Un teléfono timbraba.
Entre sueños, Diana lo escuchaba, pero tenía la esperanza de que el molesto sonido desapareciera.
Pero no lo hizo; timbraba y timbraba.
Resignada, extendió la mano, y vio en la pantalla la imagen de Meredith. Era ella quien llamaba.
—Hola, cariño –saludó ella con pereza.
—¡Esa voz! –exclamó Meredith—. Oh, Dios mío, Diana. ¡Sigues en la cama! ¡Y yo aquí en un restaurante esperándote! –Diana saltó de la cama. ¡Tenía una cita con Mer para almorzar hoy! Miró el reloj. ¡Las doce!
—Ya… ¡ya voy en camino! –exclamó ella corriendo al cuarto de baño, pero tuvo que detenerse. ¡Caray, le dolía! Miró a Daniel en la cama cuan largo era y mirándola con una sonrisa satisfecha. Habían hecho el amor desde que ha
Hacia las horas de la tarde, Diana y Daniel acompañaron a Thomas y a Meredith al aeropuerto. Meredith abrazó a Diana fuertemente, y Thomas y Daniel palmearon sus espaldas prometiéndose una visita, ahora por parte de Daniel y Diana, a Los Ángeles.En cuanto quedaron solos, Diana y Daniel se miraron el uno al otro y se echaron a reír descubriendo que, aunque los dos querían mucho a sus amigos, y realmente lamentaban que se fueran, era más urgente estar a solas pronto, en una habitación ojalá.Subieron al auto conducido por Daniel, y ahora él parecía tener más prisa que antes, y en cuanto llegaron al edificio en el que vivían, bajaron del auto y corrieron al ascensor, entre risas, besos, abrazos y carreras.En cuanto cruzaron la puerta, Daniel la llevó contra la pared, y ya los besos eran urgentes, calientes, más parecían ser mordiscos que besos, y agrade
Maurice entró a la oficina de Daniel en horas de la tarde y éste lo recibió con una sonrisa y un apretón de manos. Parecía como si él ya supiera la razón por la que había pedido verlo hoy.—Siéntate –lo invitó Daniel, y Maurice suspiró.—Me temo que vengo a renunciar –empezó Maurice, sin ningún tipo de preámbulos, y miró a Daniel, que permaneció en silencio sin muestras de sorpresa—. Lo he estado pensando –siguió Maurice—. Es tiempo de que regrese –Daniel lo miró analítico.—¿Estás seguro?—No –eso lo hizo reír—. La verdad, estoy bastante asustado, pero estoy cansado de estar asustado. Además, es mejor que regrese ahora que por fin he tomado el impulso. Estaré un tiempo bajo el ala de tío Stephen, y luego, tal ve
Bajaron del auto y entraron a un salón enorme de ladrillos terracota desnudos. Una escalera en un costado llevaba a un segundo piso y Diana abrió su boca con una sonrisa. Daniel la miró y sonrió también.Este era el tercero que veían hoy, los dos anteriores no la habían entusiasmado mucho; el uno era muy blanco, y el otro muy oscuro. No motivarían en ella la chispa creadora, y ella necesitaba un espacio donde se sintiera cómoda para pintar y enseñar sus obras.El agente inmobiliario que los acompañaba iba explicando los usos que se le podían dar, los posibles arreglos que necesitaba, lo céntrico que era, y en general, todas sus ventajas.—Tendré mucho trabajo –susurró Diana, pero no parecía asustada o cohibida, más bien emocionada.—Eso parece. Pero eres lista; te irá bien –ella lo abrazó
