Daniel llegó y la encontró sentada en la cama, y la miró un poco extrañado, ella ni siquiera se había dado cuenta de que él había llegado, tan perdida como estaba en sus pensamientos.
—¿Todo bien? –preguntó, y ella saltó. Él sonrió elevando una ceja. Estaba un poco sudado, y sin hacerle mucho caso, él entró quitándose la camiseta sin mangas que había tenido puesta. Diana miró su piel aún bronceada y sintió seca la garganta. Los músculos se movían suavemente con cada movimiento que él hacía y quiso correr y tocarlo. Pestañeó un poco al darse cuenta de que antes no había tenido este tipo de deseos.
—Sí. Todo bien.
—Estabas un poco elevada –sonrió él, y Diana lo vio sacarse los zapatos. Cuando se internó en el cuarto de bañ
Maurice entró a la antigua casa en la que había vivido toda su niñez y adolescencia y se detuvo en la puerta.Era más bien una mansión al estilo mediterráneo, con algunas partes en piedra, una hermosa fuente a la entrada, y luces de exterior que iluminaban el jardín.Suspiró cuando muchos recuerdos de sí mismo vinieron. Él correteó por estos jardines detrás de mariposas, de pajaritos, y de cualquier bicho que se moviera, siempre bajo la atenta mirada de la niñera de turno.Luego ya no tuvo niñeras, sino tutores, profesores que se turnaban luego de su horario de escuela para mantenerlo ocupado e instruirlo en cuanta cosa a su tío se le ocurriera. A causa de eso, tuvo pocos amigos en la adolescencia, pero también fue bueno, pues al estar solo tanto tiempo, pudo haber caído en malos pasos y malas compañías.Sus amigos siempre f
—Creo que te tengo una noticia poco grata –le dijo Hugh a Daniel en un momento en que pudo acercársele mientras buscaba un par de copas.—¿Es de trabajo? –preguntó Daniel con cara de acontecimiento. Hugh hizo una mueca.—Es acerca de tu cuñado –Daniel respiró profundo resignado. Miró a Diana a la distancia, pero ella estaba entretenida con Meredith.—Bien, háblame.—Está en bancarrota.—Mierda –repuso Daniel al instante.—No tardará en darte problemas a ti o a Diana –siguió Hugh—. Tal vez deberías contarle, y prevenirla. Conociendo a Esteban, la buscará para pedirle dinero, y si ella le da, aunque sea una vez, allí lo tendrá para siempre.—¿Cómo puede un hombre perder tanto dinero en tan poco tiempo?—Alguien con su
Un teléfono timbraba.Entre sueños, Diana lo escuchaba, pero tenía la esperanza de que el molesto sonido desapareciera.Pero no lo hizo; timbraba y timbraba.Resignada, extendió la mano, y vio en la pantalla la imagen de Meredith. Era ella quien llamaba.—Hola, cariño –saludó ella con pereza.—¡Esa voz! –exclamó Meredith—. Oh, Dios mío, Diana. ¡Sigues en la cama! ¡Y yo aquí en un restaurante esperándote! –Diana saltó de la cama. ¡Tenía una cita con Mer para almorzar hoy! Miró el reloj. ¡Las doce!—Ya… ¡ya voy en camino! –exclamó ella corriendo al cuarto de baño, pero tuvo que detenerse. ¡Caray, le dolía! Miró a Daniel en la cama cuan largo era y mirándola con una sonrisa satisfecha. Habían hecho el amor desde que ha
Hacia las horas de la tarde, Diana y Daniel acompañaron a Thomas y a Meredith al aeropuerto. Meredith abrazó a Diana fuertemente, y Thomas y Daniel palmearon sus espaldas prometiéndose una visita, ahora por parte de Daniel y Diana, a Los Ángeles.En cuanto quedaron solos, Diana y Daniel se miraron el uno al otro y se echaron a reír descubriendo que, aunque los dos querían mucho a sus amigos, y realmente lamentaban que se fueran, era más urgente estar a solas pronto, en una habitación ojalá.Subieron al auto conducido por Daniel, y ahora él parecía tener más prisa que antes, y en cuanto llegaron al edificio en el que vivían, bajaron del auto y corrieron al ascensor, entre risas, besos, abrazos y carreras.En cuanto cruzaron la puerta, Daniel la llevó contra la pared, y ya los besos eran urgentes, calientes, más parecían ser mordiscos que besos, y agrade
