era más distante.No había dejado de llamarla durante el día, sonreírle y hablarle de todo, pero su cuerpo cada vez estaba más y más alejado, justo co
Daniel llegó y la encontró sentada en la cama, y la miró un poco extrañado, ella ni siquiera se había dado cuenta de que él había llegado, tan perdida como estaba en sus pensamientos.—¿Todo bien? –preguntó, y ella saltó. Él sonrió elevando una ceja. Estaba un poco sudado, y sin hacerle mucho caso, él entró quitándose la camiseta sin mangas que había tenido puesta. Diana miró su piel aún bronceada y sintió seca la garganta. Los músculos se movían suavemente con cada movimiento que él hacía y quiso correr y tocarlo. Pestañeó un poco al darse cuenta de que antes no había tenido este tipo de deseos.—Sí. Todo bien.—Estabas un poco elevada –sonrió él, y Diana lo vio sacarse los zapatos. Cuando se internó en el cuarto de bañ
Maurice entró a la antigua casa en la que había vivido toda su niñez y adolescencia y se detuvo en la puerta.Era más bien una mansión al estilo mediterráneo, con algunas partes en piedra, una hermosa fuente a la entrada, y luces de exterior que iluminaban el jardín.Suspiró cuando muchos recuerdos de sí mismo vinieron. Él correteó por estos jardines detrás de mariposas, de pajaritos, y de cualquier bicho que se moviera, siempre bajo la atenta mirada de la niñera de turno.Luego ya no tuvo niñeras, sino tutores, profesores que se turnaban luego de su horario de escuela para mantenerlo ocupado e instruirlo en cuanta cosa a su tío se le ocurriera. A causa de eso, tuvo pocos amigos en la adolescencia, pero también fue bueno, pues al estar solo tanto tiempo, pudo haber caído en malos pasos y malas compañías.Sus amigos siempre f
—Creo que te tengo una noticia poco grata –le dijo Hugh a Daniel en un momento en que pudo acercársele mientras buscaba un par de copas.—¿Es de trabajo? –preguntó Daniel con cara de acontecimiento. Hugh hizo una mueca.—Es acerca de tu cuñado –Daniel respiró profundo resignado. Miró a Diana a la distancia, pero ella estaba entretenida con Meredith.—Bien, háblame.—Está en bancarrota.—Mierda –repuso Daniel al instante.—No tardará en darte problemas a ti o a Diana –siguió Hugh—. Tal vez deberías contarle, y prevenirla. Conociendo a Esteban, la buscará para pedirle dinero, y si ella le da, aunque sea una vez, allí lo tendrá para siempre.—¿Cómo puede un hombre perder tanto dinero en tan poco tiempo?—Alguien con su