Pasó una hora, y Diana permaneció sentada en uno de los asientos de la sala de espera. Tenía la misma ropa manchada que antes, y la mirada perdida en un punto del piso embaldosado.Intentaba no pensar, pero era imposible.No podía ser que esto estuviera sucediendo, debía ser una especie de pesadilla. Daniel en peligro, ¿por qué?No quería perderlo, lo quería bien, a su lado, sano. ¡Lo necesitaba! Ya había perdido demasiada gente importante en su vida. Cada muerte de sus seres queridos había sido traumática. No podían quitarle a lo más valioso y hermoso que tenía, ni ahora que acababa de descubrir su felicidad a su lado, ni después, ¡nunca! Si había que morir, mejor era hacerlo al mismo tiempo, bien ancianos, con una vida bien vivida.—Necesitamos sangre –dijo un médico—. A negativo—
—¿Y bien? –preguntó Esteban por teléfono.—Todo en orden –contestó un hombre—. Fuimos de compras, y nos cargamos el paquete.—Perfecto. Veámonos entonces, para lo acordado—. Cortó la llamada y miró al frente, sin ver. Con Diana y Daniel fuera de juego, las leyes se verían obligadas a buscar al heredero más inmediato, y éste era él. No tenía idea de lo que decía el testamento con respecto a la posible muerte de ambos, pero entonces él contrataría a los mejores abogados y ganaría el pleito. Era mucho dinero en juego, era una fortuna completa que no debía, de ningún modo, estar en manos de ese criado. Era una ofensa para su existencia.Además, con este paso que hoy por fin se había atrevido a dar, podría hacerse con el control de la empresa de Jorge. Siempre había deseado
La noche llegó, y con ella Marissa y David. Al ver a Diana, Marissa corrió a ella y la abrazó. Ya Diana estaba más tranquila, pues el parte médico era favorable, pero, de todos modos, al contar otra vez lo ocurrido, no pudo evitar llorar.A David le permitieron entrar y ver a Daniel, aunque éste no despertó, y tampoco se enteró de que alguien lo visitaba. David salió de allí bastante furioso por ver a su amigo en ese estado, y de inmediato se reunió con Hugh, Maurice, y Stephen para hablar de las sospechas de todos: Esteban.—¿No has hablado con él? –le preguntó Marissa a Diana refiriéndose a Daniel. Diana negó.—No ha despertado. De vez en cuando sostiene mi mano, pero no ha abierto los ojos.—Tal vez sea normal. ¿Qué te dicen los médicos?—Que se recuperará…
Esteban estaba desconcertado. ¿Qué pasaba? ¿Por qué todo estaba normal?Cuando Jorge Alcázar murió, habían puesto una cinta negra en el logo de la entrada en los edificios de oficinas de la empresa, se había anunciado por la televisión, y todo había sido una alharaca terrible. Había imaginado que con Daniel Santos iba a ser parecido, pero tal vez le había dado demasiada importancia.No sabía dónde estaban viviendo ahora. En la mansión no era, había vigilado las entradas y salidas y parecía más bien deshabitada; sólo entraban y salían los criados. Incluso había estado en el apartamento de Marissa Hamilton, pero tampoco la había visto entrar o salir. ¿Dónde estaba la gente?Entró de nuevo a la recepción de las oficinas del GEA, y se observó en el reflejo; nadie podría sab
Una mano de Esteban apretaba su garganta, y la otra le propinaba puñetazos en las costillas. Él también golpeaba, y aunque empleaba toda la fuerza que le quedaba, no hacía gran daño. Odiaba esto.—Pienso hacer que mueras lentamente –le susurró Esteban—. Pienso causarte todo el daño que pueda—. Apretó más fuerte su mano, y aunque Daniel intentaba alejarlo, no lograba separarlo de sí—. He querido hacer esto desde que te vi por primera vez en mi sala –sonrió.Daniel cerró sus ojos sintiéndose ahogado. No podía, no podía perder esta lucha. Empleó toda la fuerza que le quedaba y metió uno de sus dedos en los ojos de Esteban, y éste aflojó, pero no lo soltó. Aprovechó el instante de vacilación para tomar aire y empuñó su mano haciendo impacto en su nariz. Ya que no ten&iacut