Los días fueron pasando, y Daniel y Diana se veían bastante poco para ser un par de novios que en menos de dos meses se casarían. Sin embargo, él había notado varios cambios sutiles en ella. Su manera de vestir no era la de antes. Ahora usaba vestidos más a menudo, y joyas. En alguna ocasión que necesitó que lo acompañara a alguna reunión, ella lo hizo luciendo preciosa, y muy adecuada; no rechazaba su brazo alrededor de su cintura, aunque luego lo despidiera con un destemplado buenas noches en la puerta de la mansión.
Daniel en ocasiones olvidaba lo disgustado que estaba con ella y sonreía y bromeaba de verdad, no para que lo vieran. Todo el pasado parecía una tontería, incluso la conversación con Marissa parecía nada cuando llegaba a la mansión a recogerla por alguna reunión o cita en la que debían dejarse ver juntos.
Tenía un co
Faltaba sólo una semana para la boda cuando Esteban entró a la mansión buscando a su hermana. Diana había estado preparándose para la noche, pues tenía una reunión con Daniel y algunos socios del GEA, donde querían verlos tomarse de las manos, y sonreír como si se amaran mucho.Había visto con anterioridad cómo se comportaban los novios de matrimonios concertados, y nunca vio que tuvieran que fingir tanto. El papel que los comprometía debía tranquilizarlos más que sus actitudes, pero no era así.Al escuchar el grito de Esteban llamándola, se sorprendió y enfadó a partes iguales. Él no había venido al funeral de su padre, y había desaparecido de nuevo luego de la lectura del testamento.—Vas a tener que explicarme eso que andan diciendo por allí –exclamó él al verla bajar por las escale
Hugh se sorprendió bastante cuando su secretaria le anunció que Diana Alcázar quería verlo. Esperando que no fuera para decirle que cancelaba su boda, la hizo pasar inmediatamente.Al verla, sintió un poco de curiosidad. Estaba bien que ella hubiese cambiado un poco su imagen últimamente, pero llevar una blusa con cuello alto de tortuga cuando ya estaba entrando el verano, no era muy agradable siquiera de ver.—Bienvenida –la saludó él, y ella sólo le sonrió.—Vine a pedirte un favor.—Ya. Cancelarás la boda –ella frunció levemente el ceño y agitó su cabeza negando.—No. Si tuviera ánimos de cancelarla, no habría invertido tanto tiempo en organizarla.—Con las mujeres nunca se sabe –Diana sonrió.—No es eso. Es acerca de Esteban –Hugh le se&ntil
La fiesta pasó rápida y sin novedades. Marissa, que se había encargado de la recepción en general para permitir que Diana estuviera tranquila y relajada todo lo posible, se hizo cargo de las personas que habían intentado colarse.—¿Quiénes eran? –preguntó Daniel con curiosidad.—Nada grave. No los conozco mucho, pero no son malas personas. Tal vez se confundieron, y ya que estaban vestidos para la ocasión, los dejé entrar.—¿Es seguro? No quiero rollos—. Marissa le quitó importancia al asunto—. ¿Dónde está Maurice? –preguntó.—Ha de estar cerca del trago –farfulló David, y Daniel negó.—Dejó la bebida. El otro día fui por cerveza a su casa y no tenía.—¡¿Qué?! –exclamó David, incrédulo. Sin em
Diana miró a Daniel con el corazón en un puño. Había llegado el momento de la verdad. El momento que ella más había temido. Este era el momento del todo o nada. Si ni Daniel podía soportar su verdad, ella ya no tenía remedio.—Nunca quise casarme contigo –susurró de nuevo, y Daniel terminó de girarse para tenerla de frente.—Eso me quedó más que claro el día de la lectura del testamento, Diana. Dime algo que no sepa.—Pero no es porque te odie –siguió ella como si él no la hubiese interrumpido. Daniel la miró en un silencio ominoso, como si no le creyera, y en su mirada había tanto resentimiento, que por un momento ella se asustó.Sin embargo, no lo esquivó. Ya no podía seguir huyendo, estaba atrapada aquí, en este momento, y tendría que llevar la verdad hasta
Pasaron lo que Daniel creyó fueron horas y horas, y no la soltó de su abrazo.Sentía que acababa de ser tocado por un ángel, o alguna divina diosa. En este momento y para siempre, era el hombre más feliz sobre la tierra. La mujer que él amaba lo amaba, y su corazón se henchía de felicidad.Había aún muchas preguntas que hacerle, pero tenía por fin en su mano las verdades más importantes de Diana. Ahora la comprendía, y la mitad del sinfín de preguntas tomaron por sí mismas sus respuestas.Sin embargo, las verdades de Diana no eran todas muy bonitas, ni consoladoras.Ella aún llevaba su incómodo vestido de novia, y él también, pero no hizo ademán de soltarla, ni de moverse a ningún sitio. Fuera lo que fuera, ella ahora era su esposa. Si estando soltero se sintió de alguna manera encadenado a ella, ahora s
Y entonces, se levantó de la cama y la obligó a ponerse en pie.—¿Qué? –preguntó ella, alarmada.—No pienso besarte a través del vestido –ella se echó a reír, y permitió que él la girara para bajarle el cierre. Cuando él se quedó quieto a su espalda, Diana se giró a mirarlo con una sonrisa.—¿Ya te arrepentiste? –él la miró con una indescifrable expresión. Estaba pálido, y tenía la respiración agitada—. ¿Dan? –lo llamó ella, asustada.—Tú… —él señaló su espalda, y Diana cerró sus ojos comprendiendo. Él había visto el tatuaje.—Lo siento.—¿Qué? –exclamó él. Cuando ella guardó silencio, él cerró sus ojos con fue
Para que él no viera la angustia en su rostro si acaso abría los ojos, Diana se inclinó y lo besó a través de la ropa, como si en vez de besarlo le estuviera diciendo algo que era muy importante para ella. Pero no contó con que él ya estaba en el límite.Daniel gimió largamente, y se corrió vergonzosamente. Joder, no era un adolescente. ¿Qué le pasaba? Pero no pudo parar, puso su mano sobre la de ella usando un poco más de fuerza en su toque, y, sin poder detenerse, aunque eso le bajara de su categoría de amante atento, se ocupó de llegar al final.Luego, cuando ya no hubo nada más que pudiera salir de él por dentro de sus pantalones, se tiró de espaldas sobre el colchón de la cama, poniendo ambos brazos sobre su rostro. Su respiración volvió a la normalidad poco a poco, y sintió a Diana acostarse a su lado.&m
Diana despertó sintiéndose extraña, liviana, libre.Había sacado fuera su pesada cruz anoche, recordó. Ya Daniel sabía toda la verdad, y él, en vez de despreciarla, seguía atesorándola.Lo encontró mirándola fijamente, con sus ojos que le recordaban las hojas en verano, tan verdes y puros, y sonrió feliz. Esta escena era más de lo que ella jamás había soñado.—Buenos días, señora Santos –saludó él.—Es cierto –se quejó ella—. He dejado de ser Alcázar. Echaré de menos mi apellido.—Qué mala –ella sonrió y lo abrazó feliz, suspirando.—Buenos días –contestó ella a su saludo al fin—. Debo estar horrible, anoche no me quité el maquillaje, y lloré mucho.—Sí, es