Maurice entró a la oficina de Daniel en horas de la tarde y éste lo recibió con una sonrisa y un apretón de manos. Parecía como si él ya supiera la razón por la que había pedido verlo hoy.—Siéntate –lo invitó Daniel, y Maurice suspiró.—Me temo que vengo a renunciar –empezó Maurice, sin ningún tipo de preámbulos, y miró a Daniel, que permaneció en silencio sin muestras de sorpresa—. Lo he estado pensando –siguió Maurice—. Es tiempo de que regrese –Daniel lo miró analítico.—¿Estás seguro?—No –eso lo hizo reír—. La verdad, estoy bastante asustado, pero estoy cansado de estar asustado. Además, es mejor que regrese ahora que por fin he tomado el impulso. Estaré un tiempo bajo el ala de tío Stephen, y luego, tal ve
Bajaron del auto y entraron a un salón enorme de ladrillos terracota desnudos. Una escalera en un costado llevaba a un segundo piso y Diana abrió su boca con una sonrisa. Daniel la miró y sonrió también.Este era el tercero que veían hoy, los dos anteriores no la habían entusiasmado mucho; el uno era muy blanco, y el otro muy oscuro. No motivarían en ella la chispa creadora, y ella necesitaba un espacio donde se sintiera cómoda para pintar y enseñar sus obras.El agente inmobiliario que los acompañaba iba explicando los usos que se le podían dar, los posibles arreglos que necesitaba, lo céntrico que era, y en general, todas sus ventajas.—Tendré mucho trabajo –susurró Diana, pero no parecía asustada o cohibida, más bien emocionada.—Eso parece. Pero eres lista; te irá bien –ella lo abrazó
Pasó una hora, y Diana permaneció sentada en uno de los asientos de la sala de espera. Tenía la misma ropa manchada que antes, y la mirada perdida en un punto del piso embaldosado.Intentaba no pensar, pero era imposible.No podía ser que esto estuviera sucediendo, debía ser una especie de pesadilla. Daniel en peligro, ¿por qué?No quería perderlo, lo quería bien, a su lado, sano. ¡Lo necesitaba! Ya había perdido demasiada gente importante en su vida. Cada muerte de sus seres queridos había sido traumática. No podían quitarle a lo más valioso y hermoso que tenía, ni ahora que acababa de descubrir su felicidad a su lado, ni después, ¡nunca! Si había que morir, mejor era hacerlo al mismo tiempo, bien ancianos, con una vida bien vivida.—Necesitamos sangre –dijo un médico—. A negativo—
—¿Y bien? –preguntó Esteban por teléfono.—Todo en orden –contestó un hombre—. Fuimos de compras, y nos cargamos el paquete.—Perfecto. Veámonos entonces, para lo acordado—. Cortó la llamada y miró al frente, sin ver. Con Diana y Daniel fuera de juego, las leyes se verían obligadas a buscar al heredero más inmediato, y éste era él. No tenía idea de lo que decía el testamento con respecto a la posible muerte de ambos, pero entonces él contrataría a los mejores abogados y ganaría el pleito. Era mucho dinero en juego, era una fortuna completa que no debía, de ningún modo, estar en manos de ese criado. Era una ofensa para su existencia.Además, con este paso que hoy por fin se había atrevido a dar, podría hacerse con el control de la empresa de Jorge. Siempre había deseado